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Cuanto peor, mejor para Rivera

Las claves de la semana.

Albert Rivera, líder de Ciudadanos, en un mitin celebrado en Barcelona en diciembre de 2017.Jon Nazca / Reuters

Nos contaron que la normalidad pasaba porque hubiera un candidato a la presidencia de la Generalitat sin causas pendientes con la Justicia. Quim Torra no las tiene. Y aún así cuesta imaginar el regreso a la calma y el orden ni en Cataluña ni en el resto de España.

El ungido por Puigdemont tiene un pasado de activista sectario y de vehemente tuitero que nos sitúa más cerca otra vez de la tensión que del sosiego, por mucho que al día siguiente de la formación de un nuevo Govern sea obligado levantar el 155.

Con Torra se impone la teoría de un president tutelado por una pseudoinstitución llamada "Consell de la República" que quiere marcar las líneas de actuación desde el exilio. Así que no sería extraño que Ciudadanos, que ha encontrado un filón electoral en su combate contra el independentismo, aproveche la nueva coyuntura para situar a Rajoy ante el brete de prorrogar el mandato del Senado.

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Rivera necesita tanto estirar el 155 como Rajoy desprenderse del mismo para llegar, aún agónico, hasta el final de la Legislatura. En el fondo y sin pretenderlo, la elección de un extremista como Torra es un regalo para Rivera, a quien conviene "el cuanto peor, mejor" si quiere mantener viva la llama de su principal arma electoral. Le veremos más pronto que tarde cargar contra un PP que ha cedido al chantaje nacionalista. ¿Les suena? Nada nuevo. Antes lo hizo la otra derecha con un Gobierno de izquierdas. Ciudadanos le ha robado el discurso de la defensa de España con el que tanto rédito obtuvo en el pasado.

El caso es que el resultado de la activación del plan D, decíamos, no invita al optimismo porque Torra parece más dispuesto a confrontar por la utopía de una Cataluña independiente que al pragmatismo. Pero el problema de fondo no es tanto el legítimo contraste como que el próximo president vulnere o no la legalidad. Y, aunque solo sea por evitar nuevas imputaciones y porque sus socios de ERC ya han manifestado un rotundo "no" a la desobediencia y a la unilateralidad, Torra podrá bordear pero no cruzar la delgada línea que separa la ley de la imputación y la prisión preventiva.

Si fuera así y hubiera por mínimo que fuera un atisbo de entendimiento o regreso a la deseada normalidad, Ciudadanos podría perder la fuerza con la que el problema catalán le ha hecho crecer en las sondeos. Sólo en este contexto se explica la ruptura que el propio Rivera escenificó esta semana en el Congreso con el Gobierno para retirar su apoyo a la aplicación de la Constitución en Cataluña (sic). No se entiende muy bien cómo un partido que ha construido gran parte de su discurso político y su esencia como organización en la defensa de una Carta Magna pisoteada por el independentismo, puede dejar de apoyar al Gobierno en su aplicación.

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Lo que sí se sabe es que el desmarque de Rivera no fue un berrinche de niño pequeño enfurruñado porque la cocina del CIS situara aún al PP como primera fuerza política y tampoco que fuera porque Rajoy haya dejado de llamarle por teléfono para informarle sobre los pasos que sigue o no en Cataluña. Ni siquiera hay que considerar que el desplante responda a la decisión del Gobierno de no recurrir ante el Constitucional el voto delegado de Puigdemont y Comín.

El verdadero motivo sólo se explica en que a Ciudadanos le conviene mantener vivo el conflicto territorial para seguir creciendo en las encuestas hasta dejar en los huesos a un PP, cuya estimación de voto ya ha caído hasta el 24%, su peor dato histórico.

De ahí que se haya apresurado a pedir que se mantenga el 155, diga lo que diga el decreto aprobado en el Senado, y a exigir además que se aplique con mayor dureza, aunque haya un gobierno que sea legal. Está claro que a Rivera no le interesa que baje el suflé catalán y que para ello está dispuesto a tensar su relación con el Gobierno todo lo que haga falta, y aunque lo que esté en juego sea la convivencia tantas veces invocada por los naranjas.

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La ofensiva de Ciudadanos contra el PP para hacerse con la hegemonía de la derecha será brutal hasta las municipales y autonómicas mientras la izquierda sigue desmovilizada, sin líderes que entusiasmen ni siquiera a su propio electorado y perdiendo apoyos, como en el caso del PSOE, entre sus hasta ahora más fieles votantes que eran las mujeres.

Ocho puntos menos en la intención de voto femenino en un año debería ser motivo de alarma en Ferraz en un momento de máxima toma de conciencia de las mujeres. Y, sin embargo, el "sanchismo" prefiere buscar consuelo en lo que llama el "triple empate" pronosticado por un CIS que, en su opinión, responde sólo a la complejidad de la situación política actual.

Dificultad o no, lo cierto es que tan sólo un años después de que Pedro Sánchez volviera a ganar las primarias del PSOE, no inspira confianza en el 60 por ciento de los que votaron esa marca. Y como dice un veterano socialista, sus cargos no debieran estar "ni contentos ni tranquilos".