El clan del Válgame Dios

El clan del Válgame Dios

Las claves de la semana

¡Válgame Dios! Y esto no es, que podría serlo, una expresión para indicar sorpresa o estupefacción. Es el nombre de un conocido local del madrileño barrio de Chueca muy frecuentado por al menos dos de los ministros del Gobierno de Pedro Sánchez, y donde habitualmente se da cita gente muy variopinta y de ideología contraria. Por allí han pasado personajes tan distintos como Bibiana Fernández, Borja Semper,Iñaki Oyarzábal, Pedro Almodóvar, Javier Bardem, Simoneta Gómez Acebo y hasta el mismísimo Felipe González.

Se preguntarán el por qué de la referencia de ocio. Y es que todo empezó allí para el ministro más mediático y controvertido de Pedro Sánchez. Màxim Huerta también es asiduo al local, una cita obligada para la gente cool capitalina. Allí conoció hace cuatro años al hoy presidente del Gobierno. Hasta entonces, el periodista y escritor era más bien un confeso entusiasta de Eduardo Madina, el crítico entre los críticos de quien le ha llevado sin apenas tránsito de los platós a la política.

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Pero todo cambió en noviembre de 2014. Sánchez ya había conquistado por primera vez la secretaría general de PSOE, y a su entonces asesor Luis Arroyo se le ocurrió montar un acto con gente del ámbito de la cultura, que por aquél entonces había tomado distancia de los socialistas en favor de la nueva política, especialmente de los líderes de Podemos.

A la cita, en la que se habló de educación, de justicia, de corrupción, de paro y hasta de literatura erótica, apenas acudieron una treintena de rostros. Unos conocidos y otros, no tanto, pero todos tan dispares como el productor musical Carlos Jean, la investigadora Carola García Calvo, Fernando Lafuente, Sandra Barneda, Juan Ribó, Pastora Vega y, por supuesto, Màxim Huerta que, como dicen quienes le conocen bien, tiene la virtud de estar siempre donde puede tener más posibilidades.

De aquellos polvos estos lodos. Desde entonces Sánchez, que ya soñaba con conquistar La Moncloa, ha visitado el local otra media docena de veces más, una de ellas junto a Felipe González y su esposa para hacer de anfitriones en una cena organizada con motivo de la visita a España de Lilian Tintori, la mujer del opositor venezolano Leopoldo López. Y aunque aquel día no volvió a coincidir con Huerta, sí ha mantenido con él un cierto contacto regular.

El periodista, como se sabe, no fue la primera opción y tampoco la segunda para la cartera de Cultura, si bien el clan del Válgame Dios cuenta con una nutrida representación en el Gobierno, ya que además de Huerta, el titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, es otro habitual del local que regentan Beatriz Álvarez y Santiago Carbones, aunque con el juez contactó personalmente en busca de un potente cartel para las próximas elecciones municipales.

El sociólogo y escritor Lorenzo Díaz, actual pareja de la ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, es también de los clientes fijos del restaurante y bar de copas. Los tres forman parte del jurado del Premio de Literatura Erótica escrito por mujeres que lleva el nombre del frecuentado local y del que también formó parte hasta su repentino fallecimiento la exministra de Defensa, Carme Chacón.

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El mensaje es que hay otra España, además de la de los ministros que cantaban El novio de la muerte ante el Cristo de la Legión. Y con la elección de Màxim Huerta, novelista, gran conocedor del mundo de la televisión, la cultura y la izquierda madrileña, Pedro Sánchez busca la conexión que el PSOE perdió con ella hace ya una década. Desde el célebre vídeo de la ceja en apoyo de la candidatura de Zapatero, no se recuerda un sólo acto de respaldo a la socialdemocracia española del mundo del cine, la televisión o la música. Así que conviene no caricaturizar según qué nombramientos porque igual que cada día tiene su afán, cada ministro elegido por Sánchez tiene un objetivo político.

Ya hemos escrito en este mismo blog que la configuración del nuevo Ejecutivo tiene más de programa electoral que de grandes objetivos políticos, y que con que Sánchez gane el terreno perdido por el PSOE en las encuestas, dure lo que dure el mandato, habrá servido para que los españoles vuelvan a confiar en los socialistas como partido de gobierno. Será en meses, en un año o en 2020, pero hasta que el nuevo presidente del Gobierno no tenga el convencimiento de que sus siglas puedan volver a ser la lista más votada porque su partido reconecta con una parte del electorado perdido, no esperen la disolución de las Cortes.

Con un PP lamiéndose las heridas a la vez que entretenido en la búsqueda de un nuevo líder, un Albert Riveradesorientado tras su abrupta desaparición de la escena política y mediática y un Pablo Iglesias disminuido y con escasas posibilidades de recuperar la hegemonía discursiva, Sánchez tiene el camino expedito para resurgir como primera opción electoral.

De momento, además de formar un Gobierno de acreditada solvencia, europeísta y comprometido con la ortodoxia económica de la UE, se ha propuesto recuperar la normalidad institucional con Cataluña, lo que para unos será la prueba de su "inconfesable pacto con los independentistas" y para otros, un alivio. Pero lo que a todas luces resultará difícil para la derecha en sus dos versiones será dibujar como un "vendepatrias" a quien colaboró con Rajoy en la redacción del 155.

Ya lo avisó la nueva portavoz del Gobierno, Isabel Celaá: en una mano la Constitución y en otra, el diálogo. Los límites están claros, más allá de la habilidad mostrada para vender como un gesto de distensión el final del control financiero con Cataluña cuando en realidad no era más que una obligación derivada del levantamiento del 155.

P.D. Pedro Sánchez fue investido presidente del Gobierno hace ya siete días, y aún no ha comparecido ante los medios de comunicación para explicar a los españoles sus objetivos. ¡Válgame Dios! Y ahora sí esto va de estupefacción no vaya a ser que alguien tenga la tentación de volver al plasma o a las comparecencias sin preguntas.