El PSOE no encuentra su lugar en el mundo

El PSOE no encuentra su lugar en el mundo

En el PSOE no se ponen de acuerdo en cómo afrontar las diabólicas consecuencias de un fenómeno político que nació en respuesta a la crisis económica y que parece que nos acompañará durante un largo tiempo. Fue hablar Pedro Sánchez de una "gran coalición entre los extremos" (en alusión al PP y al partido de Pablo Iglesias), denunciar el auge de los populismos, manifestar la incompatibilidad del PSOE con Podemos... y destapar la caja de los truenos.

Se esperaba una intensa y diáfana crónica de la derrota digerida pero no diseccionada. Que en una esquina de la calle Ferraz de Madrid, el "nuevo socialismo", reunido en su primer Comité Federal, rememorara, sí, un tiempo de esperanza, pero que hallara también un referente ideológico seguro al que seguir. Una franqueza que desarmara, una sencillez que estremeciera y una carga emocional que levantara el ánimo entre los escépticos y exigentes cuadros.

Y no pasó. Faltó, dicen, espontaneidad. Pero, claro, para eso hay que echar la vista atrás y adentrarse en la introspección como el argentino Adolfo Aristarain lo hizo con Federico Luppi, José Sacristán y Cecilia Roth en "Un lugar en el mundo". Los socialistas aún no están en ese sano peregrinaje para encontrar un sitio en el que vean con claridad que pueden vivir de acuerdo a unos valores sagrados para su ideario, sin emulaciones, sin serpenteos y sin postureos. Por eso aún hoy, tras más de cuatro millones de votos perdidos y a pesar de su reciente relevo en el liderazgo, el PSOE no acaba de encontrar su lugar en el mundo, y menos desde la irrupción de Podemos en la escena política nacional.

Aunque se conjuran contra una formación que le pisa los talones en el marcador electoral, no se ponen de acuerdo en cómo afrontar las diabólicas consecuencias de un fenómeno político que nació en respuesta a la crisis económica y que parece que nos acompañara durante un largo tiempo. Se percibió así en la puesta de largo del nuevo secretario general ante la plana mayor -que cada vez es menor- del PSOE reunida el pasado sábado.

Fue hablar Pedro Sánchez de una "gran coalición entre los extremos" (en alusión al PP y al partido de Pablo Iglesias), denunciar el auge de los populismos, manifestar la incompatibilidad del PSOE con Podemos... y destapar la caja de los truenos. Si Andalucía, por boca de Juan Cornejo, corrió a manifestar su absoluto respeto por un partido en el que dijo no ver mácula de populismo y sí de transformación, Valencia llamó a no significar diferencias y a admitir las incapacidades propias en los últimos años, y José Antonio Pérez Tapias (de Izquierda Socialista) pidió no cerrar la puerta a las alianzas por la izquierda. No hay consenso, pero tampoco firmeza con la que señalar el camino. En general, al flamante número uno del PSOE le cayeron chuzos de punta por hacer del partido de Pablo Iglesias el principal problema del PSOE y el eje de su discurso inaugural ante el Comité Federal.

El vituperio, la verdad, sonó más dentro que fuera de un cónclave que ya no es lo que era. Porque con los principales barones sentados en la Ejecutiva -una posición que les inhabilita para intervenir ante el Comité Federal-; con Susana Díaz ausente de la gran cita y con el extremeño Fernández Vara dispuesto a otorgar un voto de confianza, la corriente Izquierda Socialista se erigió en referente ideológico. Sólo 19 peticiones de palabra (frente a la media de 40 que se sucedían en los tiempos de Rubalcaba) de cargos de segundo y tercer nivel del poder territorial, con la excepción de un secretario general, el de los socialistas asturianos.

Y menos mal que queda Javier Fernández como faro con el que alumbrarse en la penumbra de una organización donde encontrar una reflexión política de fondo empieza a ser un ejercicio de melancolía. Fue él quien con más claridad rechazó que los socialistas conviertan a Podemos en un adversario de referencia, pero también que se piense en acuerdos post electorales con quien no plantea soluciones reales. Fue él quien llamó al PSOE a presentarse como un partido de cuadros capaces de construir y gestionar una alternativa económica. Y fue él quien animó a defender un espacio propio en el debate territorial para restañar las heridas de un problema ya más emocional que político como es el del desafío independentista de Cataluña.

Además de que la disputa sobre Podemos pusiera de manifiesto la debilidad ideológica del PSOE, el cónclave dio para poco más que para la aprobación del calendario y los reglamentos de las primarias, ese sano ejercicio de democracia interna que los socialistas suelen aprovechar para partirse la cara entre ellos y cuyo debate azuzan a conveniencia. Dos años y medio de raca-raca y ahora no importa ni la fecha ni el procedimiento, salvo a Izquierda Socialista, que levantó la voz contra ambos capítulos y se abstuvo en la votación final.

Ahora bien, el campeón de la incoherencia -con permiso de Carme Chacón, claro- ahora es el secretario general que más veces clamó por abrir el proceso de selección de candidatos a los simpatizantes, pero que para su caso particular ha decidido blindarlo. ¿Adivinan? Tomás Gómez, claro. No vaya a ser que los madrileños le señalen el camino de regreso a Parla.