Las claves de la semana: No hay cordura

Las claves de la semana: No hay cordura

EFE

En Sopa de ganso, de los hermanos Marx, la realidad no tenía cabida en la República Democrática de Freedonia. No había cordura en la historia, ni en los gags, ni en los personajes. Y lo mismo ocurre en la superproducción que Carles Puigdemont interpreta desde Waterlooo empeñado en la construcción de una imaginaria República catalana.

En Cataluña pasan cosas, que diría Rajoy, pero ninguna parece muy normal en la normalidad que el independentismo pretende dibujar para el futuro. Resulta que un señor huido de la justicia española sale en un vídeo por YouTube y cuenta que ha decidido renunciar a la Presidencia de la Generalitat, y compramos el mensaje sin reparar en que uno renuncia a algo que tiene o le corresponde y que por muy machacón que resulte el relato del legitimismo, Puigemont ni tiene ni podrá ya nunca ocupar el sillón del Palau.

Luego nos cuenta que va a proceder a los trámites necesarios para designar president a Jordi Sánchez, un ilustre preso de Soto del Real, y le damos categoría de cinco columnas a cuerpo 35 en todos los diarios como si eso fuera posible. Aún en el caso de que el juez Llarena, que no parece, decidiera concederle permiso penitenciario para acudir a la sesión de investidura ya me contarán cómo se puede desde la prisión gobernar una comunidad autónoma.

Junqueras pide paso

Ah no, perdón, que Sánchez es el plan B, pero aún hay un plan C en la recámara que pasa por Turull, que no está en la cárcel pero sí acumula unas cuantas causas pendientes con la Justicia por parecidos delitos a los que se les imputan a Puigdemont, Sánchez y el resto de la cúpula independentista que cuando menos, y con una generosa interpretación de la ley, serán inhabilitados más pronto que tarde. Si esto va de restitución de un Govern depuesto al albur del 155, ERC entiende que debe ser Junqueras, y no Sánchez ni Turull, quien ocupe la presidencia.

Todo muy normal en esta "Catalonia" independentista en la que el sentido común brilla por su ausencia y en la que, de no ser por la relevancia política, económica y social de sus andanzas, la historia no daría para más que una gran escena cómica con pretensión de hacer reír. Una chiflada y surrealista obra en la que se proclaman porque sí dos capitales (Barcelona y Waterloo) para Cataluña con tal de que el exilio de Puigdemont tenga categoría política y, se visualice, según cuenta, el papel que desempeñará Bélgica en esta ópera bufa.

Prolongar el pulso al Estado

¡Acabáramos! Que el ex molt honorable se aparta, pero quiere seguir y presidir un Consejo de la República con un festival de diputados y alcaldes independentistas yendo y viniendo a Waterloo a no se sabe qué tipo de peregrinaje en favor de una Cataluña independiente como sí ésta no hubiera recibido ya el portazo de Europa, la implacable respuesta de Estado de Derecho, el ninguneo de las empresas y la carcajada de medio mundo.

El fingimiento no esconde más que la profundísima fractura del independentismo, prolonga el pulso al Estado y alimenta el relato de la persecución política, pero ni resuelve el problema de Cataluña ni impide que en España también pasen cosas, y tampoco muy normales en la normalidad que busca el Gobierno de la derecha.

Porque si tan anormales como surrealistas han sido los pasos que ha dado esta semana el independentismo para seguir instalado en su bucle imaginario, no menos lo han sido algunas de las declaraciones y movimientos de La Moncloa, porque que un Gobierno avance que el juez no dará permiso a Sánchez para ser investido resulta de todo menos normal en una democracia que se precie de serlo. E ídem que la Fiscalía emita una nota preventiva sobre los posibles delitos en que puede incurrir un Parlamento pasando por alto que son las personas y no las instituciones quienes delinquen. Lo de que el Gobierno se plantee recurrir una resolución política sin efecto jurídico alguno da la risa teniendo en cuenta lo que ha teorizado al respecto y contra ello durante lustros

Rajoy sale de la guarida

Esto ha sido España en una semana en que Mariano Rajoy ha decidido salir de su guarida espoleado por el pánico que un desplome electoral ha empezado a causar entre los suyos. Y no sólo por las encuestas ajenas, porque también las propias les anuncian el fin de su primacía en favor de Ciudadanos en un gran número de capitales de provincias.

El presidente se ha paseado por el plató de El Programa de AR y ha anunciado que en diez o doce días irá al Parlamento a hablar del futuro de las pensiones. Para entonces, igual los jubilados ya han acampado en las calles y las plazas porque la protesta no tiene pinta de amainar ni la oposición de soltar un asunto convertido ya en arma electoral. No en vano, ocho millones y medio de votos están en juego y todos quieren pescar del mismo caladero.

Claro que la sensatez tampoco se ha impuesto en la izquierda para abordar este asunto, ya que PSOE y Podemos andan más pendientes de llegar el primero al registro del Congreso y a la cabeza de las concentraciones que de sentarse a hablar en serio del presente y del futuro de las pensiones. Y mientras Iglesias empieza a ceder espacio a Errejón en la protesta y en las televisiones, Sánchez regresa a toda prisa de su gira por los diarios de provincias para reclamar el que sus críticos internos han ocupado durante su ausencia en la escena nacional tras varios meses de silencio. No hay manera de que haya paz en el cementerio socialista.