Pedro y Pablo, cuestión de desconfianza

Pedro y Pablo, cuestión de desconfianza

Pedro pidió tortilla; Pablo, pescado. Ambos tomaron ensalada, hablaron de política, de la NBA, del Estudiantes y de las respectivas familias. Nueve meses han pasado de aquella cena frugal, en la que los líderes del PSOE y de Podemos se sentaron frente a frente por primera vez. Sin cámaras, sin periodistas, sin testigos y, según contaron, con más cordialidad y "buen rollo" del esperado. Nada de eso queda. Lo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es ya una cuestión de desconfianza mutua.

Pedro pidió tortilla; Pablo, pescado. Ambos tomaron ensalada, hablaron de política, de la NBA, del Estudiantes y de las respectivas familias. Nueve meses han pasado de aquella cena frugal, en el reservado de un hotel madrileño, en el que los líderes del PSOE y de Podemos se sentaron frente a frente por primera vez. Sin cámaras, sin periodistas, sin testigos y, según contaron, con más cordialidad y "buen rollo" del esperado. Nada de eso queda. Lo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es ya una cuestión de desconfianza mutua.

En junio de 2015, ambos se necesitaban. España acababa de celebrar elecciones municipales y autonómicas. El PSOE dependía de Podemos para gobernar Extremadura, Castilla-La Mancha Valencia, Aragón y Baleares mientras que las plataformas ligadas a la formación de Iglesias necesitaban el respaldo de los socialistas para hacerse con las alcaldías de municipios como Madrid, Zaragoza, Sevilla o Cádiz.

Hoy, todo ha cambiado. También el "buenrollismo" de aquél primer encuentro que precedió a los pactos post electorales que hicieron posible la gobernabilidad en ayuntamientos y Comunidades. Han transcurrido ya 90 días desde que España celebró elecciones generales, y el Gobierno en funciones sigue en funciones. Se ha intentado todo: una gran coalición, un pacto a la portuguesa, un gobierno en minoría por el centro entre PSOE y Cs... Y nada, unos y otros han sido incapaces de hilvanar costuras.

Todo ha sido impostura, todo teatro porque detrás de cada movimiento para una investidura que se sabía fallida de antemano estaba el interés partidista de cada uno por no perder cotización en el parqué electoral.

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Así que, salvo que en Pascua obre el milagro -que no parece- y se emule la solución catalana, los españoles caminamos inexorablemente de nuevo hacia las urnas porque todas las posibilidades de acuerdo siguen bloqueadas.

Ni el PP está dispuesto a facilitar un gobierno de Sánchez apoyado por Ciudadanos ni la crisis orgánica de Podemos ha hecho mella en el "no" de Iglesias a facilitar con su abstención un ejecutivo de centro-derecha sobre la base del acuerdo suscrito por los socialistas con la formación de Albert Rivera.

Y todo pese a que las encuestas hoy apuntan que PP y Podemos pierden posiciones respecto al 20-D. Claro que también retrocede un PSOE, que no parece que haya sacado rédito de la decisión de un candidato empeñado en mantener a toda costa la iniciativa política. Sólo Ciudadanos parece haber salido reforzado de este impás al que los ciudadanos asisten entre la fatiga, la pereza y el hartazgo.

Iglesias no se moverá de la oferta que ya hizo a Sánchez para un gobierno de izquierdas y de cambio

Pues aún queda "espectáculo". Después de la Semana Santa, en el que todo apunta que se abrirá un periodo de reflexión, estaremos a poco más de cinco semanas para que se disuelvan las Cortes y se convoquen nuevas elecciones. Y será en ese tiempo, ya de descuento, en el que Mariano Rajoy tendrá que decidir -como decidió Artur Mas a la vista de las encuestas- si echarse a un lado y que el PP retome la gran coalición con una presidencia pactada que ponga a Sánchez en una complicada coyuntura o llevar a su partido al desastre como ya barruntan los suyos. Hoy, en aras de una rendición mal entendida, se inclina por lo primero convencido de que en una segunda vuelta con resultados similares a los de la primera, el PSOE se quede sin argumentos para rechazar la gran coalición.

Ante la misma encrucijada se encontrará Pablo Iglesias: perder apoyos en las urnas o facilitar un gobierno presidido por Sánchez y vicepresidido por Rivera. El "coletas" lo tiene tan claro como Rajoy, y no facilitará ningún gobierno alternativo, por mucho relato que el PSOE y sus terminales mediáticas construyan sobre una ficticia división entre "moderados" y "radicales" dentro de la formación morada.

Iglesias no se moverá de la oferta que ya hizo a Sánchez para un gobierno de izquierdas y de cambio, en el que no tiene cabida Ciudadanos. Y así se lo hará saber en la reunión que ambos tendrán esta semana. "El programa de Rivera es impracticable para nosotros", arguye el líder de Podemos, para quien si el PSOE desea una nueva negociación tendrá que volver a su programa de gobierno, y no al pactado con la formación naranja.

Así que, como no parece en ningún caso que Iglesias vaya a rebajar sus pretensiones, no esperen nada de su próximo encuentro con Sánchez, mucho menos después de la utilización en beneficio propio que el PSOE ha intentado hacer de la crisis orgánica de los herederos del 15-M.

Entre Sánchez e Iglesias no hay espacio ya ni para una cena frugal como la de hace un año

A estas alturas ya lo habrá podido comprobar el secretario general del PSOE por los emisarios que ha enviado a explorar las posibilidades de acuerdo con Podemos. Porque mucho Telegram, mucho Whatsapp y mucho Twitter, pero lo que no ha contado Sánchez es que pidió a Iglesias que, antes de la reunión entre ambos, sus respectivos equipos prepararan el encuentro para dotarlo de contenido. Más allá del golpe de publicidad de un nuevo encuentro, en Ferraz quieren saber si Iglesias tiene algo serio que ofrecer.

Pero el problema, dicen en Podemos, ya no es sólo político, sino más bien de confianza. Porque entre Sánchez e Iglesias no hay espacio ya ni para una cena frugal como la de hace un año. Entre uno y otro sólo hay suspicacia, algo que no le ocurre al líder de la formación morada ni con Rajoy ni con Rivera.

El escrúpulo empezó el día que en una de sus múltiples conversaciones con Alexis Tsipras, Iglesias supo por el primer ministro griego que el PSOE quería un acuerdo con Podemos y estaba dispuesto a tejerlo para llegar a La Moncloa. Al líder de Tsyriza se lo había hecho saber el portugués Antonio Costa porque así se lo dijo Sánchez el día que le visitó en Lisboa. No había pasado una semana de aquello y Sánchez pactó con Ciudadanos y PP la composición de la Mesa del Congreso de los Diputados. Fue el primer síntoma, pero hubo más.

No esperen nada del próximo encuentro entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez

Pocas semanas después, mientras los negociadores de Podemos y PSOE compartían mesa en busca de un acuerdo de gobierno, a pocos metros, Sánchez cerraba con Rivera un pacto que le garantizaba 130 "síes", pero no la investidura. El texto buscaba la abstención del PP y asumía como propio gran parte del programa de Rivera.

Así que, salvo que la desesperación por conquistar La Moncloa antes de que el PSOE celebre su congreso federal en mayo, lleve a Sánchez a una de sus habituales fintas y desande hacia la izquierda el camino recorrido a la derecha, nada se espera. Váyanse tranquilos y descansen en Semana Santa porque cuando regresen estaremos dónde estábamos, en una España sin gobierno y con los principales líderes políticos achicando agua en sus respectivos partidos. Iglesias por la fractura con Errejón; Rajoy, por el goteo de casos de corrupción y por taponar la refundación de la derecha y Sánchez, por evitar una candidatura alternativa a la suya. Así andamos.