Qué dirán de ellos cuando ya no estén...

Qué dirán de ellos cuando ya no estén...

Las claves de la semana

Se apagaron las luces, se bajó el telón, se cerraron las puertas de los leones y el 40 aniversario se recordará -con algo más de solemnidad- igual que el 39, el 38 o el 27 cumpleaños de la Constitución. Nada ha cambiado, salvo el nombre de quienes nos representan en las instituciones. El primero el del Jefe del Estado. Por lo demás, asoman como cada diciembre los mismos discursos, los mismos miedos, los mismos agradecimientos y las mismas resistencias históricas para no tocar el texto mientras no se teja idéntico consenso al que hizo posible el parto de la Carta Magna.

Ahí es nada porque aquellos, los de entonces, ya no son los mismos. La de hoy es una generación de políticos bien distinta, que habla idiomas, maneja las redes sociales, pero que como aquella también aspira a dejar su contribución en la historia. Ni mejores ni peores. Son otros. Igual que España no es la misma, tampoco lo son las motivaciones ni los códigos que se aplican a la política.

Hoy no hay un objetivo común, como fue la consolidación de la democracia, que esté por encima del de los partidos porque ni hay ruido de sables ni riesgo de retroceder a la España en blanco y negro del franquismo por mucho que haya un puñado de nostálgicos del régimen.

Los actuales líderes políticos están obligados a vencer las resistencias ideológicas y a abandonar las trincheras aunque el mapa político esté más fragmentado que nunca, el independentismo pretenda volar la vigente arquitectura constitucional y el voto de la ira haya encontrado en la extrema derecha un desahogo para su protesta

Los riesgos son otros, si bien los actuales líderes, con procedencias y convicciones muy distintas, deberían como los de antaño, recuperar el espacio de diálogo porque, como ha dicho Felipe González en estos días de celebración, no hay razón alguna para afirmar que "lo que fue posible hace 40 años hoy resulte inalcanzable". En efecto, no hay peor marco que el de una larga dictadura precedida por una Guerra Civil ni tampoco más motivadora empresa que la de construir un futuro mejor para las generaciones venideras.

Los padres de la Constitución lo entendieron y los actuales líderes políticos están obligados a vencer las resistencias ideológicas y a abandonar las trincheras aunque el mapa político esté más fragmentado que nunca, el independentismo pretenda volar la vigente arquitectura constitucional y el voto de la ira haya encontrado en la extrema derecha un desahogo para su protesta.

  Conmemoración del 40 aniversario de la ConstituciónEFE

No estará Felipe VI para contarlo y tampoco sabemos si para entonces su primogénita, la princesa de Asturias, será reina o España, como desea una parte nada desdeñable de la izquierda sociológica, habrá votado ya si prefiere una monarquía o una república. Pero es seguro que la historia les juzgará y alguien describirá lo que sumaron o restaron en un tiempo de cambio que muchos expertos llaman una segunda Transición.

De los padres de la Constitución lo hizo hace mucho uno de ellos, Gabriel Cisneros, y lo ha recordado con motivo del 40 aniversario y con nostalgia de un tiempo pasado Felipe VI: "La vehemente erudición de Fraga; el conservadurismo ilustrado y mordaz de Miguel Herrero: la templada displicencia gaditana y liberal de Pérez Llorca; el marianismo -a veces un poco cándido, a veces un punto airado- de Peces Barba; la catalanidad sutil, negociadora e implacable de Roca; la increíble tenacidad marxista de Solé Tura; mi populismo -decía Cisneros de sí mismo- antioligárquico, reformista, puritano y tradicional a un tiempo. Todo eso hizo la Constitución española de 1978. Todo eso, más la pasión española de los siete".

  Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias y Albert Rivera.El HuffPost

¿Qué legado dejará Pedro Sánchez? ¿Cómo se glosará la personalidad de Pablo Casado? ¿Qué se dirá dentro de 40 años de Albert Rivera? ¿Cuál será la aportación de Pablo Iglesias? El HuffPost ha preguntado a los cuatro qué les gustaría que se dijera de ellos cuando ya no estén dentro de 40 años en primera línea. Y estas fueron sus respuestas:

Al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez que, pese a avatares, dice estar determinado para seguir gobernando y transformando, le gustaría que se le recordara por "una defensa cerrada de la democracia vista desde el socialismo".

Pablo Casado, hoy en una lucha encarnizada con Ciudadanos por la hegemonía de la derecha, prefiere que cuando pase el tiempo se diga de él: "Durante su Gobierno, España alcanzó el pleno empleo y se convirtió en potencia estratégica del Atlántico en la UE".

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, se conforma con que sus hijos "estén orgullosos de sus padres, se diga lo que se diga de ellos", pero desearía que al menos quede para la historia que "ayudamos a que parte de las reivindicaciones del 15-M se convirtieran en política de Estado".

Y Albert Rivera aspira a que cuando alguien recuerde su paso por la vida pública se diga de él que "volvió a unir a los españoles y situó a España como nación líder de la Europa que derrotó a los nacionalismos del siglo XXI".

Imposible comparar a quienes están fuera ya de la vida pública tras unas larga carrera con los que acaban de llegar a la escena. Los que están al frente hoy de los principales partidos políticos son liderazgos recién nacidos con edades, eso sí, muy parecidas a las que tenían quienes les precedieron en las mismas responsabilidades institucionales u orgánicas.

Felipe VI debe creer que no es el momento para hablar de retos concretos, lo que le convierte en valedor de una parálisis que no va con el curso de los tiempos.

La diferencia respecto a sus antecesores es que todos nacieron en democracia y con nuevos instrumentos de comunicación que nada tienen que ver con los de entonces. Hoy ni siquiera necesitan del periodismo para hacer llegar a los ciudadanos sus mensajes. Les basta una cuenta de twitter, una foto en Instagram o un vídeo subido a Facebook para hacer una campaña y que los votantes conozcan sus propuestas.

Son tiempos de aceleración política, pero con demasiadas resistencias al cambio. El discurso de Felipe VI esta semana ante las Cortes Generales con motivo del 40 aniversario de la Constitución fue una buena muestra de ello en la medida en que el monarca hizo un ejercicio deliberado de abstracción sobre los retos concretos a los que se enfrenta la política española del siglo XXI. Ni una palabra de Cataluña ni de la tantas veces aplazada y necesaria reforma constitucional, que sí mencionó la presidenta del Congreso, Ana Pastor, durante su intervención.

Felipe VI debe creer que no es el momento, lo que le convierte en valedor de una parálisis que no va con el curso de los tiempos. "O cambiamos o nos cambian", dijeron algunos dirigentes políticos ante los primeros latidos del "no nos representan". No cambiaron y les cambiaron. Pues de momento, la contribución del Monarca a una democracia de ritmo vertiginoso que exige transformación y afronta no pocos retos sigue inédita, por lo que está por escribir lo qué dirán de él cuando ya no esté.