Baja diplomacia: cuando un apretón de manos (o no) es un acto machista

Baja diplomacia: cuando un apretón de manos (o no) es un acto machista

Getty Images

(Puedes leer este texto también en catalán)

El viril apretón de manos de Donald Trump contra Shinzo Abe, primer ministro de Japón, en febrero pasado se hizo viral. Vídeos y más vídeos muestran la cara de alivio de Shinzo Abe cuando por fin pudo recuperar su exprimida mano. Como político (y se supone que como empresario), Trump ya se había entrenado con sus partidarios; por ejemplo, con Mike Pence, el vicepresidente, o con Neil Gorsuch, actual miembro del Tribunal Supremo, propuesto por Trump, a quien estuvo en un tris de tirar al suelo de un rabioso apretón de manos.

Casi inmediatamente después de Shinzo Abe, también en febrero, le tocó a Justin Trudeau aguantar la imposición que te aprieten la mano hasta la rojez, que te la zarandeen durante un interminable rato mientras te jalan el brazo como si quisieran arrancártelo o te quisieran derribar para mostrarte quien manda. El primer ministro canadiense, joven y atlético, iba preparado y rechazó la viril acometida.

Tres meses después —y unas cuantas sacudidas de mano más, supongo—, fue Emmanuel Macron quien tuvo que hacer frente a la agresión durante una cumbre en Bruselas. La mayor parte de los medios dijeron con admiración que la había superado con nota. Como si se tratara de subir un color en el cinturón del uniforme de judo.

Macron manifestó alborozado y satisfecho que su respuesta no tenía nada de inocente, que la había preparado porque es así como una se hace respetar en los foros políticos. Recordemos que se ha dudado de la hombría del presidente francés simplemente porque tuvo el buen gusto y la inteligencia de casarse con una mujer mayor que él. Quizás para alejar aún más la sombra de una pretendida homosexualidad, Macron afirmó también que el encuentro con Erdogan había sido «franco, directo y viril».

Esperemos que en la era diplomática que se inicia, todos estos políticos tan machos y que tan a gusto y con tanta alegría le siguen el juego no acaben pensando lo mismo que Trump.

En vista de todo ello, cuando escuché decir a hombres avispados, e incluso a mujeres muy sensatas, que a causa de estas heroicidades Macron cada vez les caía mejor, me saltaron todas las alarmas.

Parece, pues, que es digno de alabanza, de un mérito enorme, ponerse a la altura del arrasador Trump en vez de pensar y preparar políticas un poco más sofisticadas que las suyas para que la humanidad progrese y pueda caminar hacia la paz y no hacia la guerra, que eviten cualquier tipo de violencia, incluso agresiones aparentemente sólo simbólicas. Vamos, que no se valoran los esfuerzos para que la política no se convierta en un machista y grosero pulso tabernario. Caer en la trampa (más que en el juego) de Trump —y por lo visto se dejan caer en ella felices como perdices— es regalarle la victoria, es darle la razón, es rendirle homenaje.

Tal vez como Dusko Markovic, primer ministro de Montenegro, no se revolvió y no le propinó una colleja cuando el presidente yanqui le empujó de mala manera para poder pasar por delante de todo el grupo de líderes de la OTAN, su caso ha despertado poco eco en los medios. Markovic no ha sido suficientemente viril; no ha jugado a ver quién la tenía más larga.

También llama la atención que se haya comentado mucho menos la afrenta de Trump a Angela Merkel (impagable la cara de discreta e inteligente perplejidad de Merkel), cuando éste se negó a estrecharle la mano, justamente en el Despacho Oval, de tan tristes y libidinosos recuerdos. Seguramente porque Merkel no la tiene ni larga ni corta (ni falta que le hace) y es bien sabido, por otra parte, que Trump cree que el único lugar hábil para agarrar a una mujer es el coño.

Esperemos que en la era diplomática que se inicia, todos estos políticos tan machos y que tan a gusto y con tanta alegría le siguen el juego no acaben pensando lo mismo que él.