No es sensibilidad, es machismo

No es sensibilidad, es machismo

Marcos del Mazo via Getty Images

Este artículo está disponible también en catalán.

La sentencia de la violación múltiple de la Manada ha desencadenado una avalancha de noticias, artículos, tertulias, opiniones, etc. Muchas de plumas o voces femeninas. Bienvenidas sean.

Las hay masculinas, claro. Algunas sorprenden porque están a años luz de la realidad y de donde están ya las mujeres.

Por ejemplo, en el programa Preguntes freqüents de TV3 del pasado sábado 28 de abril, después de escuchar los serenos, equilibrados y sobrecogedores testimonios de una violada que tuvo el valor de relatar la brutal agresión y lo que implica, y el de una psicóloga especializada en victimología a quienes se dejó, por cierto, el tiempo que necesitaban en un espacio lejos del sensacionalismo, intervinieron una y un periodista. Ella explicó progresivamente y visiblemente conmocionada una experiencia de agresión por parte de un culto y refinado gestor cultural que no terminó en violación por los pelos. Él, también visiblemente afectado, preguntó qué se podía hacer para que las mujeres aprendieran a repeler los ataques. Le hicieron notar con educación y solvencia que la pregunta era un poco perversa puesto que el problema son los agresores y no las agredidas. Es como situar el problema de los atracos en las víctimas y no en quien las atraca.

La misma óptica del conocido paradigma Golda Meir: un ministro suyo, alarmado por las frecuentes agresiones contra las mujeres, propuso decretar el toque de queda para que no pudieran salir de casa. Meir apuntó que, visto el sexo de los agresores, el toque fuera para los hombres y no para las mujeres. No se decretó ningún toque de queda.

Por ejemplo, un artículo titulado «Por qué los hombres violamos», cargado, sin duda, de buena voluntad e intención.

El título es un espejo. Probablemente el autor, profesor universitario, no ha violado a ninguna mujer, pero sabe que muchos de sus congéneres violan y ya en el título busca la empatía con las mujeres situándose valientemente dentro del grupo de los agresores.

A su entender, en parte la culpa la tiene la testosterona dado que les dificulta el autocontrol. No sé si deberían, pues, tomar alguna medida para paliarla. No deja de sorprender, de todos modos, esta declaración tras siglos de repetirnos que los hombres son cultura (y racionalidad) y las mujeres, naturaleza.

Culpa a otro aspecto, a su entender, poco conocido: su sensibilidad.

Por ejemplo, el éxito profesional o social de nuestras parejas afecta negativamente a nuestra autoestima. En contraste, la confianza de las mujeres no se ve minada por nuestros logros. Los hombres somos el sexo sensible. Ellas, el resistente.

¡Ostras, tú! «Sensibilidad», curioso sinónimo de lo que siempre se ha denominado «machismo» o en el mejor de los casos un descomunal «ego».

Totalmente contrastada la resistencia femenina, me detengo un momento en la definición de amor de María Moliner, ya que explica la capacidad femenina no sólo para aceptar los éxitos ajenos, sino para regocijarse con ellos.

Sentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo.

Moliner, a quien la exacerbada sensibilidad de la Real Academia, dejó fuera de la institución porque tuvo la osadía y la falta de sensibilidad de componer por su cuenta y riesgo un diccionario completo (¡y qué diccionario!).

El autor, que pasa erráticamente de la primera a la tercera persona, más adelante atribuye las agresiones a dos cambios sociales. Por un lado:

La revolución tecnológica ha dejado en la cuneta de la economía a millones de hombres con estudios bajos. La incertidumbre sin precedentes que sufren les lleva a adoptar comportamientos adictivos, erráticos y potencialmente violentos.

Habrá que preguntarse, pues, a qué atribuirá las agresiones anteriores a la revolución tecnológica, aún más frecuentes y masivas. Del otro:

La revolución feminista ha llenado de mujeres las aulas y los lugares de trabajo. En pocas décadas, hemos pasado de un monopolio masculino del espacio público a la paridad, o incluso superioridad femenina, en algunos ámbitos.

Y se enzarza en una disquisisción respecto a que cuando los hombres son mayoría «invierten esfuerzos en construir relaciones saludables con las mujeres», pero si están en minoría se vuelven más violentos.

La necesidad y urgencia de un «Cuéntalo» masculino es extrema

Que se lo explique a la médica Concepción Aleixandre, apedreada hacia 1896 por sus constructivos «compañeros» de la Facultad de Medicina, o a Concepción Arenal, que recibió el mismo saludable trato. A Rosalía de Castro, Gertrudis López de Avellaneda, Fernán Caballero, Emilia Pardo Bazán. O a la antes citada María Moliner. O que se lo pregunte a cualquier universitaria, miembro de la judicatura, científica, profesional de cualquier ámbito..., que haya tenido que lidiar con un mundo masculino: le explicarán la gradación que va de la agresión más tremenda al paternalismo más ajado y casposo.

Concluye el artículo citando a una sola fuente de autoridad (masculina, por cierto) y constatando que el patriarcado es también terrible para la salud de los hombres. Y lo constata justamente en un artículo que habla de violaciones.

Sirvan de ejemplo la pregunta del periodista y el artículo del profesor para constatar que la necesidad y urgencia de un «Cuéntalo» masculino es extrema.

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