Una batalla de la que Fidel huyó

Una batalla de la que Fidel huyó

Fidel, tú destruiste a un país, y en el mismo sentido destruiste tu legado. Como un gran carnicero rasgaste con un cuchillo muy bien afilado el tejido social. Sabías bien por dónde cortar: la familia. Sin tener en cuenta lo que había pasado con la tuya. Toda la emoción y esperanza popular que lograste en un principio la pervertiste después con tus caprichos, tu terquedad, tu mesianismo.

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Foto: Eythel Aracil

Fidel, ahora debes estar gozando donde quiera que estés. Siempre has sido lo suficientemente hábil para salirte con la tuya. Viste que venía Trump y te apuraste.

Mientras tanto, nos quedamos aquí todos. Unos, que ni siquiera han vivido en Cuba y ni han pasado las dificultades económicas e ideológicas que implica nacer y crecer allá -y tener que salir corriendo por culpa de estas- te elogian a mares en redes sociales.

Dicen que se necesita "más gente como tú". Pero no. Lo que propusiste y los logros que llegaste a tener con tu revolución en diferentes ámbitos (salud, educación, deporte, etc.) se extinguieron hace ya mucho tiempo. Y claro, es algo que personas como esas se niegan a ver, siguiendo fielmente tu ejemplo: preferiste morir antes de aceptar tus errores. Reconocerlos de forma sincera nunca fue una de tus características. Por más que hayas dicho algo al respecto.

Del otro lado de esas personas hay muchos celebrando en Miami, comparto con ellos la emoción de que tú ya no estés entre nosotros. Nos quitamos de arriba tu peso simbólico. Aunque no llego a ese nivel de alegría, más bien siento algo de tranquilidad, esperanza, pero también duda sobre qué pasará. Así como un dolor crónico -que incluye nostalgia, incertidumbre, llanto- por todos los que hemos tenido que irnos de Cuba debido a una razón u otra. Como de pronto, por culpa de un gobernante y su corte, que no supieron escuchar a su pueblo y que siguen estando a la defensiva, varios miles le hemos puesto pausa a nuestra historia allá y play en alguna otra parte del mundo.

A diferencia también de muchos de quienes celebraban en Miami, yo no hubiera podido votar por Donald Trump (sé que hubo otros miles que no lo hicieron). Entiendo que en EEUU hay problemas económicos y que la gente quiere un cambio, pero Trump es un hombre que en gran medida se parece a ti, Fidel, en ese caudillismo del macho que todo lo puede, de conquistar a millones con su retórica y la promesa de que llegará a cambiar todo, de que tendrá mano dura. Y realmente, lo más probable, y deseable, es que no pueda hacerlo.

Sé de los dolores que causaste Fidel a mucha de la comunidad del exilio, tanto a los que dejaron la isla al inicio de la revolución como después. A mí me tocaron otros. Pero no se trata de ver a quién le fue peor, sino de buscar las mejores alternativas que puedan hacerle la vida más sencilla a la gente, especialmente a los que viven allá.

Trump pone en peligro el frágil acercamiento que ha habido recientemente con el Gobierno cubano. Sí, el avance en derechos humanos y democracia es minúsculo o quizás inexistente, es el GRAN tema que sigue pendiente. Pero elijo una interrogante, acompañada de esperanza, antes que la cerrazón de años anteriores y que temo regrese.

(VIDEO: Las históricas palabras de Barack Obama en su visita a Cuba)

Y que no me vengan a decir que las palabras de Barack Obama en el Gran Teatro de La Habana no fueron un cierto avance, hasta tú reaccionaste a ellas, Fidel. Lo que que ha pasado desde entonces, bajo mi óptica, ha sido interesante. Sí, el desfile de Chanel, el concierto de los Rolling Stones y muchas otras cosas más han sido una manera -aunque superficial o tímida, si se quiere ver así- de acercar a Cuba lo que pasa en el resto del planeta. Y que además rompe su monotonía.

Por otro lado, es difícil no poder aceptarme plenamente en un grupo o en otro, tratar de estar en el medio para intentar ver las cosas lo más objetivamente posible. Estoy en una complicada posición de los que critican cosas, pero no elige ninguno de los dos extremos por una simple y sencilla razón: porque no hay que elegirlos y comprarse ninguno de esos dos paquetes. Aunque tú nos enseñaras, Fidel, que a fuerzas teníamos que estar en alguno de los bandos, ya basta. Además, ninguno de estos bandos es tan homogéneo como tú los hiciste ver.

No importa que de un lado me acusen de gusano y me griten "lárgate a tu país", como lo hizo un decena de personas en plena avenida Reforma de la Ciudad de México hace unos años, al salir de una conferencia de Yoani Sánchez en el Senado mexicano. O que me acusen de "poco cubano", como pudieran llegar a hacer otros solo porque yo reconozca algo bonito de haber vivido en Cuba. O que otros me digan que estoy fuera de la isla y por eso no tengo ningún derecho a opinar del tema. Yo soy cubano aunque casi no tenga acento y no me gusten ni el ron ni el tabaco y menos aún me vista de verde olivo. Eso sí, sé bailar.

Fidel, tú destruiste a un país, y en el mismo sentido destruiste tu legado. Como un gran carnicero rasgaste con un cuchillo muy bien afilado el tejido social. Sabías bien por dónde cortar: la familia. Sin tener en cuenta lo que había pasado con la tuya.

Toda la emoción y esperanza popular que lograste en un principio la pervertiste después con tus caprichos, tu terquedad, tu mesianismo. ¿De verdad se puede seguir defendiendo a alguien que dijo "Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho"? Por más que hayas enfrentado amenazas verdaderas de los gobiernos de EEUU, tú también tuviste varias historias oscuras.

Ese mundo exterior del que tanto nos metían terror no podía ser tan malo si desde allá llegaban tantos chocolates y otros dulces, si podía haber gente que vivía bien y decir lo que quería.

Yo, como millones, fui un pionerito que cantó las consignas de tu Revolución, y a día de hoy, recuerdo fragmentos del himno de la escuela primaria en la que estudié. Creí en cierto momento algo de ese discurso de que no éramos un país ni desarrollado ni de tercer mundo, sino más bien uno "en vías de desarrollo". Esa categoría inventada para ponernos en un pedestal y de ahí ver de una manera moral e ideológicamente superior a todos los demás. Tiempo después comprobé que no somos tan excepcionales.

Conforme crecí y vi las cosas, ya los discursos no me fueron cuadrando. Ese mundo exterior, del que tanto nos metían terror, no podía ser tan malo si desde allá llegaban tantos chocolates y otros dulces, si podía haber gente que vivía bien y decir lo que quería. Y no tenía que escuchar a escondidas las ondas de radio que provenían de Estados Unidos para luego comentar, con voz baja, lo que ocurría en Cuba pero que no contaban en medios de comunicación oficiales.

Creo Fidel, que necesitamos tener más relativos, no irnos siempre al extremo, aunque siempre siendo claros en los argumentos. Y no es tibieza, es la sensatez de tratar de hacer las cosas distintas. Confío en que podremos lograrlo ahora gracias a tu ausencia, gracias a que ya no estás, rey de lo absoluto. Para muchos será diferente.

Este post fue publicado inicialmente en la edición mexicana de El Huffington Post