Esos valientes estudiantes que quieren seguir implicándose pese a los atentados

Esos valientes estudiantes que quieren seguir implicándose pese a los atentados

Me faltan las palabras. Me gustaría consolarlos, expresarles mi solidaridad, mi amor, mi apoyo, pero no sé qué decirles. Tengo la impresión de que todo son palabras vacías que se aglutinan a las demás. Se me hace un nudo en el estómago al ver a estos jóvenes voluntarios tristes por el colectivo, derrotados frente a la adversidad. Pero nadie baja los brazos.

henribergius/Flickr

Los estudiantes tienen rostros serios y tristes. El proyecto de baile, en el que trabajan desde hace varios meses, acaba de sufrir un grave parón. ¿Cómo organizar un baile, una fiesta, mientras todo el país está de luto? ¿Cómo justificar ese riesgo, mientras todas las autoridades del país llaman a la calma y a la contención?

Me refiero al baile de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Libre de Bruselas.

Se convoca a todo el equipo en la oficina, una sala aislada, como un cuartel general instalado en el lugar del taller. Los 40 voluntarios escuchan a sus responsables: los delegados Solange, Flore, Ilan y Marie, la secretaria Laura, los tesoreros David y Pauline, el vicepresidente Loïc y el presidente, Germain. Es él quien toma la palabra. Las palabras se encadenan, mecánicas, la voz entrecortada, la realidad que se presiente dura. "No nos ha parecido posible continuar con el montaje mientras toda la universidad ha sido evacuada. Vamos a intentar terminar el taller y celebrar el baile. Tendremos una reunión de crisis mañana. Os mantendremos informados del desarrollo de los acontecimientos". Las últimas frases se rompen en un sollozo. Laura trata de intervenir, pero Germain quiere terminar. Es su deber, su responsabilidad.

¿Cómo habría reaccionado yo en su lugar? ¿Con tanta madurez y profesionalidad? Me doy cuenta de que acabo de recibir una lección. Una lección de vida. Una lección de esperanza.

El proyecto no es menor. Consiste en reacondicionar una antigua empresa eléctrica, ajustarla a las normas de seguridad, decorarla y adornarla. Todo eso en una noche, para acoger a los estudiantes, profesores y antiguos alumnos de la facultad para el baile previsto para el 25 de marzo. Un proyecto del que pueden estar orgullosos los futuros arquitectos, que se desviven por ello de forma voluntaria con el fin de crear un evento único, excepcional. Nada que ver con una sala de discoteca. El lugar es, simplemente, mágico. "Es el lugar con el que soñaba desde que entré a la universidad", me confía Germain Lamotte, actualmente estudiante de segundo año de máster y presidente del grupo de estudiantes Cercle des Architectes Réunis. Flore Romain confiesa que ese es el objetivo de un año que consideran el fin de un mandato, no en el sentido académico, sino en el humano.

Como profesor responsable del proyecto presente en esta reunión, me faltan las palabras. Me gustaría consolar a estos estudiantes, expresarles mi solidaridad, mi amor, mi apoyo, pero no sé qué decirles. Tengo la impresión de que todo suena vacío, de que mis palabras se añadirán al resto de palabras. Se me hace un nudo en el estómago al ver a estos jóvenes voluntarios tristes por el colectivo, derrotados frente a la adversidad. Ninguno piensa en sí mismo. Nadie baja los brazos. Traen las herramientas en orden a la oficina; el inventario está hecho. Se ha descargado el último camión. Los equipos se dispersan. Estoy triste por no llorar.

¿Cómo habría reaccionado yo en su lugar? ¿Con tanta madurez y profesionalidad? Me doy cuenta de que acabo de recibir una lección. Una lección de vida. Una lección de esperanza. Estos jóvenes quieren seguir viviendo e involucrándose. Es el mejor regalo que pueden hacernos, el mejor golpe a quienes expanden el odio y la destrucción. La esperanza es la juventud.

Los sucesos del 22 de marzo de 2016 todavía no se han asimilado, aunque ya resuenan a través de las historias y trayectorias individuales. Las de las víctimas, sus familias y sus amigos. Las de todos los habitantes. Bruselas, la multicultural, ya no es la misma. Algo ha cambiado. Hay una cierta seriedad que oculta la habitual verborrea y distensión de los belgas. Hay que reaprender a vivir. Y luchar por conservar la esperanza.

Fabrizio Bucella también es sumiller y colabora con la 'Revista del Vino de Francia' y con la escuela de cata de vino Inter Wine & Dine (IWD).

Este post fue publicado originalmente en la edición francesa de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano

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