Tratando de ser un buen padre en un mundo de hombres malos

Tratando de ser un buen padre en un mundo de hombres malos

Probablemente jamás le alcanzará un rayo. Pero está casi claro que mi hija será víctima de alguna conducta sexual inadecuada. Es repugnante, pero es así.

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El día que oyes el primer llanto, empiezas a construir un mundo. Lo haces con achuchones, nanas, alimentando al bebé en plena noche, descubriendo cosas y jugando. Es frágil, resplandeciente y hermoso. Rezas para que nada entre sin permiso en ese mundo que estás construyendo. Y escoges con mucho cuidado qué es lo que entra, porque el mundo que estás construyendo no es para ti.

Pero un día el dique se fracturará y empezará a entrar agua.

Un año después de que Donald Trump lograra la presidencia, pese al hecho de que había alardeado de poder agarrar a las mujeres por sus genitales, mi hija asistió a una clase de educación sexual muy detallada de cuatro horas. Es solo cuatro años más joven que una mujer de Alabama cuando el juez estadounidense y candidato republicano al Senado Roy Moore presuntamente abusó de ella. Ahora mismo, el cuerpo de mi hija sigue siendo suyo, pero pronto el mundo lo reclamará.

Ya llega el agua. Pronto tendrá que aprender a nadar.

Muchos de los peligros de los que me preocupo nunca se harán realidad. Probablemente no vendrá un oso a comerse a mis hijos cuando estemos de acampada. Probablemente no se los tragará la tierra tras un terremoto. Y, probablemente, jamás les alcanzará un rayo.

Pero está casi claro que mi hija acabará siendo víctima de alguna conducta sexual inadecuada. Es repugnante pensar en ello, pero también una verdad innegable. Este torrente de noticias sobre comportamientos delictivos y asquerosos es nuevo, pero el comportamiento no. Las mujeres y las niñas llevan mucho tiempo soportándolo.

Ahora mismo el cuerpo de mi hija sigue siendo suyo, pero pronto el mundo lo reclamará. Ya llega el agua. Pronto tendrá que aprender a nadar.

Preparar a mi hija para este mundo requiere tacto, empatía y, sobre todo, la voluntad de admitir que no tengo todas las respuestas.

La preparación empieza dejándole claro que su cuerpo es solo suyo, siempre y para siempre. Que no le debe a nadie un abrazo, un beso ni una sonrisa. Que jamás debe dejarse influenciar por cómo la ve el mundo, que la opinión de los demás carece de importancia, que lo que ella piense es lo que más importa.

Le prometeré que la voy a defender, creer y apoyar en los modos que aprenda a utilizar para protegerse. Y la defenderé, creeré lo que me cuente, apoyaré los métodos que tenga que utilizar para protegerse a sí misma y estaré con mi esposa cuando enseñe a nuestra hija a enfrentarse a todas esas adversidades.

Nunca llegaré a conocer de primera mano el miedo visceral que siente una mujer cuando sufre una agresión sexual, pero puedo presentarle a gente que sí que lo conoce bien, las personas que han escrito y hablado con elocuencia e indignación en estos tiempos. Las mujeres que lucharon con valentía contra los graciosos de turno que subvirtieron intencionalmente el "debemos creer a las mujeres", volviéndolo un jocoso "debemos creer a todas las mujeres, digan lo que digan".

También puedo dar varios consejos. Advertirle que tenga cuidado con los hombres poderosos. Que tenga cuidado con las mujeres que instan a la conformidad. Que no crea en héroes. Que empiece conmigo.

He dicho antes que está casi claro que mi hija sufrirá algún tipo de conducta sexual inadecuada a lo largo de su vida, pero no se lo pienso decir. No quiero que su ansiedad se dispare porque también podría equivocarme yo. Puede que tenga suerte. De lo que sí que estoy más que seguro es de que a mi hijo otros chicos le incitarán a menoscabar a las mujeres y que él lo hará para que le acepten. Si eres hombre, tu propia experiencia a lo largo de tu vida es la prueba que necesitas para darte cuenta de que lo que acabo de decir es verdad.

Que tenga cuidado con los hombres poderosos. Que tenga cuidado con las mujeres que instan a la conformidad. Que no crea en héroes.

Tengo más tiempo para preparar a mi hijo hasta que el mundo me lo arrebate del mundo que he construido para él. Todavía tiene cuatro años. También me queda muchísimo más trabajo por hacer con él que con mi hija, porque erradicar la violencia sexual es una labor que comienza cambiando el comportamiento de los hombres cuando aún son niños.

Hay unas cuantas normas básicas: mantén las manos solo para ti y no digas nada desagradable. Hasta ahí es fácil. El trabajo más complicado tiene que ver con fomentar la introspección, la empatía y una curiosidad sincera, así como con enseñarle a hacer frente a una cultura dominante de masculinidad tóxica que se muestra de las formas más sigilosas y abiertas posibles.

Atención al caso del político y humorista Al Franken: como escribió Dara Lind en Vox, Al Franken no sabe si habrá mujeres que "se presentarán con denuncias, porque no esperaba que ninguna mujer presentara denuncia alguna. Punto". Puede que Al Franken no sea consciente de a quién ha podido hacer daño porque nunca ha considerado que su comportamiento pudiera ser hiriente. El lenguaje de este estilo que se ha extendido últimamente revela una ceguera emocional entre los hombres que han tenido que responder por sus acciones.

Erradicar la violencia sexual es una labor que comienza cambiando el comportamiento de los hombres cuando aún son niños.

¿Por qué está tan extendido este lenguaje del olvido? Porque se ha tolerado y fomentado entre demasiados hombres.

He aquí un ejemplo de esto que digo: suelo escuchar un programa de radio en el que informan de deportistas que han agredido sexualmente a otras mujeres. Normalmente, suele haber un debate: ¿Deberían castigar al deportista? ¿Con cuánta severidad? Para mí, que lo escucho desde casa, no hay debate posible: sí, con la máxima severidad. Ese mismo programa suele tener una sección que gira en torno al comportamiento inadecuado. Sin embargo, utilizan la incomodidad que genera en las mujeres para hacer reír. Mis hijos escuchan este programa casi todos los días.

Como me tomo en serio lo de hacer todo lo que está en mi mano para proteger a mi hija y alejar a mi hijo de la misoginia, en esos casos me veo en la obligación de apagar la radio y explicarles por qué.

Y eso no es nada. Si te sorprende por ser demasiado radical o demasiado políticamente correcto, piensa en cómo reaccionarías si un programa de radio tuviera una sección racista de broma. Las palabras son herramientas poderosas, sobre todo si no se rebaten.

Tengo que decirle a mi hijo una y otra vez que las mujeres no existen para el disfrute y mofa de los hombres. Tengo que hacerlo de forma clara y directa a través de conversaciones y una instrucción cargada de paciencia. Y debo hacerlo dando ejemplo. Tengo que demostrarle cómo debe apoyar, defender y creer a las mujeres. Tengo que enseñarle que las mujeres deben liderar la marcha si queda alguna esperanza de crear una sociedad justa y equitativa.

Y esa es la lección más importante que le puedo enseñar a mi hijo: cuando crezcas, el mundo no será tuyo.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.

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