Pasión por el Atleti: por qué he ido a Lisboa

Pasión por el Atleti: por qué he ido a Lisboa

Pasión, en alguna acepción, es también sufrimiento, del que hace que las alegrías se disfruten más. Para ser del Atleti, hay que vivir. Hay que entender que la felicidad completa y perpetua no existe, que lo que hay son momentos de felicidad que hay que disfrutar y aprovechar.

"El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios... Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión", aseguraba uno de los personajes de El secreto de sus ojos para explicar que uno no cambia nunca de equipo de fútbol, pase lo que pase.

Ser del Atleti no es una afición, ni un entretenimiento, ni un espectáculo, es mucho más que eso, es una pasión. Y ser del Atleti es como la vida misma: hay momentos malos, hay momentos de felicidad, hay tristezas, hay alegrías y, sobre todo, hay que sufrir.

Hay también etapas en las que tienes que aguantar la zafiedad de algún presidente de infausta memoria montado en un caballo blanco, con cadenón de oro al cuello y sumergido en un jacuzzi. O las de un presidente médico forense que está muy lejos de estar a la altura del club que representa.

Hay que superar momentos de abatimiento y aprender a reponerse de decepciones.

Hay que vivir bajo el apelativo de El Pupas que creó un maldito día otro presidente, que nos ha perseguido durante años y que ahora intentamos sacudirnos.

Hay que pasar por el doblete del 96 con la misma dignidad con la que luego estuvimos en el infierno.

También hay que vivir con la ilusión que contagia un personaje como Cholo Simeone, identificado con el alma del Atleti e inundado de la pasión necesaria para marcar el rumbo de este equipo. Hay que disfrutar ahora igual que durante años temíamos los lunes por la mañana llegando al trabajo después de los domingos en los que, como decía el gran Santiago Amón, anochecía sobre el Calderón, con enormes nubarrones negros, a las cinco de la tarde, cuando en el resto de Madrid y de España aún era de día.

Pasión, en alguna acepción, es también sufrimiento, del que hace que las alegrías se disfruten más.

Para ser del Atleti, hay que vivir. Hay que entender que la felicidad completa y perpetua no existe, que lo que hay son momentos de felicidad que hay que disfrutar y aprovechar. Que ser feliz es juntar en el menos tiempo posible el mayor número de momentos de felicidad. Que hay que tener pasión.

El que quiera comprar la alegría, sentirse impostadamente feliz de manera permanente y, sobre todo, tener la vida fácil, que se haga de otro equipo.

Uno no sabe en qué momento exacto se hace del Atleti o si se nace así. Influye la tradición familiar de un padre que hablaba del Metropolitano y de las tardes de gloria de Collar y Calleja y se alimenta con los cromos de los ídolos de la batalla de Glasgow. También con el recuerdo de aquella noche de hace justo 40 años en la que fuimos campeones de Europa durante solo unos minutos hasta que un alemán de nombre cargado de consonantes nos mandó a la cama con las lágrimas en los ojos.

La pasión creció con las mañanas de niño que se escapa a por autógrafos de sus ídolos que salen de entrenar en el Calderón. De la charla de ese niño con el gran Luiz Pereira que siempre se bajaba de su coche verde para dedicar unos minutos en la puerta del estadio a los que tanto le admirábamos.

La pasión por ser del Atleti es lo que vi hace dos semanas cuando los socios de mi peña atlética Los 50 reunieron a los héroes de aquella noche, a Reina, Melo, Ovejero, Panadero Díaz, Gárate, Irureta, Leal, Ayala, Adelardo... y los vi llorar por el recuerdo de aquella final y, sobre todo, por la emoción de estar cerca, 40 años después, de vengar en Lisboa aquel gol en el descuento. Algunos jugaron y triunfaron en otros equipos, pero todos explicaban que pasión solo habían sentido y sienten por ser del Atleti.

Ser de un equipo de fútbol es como tener presente la línea de tu vida, que siempre te acompaña y que te sirve para relacionar cada partido, cada copa, cada triunfo o cada derrota con lo que te ocurre en esos momentos y, sobre todo, con las personas que te acompañaban.

Y sentir la pasión por el Atleti es sentirla por toda esa vida, esos acontecimientos y esas personas.

También transmitirla a mis dos hijas cuando una de ellas un domingo me hizo la pregunta fatídica: "¿Si el Atleti es el mejor por qué pierde siempre?" La respuesta debió tener la carga de pasión suficiente porque ahora las dos me acompañan a Neptuno.