¿Por qué el Día de Europa no es festivo?

¿Por qué el Día de Europa no es festivo?

EFE

¿Quién sabe que el 9 de mayo es el Día de Europa? Siendo sincero, casi nadie, y es lógico. Al no ser festivo, es un día totalmente invisible. Y lo que es invisible, no existe. Casi nadie sabe que un 9 de mayo 1950, a través de un histórico discurso del entonces ministro francés Schuman, Alemania y Francia decidían cooperar para superar el odio mutuo y fratricida. Pero más allá de algunas celebraciones institucionales y reportajes periodísticos, el Día de Europa, símbolo de la reconciliación continental tras dos guerras mundiales sangrientas, es hoy un día internacional cualquiera. Y sin una mayor relevancia emocional, popular y práctica en nuestro calendario, seguirá en la marginalidad y el olvido.

El olvido, junto con el miedo, es el alimento de las extremas derechas en Europa. No olvidemos que el proyecto europeo nace de las ruinas del fascismo y de los nacionalismos identitarios. Y si bien en Francia, Austria y Holanda han sido frenados de forma momentánea, hoy el odio y el repliegue nacional vuelven a la carga con más fuerza que nunca. A Europa no le amenaza una barbarie externa, sino su propia barbarie.

Ante ello, necesitamos reforzar el proyecto europeo, nuestra mejor herramienta para defender la paz, la solidaridad y las conquistas sociales de la postguerra. Sin duda, la joven Unión Europea no es perfecta. Al igual que no lo es ninguna nación o Estado Miembro, por mucho que lleven siglos de construcción social, política y bélica a sus espaldas. Pero porta en su esencia tanto la memoria de nuestro tumultuoso pasado como nuestra aspiración a la concordia entre pueblos europeos.

La memoria y celebración comunes a toda la ciudadanía europea contribuyen a cohesionar nuestro proyecto compartido y apostar por setenta años más de paz.

Por ello, como cualquier proyecto político y social, la Unión Europea necesita símbolos cotidianos y comunes a toda la ciudadanía europea. Requiere la construcción de un imaginario colectivo popular que nos proyecte en una temporalidad y referencias compartidos. En este marco, necesita que una vez al año paremos nuestro afán productivo para recordar a todas las personas que lucharon para construir la paz en este continente; para celebrar los principios y lazos de solidaridad y fraternidad que nos unen; para tener conciencia de que el futuro, aún más en un mundo globalizado, complejo y sin fronteras, se construye juntos.

Este día festivo no debe sustituir nuestros días festivos nacionales (y locales). Al igual que la bandera y el himno europeos se suman a las banderas e himnos existentes, ese día feriado tiene que ser totalmente complementario a la agenda festiva ya establecida. Mientras los días festivos nacionales son la expresión de cada pueblo europeo y de sus diferentes culturas, identidades e historias, el Día de Europa es la expresión del pueblo europeo, de su cultura, identidad y civilización comunes. Es la expresión de nuestras interdependencias y de nuestro futuro compartido. Es la expresión del sentido común europeo: unidad en la diversidad.

El lector más pragmático debe saber que, con una media europea de 12 días festivos al año (14 en España), queda espacio de sobra para incluir ese día festivo. Además, después de años de crisis, resultaría un gesto fuerte –al igual que ha hecho Portugal— volver a aumentar los días festivos. En España, tras años de injusticia y sufrimiento, aún más. Y, por una vez estos últimos años, sería una excelente ocasión asociar Europa a una emoción positiva.

Transformar el 9 de mayo en día festivo en todos los Estados Miembros no soluciona todos los problemas existentes ni sustituye en absoluto la necesidad de una reforma profunda de nuestras instituciones nacionales y europeas y de sus políticas sociales, económicas y ecológicas. Pero la memoria y celebración comunes a toda la ciudadanía europea contribuyen a cohesionar nuestro proyecto compartido y apostar por setenta años más de paz.

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Florent Marcellesi es eurodiputado de EQUO en el grupo de Los Verdes/ALE. Actualmente, lidera las posiciones de energía de Los Verdes Europeos en la eurocámara y es el vicepresidente de EUFORES, la red parlamentaria para el fomento de las energías renovables. Además de ingeniero de caminos y urbanista, es también especialista en cooperación internacional. Es miembro del think tank EcoPolítica y autor, entre otros, de títulos como ¿Qué Europa queremos? (Icaria, 2014) y Adiós al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible (El viejo topo, 2013).