El nuevo ultranacionalismo europeo

El nuevo ultranacionalismo europeo

Los primeros ministros de Polonia, Beata Szydlo, y Hungría, Viktor Orban.Getty Images

En 1981, el sindicato polaco Solidaridad contaba con unos diez millones de seguidores. Habían inventado el moderno populismo de derechas, que se extendería como la pólvora pocos años más tarde, finalizada la Guerra Fría. Porque Solidaridad era un sindicato independiente, sí, el primero en un país comunista del bloque del Este; pero su base ideológica era el catolicismo. Lo cual era bien visible: misas y confesiones públicas en las factorías en huelga, procesiones, pins de Nuestra Señora de Częstochowa. Y la "víctima necesaria", al final: el padre Jerzy Popiełuszko, asesinado por la policía política del régimen comunista en 1984.

Por entonces, las protestas lideradas por Solidaridad en 1980 parecían el culmen del progresismo. Sin embargo, a través del boquete abierto por Solidaridad en el Bloque del Este se coló Jeffrey Sachs, asesor de Solidaridad, ya convertido en partido político, a partir de 1988. Con Sachs llegó la doctrina de choque, el neoliberalismo de la Escuela de Chicago en el laboratorio polaco y también en el húngaro. Y muchos años más tarde, en Polonia tenemos un gobierno afín a la nueva ultraderecha, alt right europea o como quiera llamarsele siempre que no se le llame "izquierda" o "progresista". Y cuya rebeldía es uno de los quebraderos de cabeza de Bruselas.

  Agosto 1980: en Gdansk (Polonia), un miembro del sindicato Solidaridad, se confiesa durante una misa en los astilleros, con sus trabajadores en huelga. (Photo by Keystone/Getty Images)Getty Images

Un detalle importante: de los diez millones de militantes que tenía Solidaridad en 1981, un millón procedía del partido comunista polaco. Empezaba también en Polonia la abducción de las izquierdas, que más adelante pudimos comprobar cómo se extendía por el Este. Bien en aquellos gobiernos de unidad patriótica en las repúblicas ex yugoslavas en secesión y guerra; en el llamativo emparejamiento de ultranacionalistas y comunistas en las calles de Moscú desde la misma disolución de la Unión Soviética, que cuajó en el Frente de Salvación Nacional; o en el fenómeno de los nacional-bolcheviques. Pero, bueno, aquello, visto con las gafas de la época, pasaba por ser una exquisita extravagancia del Este. Basta releer aquella formidable novela: Limónov, de Emmanuel Carrère, que aún hoy se contempla como el divertido retrato de un friki.

A comienzos del siglo XXI, un líder político europeo completó el monstruo de Frankenstein político de la posguerra fría, modernizándolo y añadiéndole diseño italiano: Silvio Berlusconi

A comienzos del siglo XXI, un líder político europeo completó el monstruo de Frankenstein político de la posguerra fría, modernizándolo y añadiéndole diseño italiano: Silvio Berlusconi. Aquello de tratar la política como si fuera una extensión de los negocios tuvo un éxito arrollador; tanto que años más tarde lo copió un tal Donald Trump en los Estados Unidos. El estilo de Berlusconi añadía la inclusión directa del fútbol en el mundo de la política, las alianzas con la extrema derecha y el nacionalismo regionalista duro, consignas facilonas y lo que después se denominó postverdad, esto es, la mentira política a sabiendas, las promesas descabelladas y lunáticas.

Sorprendentemente, votaron por Silvio millones de italianos; muchos más de los que ahora mismo estarían dispuesto a confesarlo. Eso es relativamente fácil de enmascarar porque Berlusconi se presentaba como candidato en coaliciones con otros partidos; por ejemplo, con Liga Norte y Alianza Nacional, además de los partidos centristas supervivientes del naufragio de la Democracia Cristiana. Aún así, según las convocatorias: 10 millones, 17 millones de votos. Partidos de derecha y una ultraderecha capaces de obtener proporciones desmadradas de sufragios. Y de movilizar a decenas de miles, a millones en las campañas electorales.

Pero la agitación de las masas, callejera y coreografiada, o no, no es la única característica de esos nuevos ultras del siglo XXI. Hay otros rasgos que se pueden aplicar a movimientos rusos o partidos centroeuropeos, partidos escandinavos o turcos y de otros rincones del Viejo Continente.

En todos los nuevos ultras encontraremos mucha emoción, bastante uso y abuso de la historia, unos cuantos trajes y corbatas y pocas o ninguna promesa concreta y realista

Por supuesto, todos tienen el nacionalismo como base, esa es la fuerza movilizadora con la que se ocupan calles o plazas y se controla el territorio o se defiende la tierra. Los líderes tienen tendencia a recurrir a los "mandatos populares", la conciencia del pueblo, las uniones sagradas, el momento histórico irrepetible. Precisamente, ese discurso sirve para conseguir el apoyo de ciertos sectores de la nueva izquierda radical, "líquida".

La identificación de esas tendencias como "populistas" tiende una pasarela justificativa con el populismo de derechas, con quien pueden llegar a compartir consignas de gran impacto. Por ejemplo, la antiglobalización o el euroescepticismo, declinado en la cuestión de la soberanía nacional frente a poderes externos. En último término, siempre se trata de defender al país o el mercado nacional. Para ello se pretenden arbitrar leyes o disposiciones que tienden a desembocar en versiones iliberales del Estado o la administración. Y la forma más eficaz de conseguirlo consiste en aplicar el autoritarismo por consenso, bien mediante políticas referendistas o por la presión de los hechos consumados.

Detrás de todo, como motor último de los esfuerzos, las motivaciones: la lucha contra el enemigo interior (inmigración de cualquier tipo, o el "extranjero que vive entre nosotros", incluyendo al extranjero "político"), la defensa u ofensiva del supremacismo cultural, o la rebelión de los ricos que no quieren subvencionar a los pobres. En consecuencia, encontraremos mucha emoción, bastante uso y abuso de la historia, unos cuantos trajes y corbatas y pocas o ninguna promesa concreta y realista para mejorar la vida de la ciudadanía.

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