La lección que los refugiados de la Suecia de Olof Palme pueden dar a la Europa actual

La lección que los refugiados de la Suecia de Olof Palme pueden dar a la Europa actual

Conocí a Olof Palme cuando yo era un refugiado en su país. Nuestra familia, que huía del régimen de la Dictadura de los Coroneles en Grecia, encontró refugio y apoyo en el pueblo sueco. Cuando nuestros dictadores nos llamaban terroristas, el Gobierno sueco respondía que estábamos luchando por las libertades que habíamos perdido.

AFP

ATENAS (Grecia) - Hace unas décadas, cuando vivía en el exilio con mi familia, iba paseando un día por las calles del casco antiguo de Estocolmo y me dirigí a un viandante para preguntarle cómo llegar a un pequeño café que estaba buscando. El viandante me saludó con un cordial "hola". Para mi sorpresa, se trataba de Olof Palme, el primer ministro de Suecia, que venía del supermercado local con su mujer, Lisbet.

"Hola, Yorgos. ¿Dónde vas?", me preguntó.

Tras ayudar a su mujer a dejar las bolsas de la compra en la puerta, me indicó cómo ir al café y se sentó a charlar y beber cerveza con un grupo de griegos que en ese momento estaban viviendo en Suecia. Se fue a su casa solo, sin guardaespaldas.

Hoy en día, su sencillez y accesibilidad pueden parecer ingenuas o peligrosas para un político de tal importancia. De hecho, el pasado 28 de febrero se cumplieron 30 años de su asesinato, que tuvo lugar cuando volvía a casa del cine con Lisbet.

La actitud de Olof frente a la vida era fruto de una decisión consciente. Encarnaba su visión de una sociedad igualitaria, democrática y no violenta. La paz fue una de las muchas causas por las que luchó durante su carrera política.

Me conoció cuando yo era un refugiado en Suecia. Nuestra familia, que huía del régimen de la Dictadura de los Coroneles a finales de los sesenta, encontró refugio y apoyo en el pueblo sueco y sus Gobiernos progresistas. Cuando nuestros dictadores nos llamaban terroristas, el Gobierno sueco respondía que estábamos luchando por las libertades que habíamos perdido. Siempre estaré agradecido por la bienvenida que nos dieron.

"No olvidemos que cuando acogemos a los oprimidos del mundo no solo estamos haciendo amigos permanentes o enriqueciendo nuestra propia cultura, sino que también estamos ayudando a cambiar el destino de esos países que se encuentran bajo mandatos autoritarios".

Para mí, igual que para muchos otros refugiados de Europa del este, de Latinoamérica y de Sudáfrica a los que conocí en esa época, era el momento de aprender. Nuestra lucha por una sociedad mejor no era un espejismo y nuestras vidas en Suecia eran la prueba de que había alternativas. Estábamos convencidos de que nuestros países necesitaban dejar de sufrir por el autoritarismo, las injusticias y el clientelismo. La democracia, la justicia social, los derechos humanos y la transparencia podían ir unidos a la prosperidad, la competitividad y la creatividad.

Olof Palme se acordó de mí cuando hizo campaña para convertirse en primer ministro en 1982. Para entonces, yo ya había vuelto a la democracia recién nacida de Grecia y acababa de ser elegido para el Parlamento griego. Me pidió que me uniera a su campaña. Estuve a su lado cuando hablaba con los vecinos sobre la importancia de la política de refugiados sueca.

"No olvidemos que cuando acogemos a los oprimidos del mundo no solo estamos haciendo amigos permanentes o enriqueciendo nuestra propia cultura, sino que también estamos ayudando a cambiar el destino de esos países que se encuentran bajo mandatos autoritarios", decía.

En sus discursos, mencionaba a Willy Brandt, que fue canciller de Alemania; a Bruno Kreisky, que lo fue de Austria; y a Oliver Tambo, que fue presidente del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela. Todos ellos habían buscado refugio y encontrado apoyo de una forma u otra en los países nórdicos. Me pedía que saliera a hablar sobre mi experiencia como refugiado, en el idioma de mi país adoptivo, el sueco. Los eventos siempre concluían con canciones de Mikis Theodorakis cantadas en sueco por la cantante finlandesa Arja Saijonmaa.

¿Este espíritu podría prevalecer hoy en Europa? No todos los que han huido de las atrocidades de Siria acabarán volviendo a su país, pero muchos sí.

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Inmigrantes y refugiados permanecen de pie alrededor de una chabola en llamas en la parte sur del campamento de refugiados La Jungla en Calais (Francia), mientras desmantelan parte del campamento. (PHILIPPE HUGUEN/AFP/Getty Images)

Europa tiene la oportunidad histórica, si no el deber, de desarrollar un plan de sostenibilidad para Oriente Medio en el que las comunidades exiliadas desempeñen un papel crítico. Europa puede, y debe, aprovechar esta oportunidad para preparar y fomentar el regreso de tantas personas que serán necesarias para la reconstrucción de sociedades destruidas. Se convertirán en los arquitectos e ingenieros de las nuevas sociedades que puedan con el autoritarismo de los dictadores, los fundamentalistas y los populistas. Serán ellos los que crearán instituciones responsables y transparentes que protejan la diversidad, liberen el potencial de mujeres y hombres, garanticen los derechos humanos y utilicen los recursos naturales de forma sostenible.

Esta responsabilidad implica que debemos remodelar nuestra narrativa sobre los millones de personas que llegan a las costas europeas. De hecho, no resulta nada fácil gestionar un éxodo masivo hoy en día. Como griego, soy más que consciente de las dificultades de esta crisis humanitaria. No perdamos esta oportunidad histórica.

Igual que Olof Palme invirtió en aquellos que éramos refugiados en esa época, debemos invertir nosotros también en las familias sirias que llegan a Europa en la actualidad. Ellos serán los que lideren el renacimiento árabe. Tenemos que asegurarnos de que aprenden de la historia de Europa, de sus profesores, sus ciudadanos, sus instituciones y sus prácticas democráticas, igual que hicimos a finales de los sesenta. No solo tienen que aprender cómo derrotó Europa a la limpieza étnica, a los dictadores, al racismo y a la intolerancia en el pasado, sino que también deben ser testigos de cómo luchamos contra el creciente alarmismo que se extiende hoy en día por nuestros países. Tienen que ver que los europeos somos lo suficientemente valientes como para desafiar al ultranacionalismo y a la xenofobia que vuelven a surgir, como para alzarnos contra los que pretenden explotar el miedo, el odio y la inseguridad, aquellos que quieren construir muros y no dejarnos ver las soluciones.

De manera colectiva, tenemos que unir nuestros recursos y aprovechar este momento para enseñar y aprender los unos de los otros. Es una parte esencial de cualquier esfuerzo conjunto que se precie por construir nuevas sociedades en Oriente Medio.

Honrar lo que la Unión Europea puede y debe apoyar sería la conmemoración más apropiada para un gran líder como Olof Palme, al que siempre recordaremos.

Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.

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