Fantástica fantasía

Fantástica fantasía

Cualquiera que consulte la lista de los libros más vendidos puede comprobar que la novela negra goza de buena salud, que el terror tiene sus adeptos, que siempre habrá románticos, pero que el núcleo duro de los lectores compulsivos se vuelve loco con la fantasía. No se trata de una moda pasajera, para disgusto de los puristas.

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Cualquiera que consulte la lista de los libros más vendidos puede comprobar que, a pesar de la crisis del sector, la novela negra goza de buena salud, que el terror tiene sus adeptos, que siempre habrá románticos, pero que el núcleo duro de los lectores compulsivos se vuelve loco con la fantasía. No se trata de una moda pasajera, para disgusto de los puristas, sino de un fenómeno que nos acompaña desde hace unos cuantos años. Y más que nos quedan.

Desde hace casi una década, codirijo yoquieroescribir.com, un taller de escritura online, y he calculado (sin un gran rigor estadístico, para que nos vamos a engañar) que algo así como el 50% de nuestros alumnos se inscribe con la idea de crear una obra de este tipo. A pesar de que intento asesorarlos lo mejor posible (al final, la técnica narrativa es la que es), para mi desgracia he de confesar que nunca me ha interesado demasiado este género.

Nunca sentí ganas de hurgar en el armario de Narnia, ni me enganché de joven a la onda de El Señor de los Anillos, ni de La historia interminable, ni de ninguna de esas historias que volvían locos a mis amigos. Todos esos mundos medievales de princesas rubias, elfos, malos ancestrales y castillos encantados no me decían nada. No voy a hacerme el interesante, en esa época también me freía el cerebro con un montón de cómics, pero lo más cerca que estaba del género fantástico era del realismo mágico, de los coroneles Buendía o de los Pedros Páramos.

Sin embargo, ante la insistencia de los alumnos, me encuentro ahora en la tesitura de averiguar qué tiene el agua cuando la bendicen, por qué este género acapara la imaginación de lectores y escritores en ciernes.

La primera respuesta que encuentro, la más obvia, es el escapismo, la necesidad de huir de una realidad sórdida y gris y viajar a otros mundos, quizás más salvajes e indómitos, pero donde todavía el heroísmo, el honor y el amor tienen un sitio. Según los defensores de esta teoría, eso explicaría el éxito de la fantasía y el renacimiento del interés por sus principales obras después de los atentados del 11 de septiembre, del terrorismo integrista, de la crisis económica global de la que no acabamos de salir. Comparado con el cataclismo que siempre está pendiendo sobre nuestras cabezas, la Edad Media en la que están congelados muchos de los relatos de fantasía es un parque de atracciones.

La segunda explicación está en los mitos. Muchos de estos relatos beben (cuando no se emborrachan) de las historias que los seres humanos llevamos contándonos desde que volvíamos de cazar y nos sentábamos a calentarnos los pies en la hoguera de nuestra caverna. Los nuevos relatos están repletos de ecos mitológicos que resuenan en nuestro subconsciente colectivo y, como los niños, adoramos que nos cuenten la misma historia una y otra vez de formas distintas.

Así conectamos la segunda teoría con la tercera: nuestra sociedad sufre un proceso de infantilización que, de la misma forma que los viejos se disfrazan de adolescentes, provoca que historias que fueron creadas para niños se conviertan en literatura para adultos. Abracemos al niño que llevamos dentro, dicen los que defienden esta tendencia; creced de una puñetera vez, protestan los que se tapan la nariz con estos libros.

¿Tienen alguna importancia todas estas explicaciones? Después de leerme algunos de los clásicos (y no tan clásicos) de este género, no voy a mentir: sigue sin gustarme, no acabo de encontrarle el punto. Pero cuando en el metro veo a alguien emocionado quemado las páginas de alguno de estos best sellers, pienso que algo de bueno hay en toda esta historia.

Y no es porque piense que estos lectores se engancharán al hábito y pasarán después a lecturas más elevadas; me basta simplemente con que usen la imaginación, la creatividad, el cerebro, de forma distinta, que esas aventuras fantásticas adquieran vida propia en sus cabezas, que por un momento entrenen el órgano que nos hace distintos a los demás animales.

Dice George R. R. Martin, uno de los gurús del género, que "la fantasía habla a algo que está muy dentro de nosotros, al niño que soñó que un día buscaría los bosques de la noche y celebraría festines bajo las colinas huecas, y encontraría un amor que durase para siempre en algún lugar al sur de Oz y al norte de Shangri-La". Yo, que nunca soñé con nada de eso, me conformo con que la fantasía nos haga un poco más humanos. Lo cual no deja de ser realmente fantástico.