Nicolás Maduro, presidente hasta 2031: ¿hay salida a la crisis política, social y económica en Venezuela?
El presidente venezolano supera, de alguna manera, otra oleada de protestas como las que ya vivió en 2015, 2017 y 2019, aunque lo hace más aislado que nunca, reprobado por algunos de los que antes eran aliados del chavismo.
Nicolás Maduro ha superado a lo largo de su mandato grandes oleadas de protestas callejeras impulsadas por la oposición, sobre todo en 2015, 2017 y 2019, y hasta un intento de asesinato en 2018. Y el chavismo que ahora encarna el nuevamente investido mandatario cree que lo de estos meses ha sido solo un nuevo intento por derrocarle. Maduro será presidente de Venezuela cinco años más. Eso sí, con los apoyos, sobre todo internacionales, cada vez más mermados. Incluso entre los que hace años podrían estar más cerca de Hugo Chávez. “Desde la izquierda política les digo que el Gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura”, dijo el presidente chileno, Gabriel Boric, el día antes de una toma de posesión a la que no asistió.
El detonante de estas últimas protestas comenzó tras las elecciones presidenciales del pasado año. Mientras el Gobierno de Maduro anunció su reelección con poco más del 50% de los votos, la oposición, con Edmundo González a la cabeza tras la inhabilitación de María Corina Machado, aseguró ser la ganadora. Entonces, a diferencia de en anteriores comicios, la presión internacional sobre Maduro fue in crescendo. Antiguos aliados históricos como el presidente de Brasil, Lula da Silva, exigieron al venezolano que, para no aumentar las sospechas, hiciese públicas las actas. Maduro prometió hacerlo, pero nunca aparecieron. La oposición, por su parte, publicó unas propias que demostrarían su victoria. El Gobierno de Maduro las deslegitimó por falsas.
Ese compromiso incumplido con Brasil alejó aún más a Lula da Silva de la defensa de Maduro, perdiendo así este el que podría ser uno de sus principales apoyos no solo en América, también en el resto del mundo. El presidente brasileño siempre se ha mostrado contrario a la injerencia extranjera en Venezuela, apostando por el diálogo entre el Gobierno y la oposición. Así ocurrió por ejemplo con los Acuerdos de Barbados del 17 de octubre de 2023, un pacto entre Maduro y opositores para ofrecer “garantías electorales” en los comicios presidenciales de 2024 y que alivió la maltrecha economía venezolana. Gracias a esa firma se levantaron algunas de las sanciones que pesaban sobre el país. Lula da Silva siempre ha defendido esta vía diplomática. Pero tras la negativa de Maduro a hacer públicas las actas, su paciencia se tambaleó.
Más allá de la presión a la que ha estado sometido Maduro desde que se proclamara su victoria electoral, quizás el mayor golpe se lo asestó Brasil cuando a finales del año pasado impidió la incorporación de Venezuela a los BRICS, la alternativa internacional al G7. El venezolano confiaba en que su entrada en el núcleo de economías emergentes aliviaría en gran medida la opresión. De haber entrado, habría compartido espacio con países como Rusia, India, China o la propia Brasil. Sí logró, sin embargo, obtener el respaldo público del presidente ruso, Vladimir Putin, que definió a Venezuela como “uno de los viejos y fiables socios de Rusia en América Latina y en el mundo general”.
La pregunta ahora es si esto no será una repetición de lo que ya ocurrió en 2019, aunque hay diferencias significativas. Entonces, Juan Guaidó, en aquel momento presidente de la Asamblea Nacional, se autoproclamó “presidente encargado” de Venezuela arguyendo que la victoria de Maduro en las elecciones de 2018 carecía de legitimidad. Guaidó logró el reconocimiento explícito de 60 países en el mundo, siendo su principal apoyo el Gobierno de Donald Trump en Estados Unidos.
Lo de Guaidó fue el gran dislate. Estuvo un tiempo diciéndose presidente legítimo pero Maduro seguía siendo el jefe de Estado. Al final, todos los países que un día le habían apoyado terminaron reconociendo que Maduro era lo que era, el presidente real. No en vano, cualquier tipo de asunto que se quisiera tratar con Venezuela, debía pasar por el Gobierno de Maduro. El otro era una falacia, acaso un deseo. Lo que pasa con Edmundo González es distinto. González y la oposición defienden ser los verdaderos ganadores de las elecciones, pero nadie se ha autoproclamado presidente. La cosa es cuánto durarán sus anhelos, sobre todo ahora que Maduro ya ha sido investido.
La posición de la nueva Administración Trump será determinante. Y aunque el presidente electo estadounidense ha respaldado a Edmundo González, a quien reconoce como vencedor en las elecciones, se enfrenta a presiones dentro de su país. Según publicó The Wall Street Journal a finales del año pasado, “ejecutivos petroleros e inversores en bonos estadounidenses” conminan a Trump a que negocie con Maduro “en lugar de tratar de derrocarlo”. Con Venezuela, más allá de la política, siempre está el petróleo. El país lidera el ranking mundial de reservas de crudo.
Para el historiador y periodista Pablo Stefanoni, la principal diferencia con etapas anteriores “es que, por primera vez, el chavismo, en su versión madurista, va a gobernar sin ninguna legitimidad electoral. Y para ello ha debido endurecer la represión”. “Si bien desde el comienzo el régimen bolivariano usó al Estado para perpetuar su poder y debilitar a la oposición, siempre conservó un piso de legitimidad electoral. La división de la oposición entre quienes propiciaban participar o abstenerse sin duda le facilitaba las cosas. Pero esta vez, la negativa a mostrar los resultados electorales desagregados por mesa dio verosimilitud a las denuncias de fraude de la oposición”, prosigue Stefanoni.
Y ya no es solo el tema de legitimidad. La “masiva migración venezolana” de los últimos años “puso en alerta a la región”, algo que también explica la reacción del resto de los antaño aliados de Venezuela. La salida de tanta gente del país “no solo plantea problemas en el terreno propiamente migratorio, sino que extendió la voz de la oposición a toda la región, corporizada en gente común que simplemente testimonia el carácter fallido del modelo venezolano”. Para Stefanoni, además, es obvio que defender a Maduro es un problema para la izquierda, ya no solo latinoamericana sino también española. “Que socialismo vuelva a rimar con escasez, represión, poder militarizado – en el marco de unas élites depredadoras – les da una bandera invaluable a las nuevas derechas de la región”, explica. De todos modos, matiza, “en los partidos de izquierda de la región sigue habiendo poca crítica a Maduro. En general predomina la imagen de una oposición golpista e injerencista, y se ve a Maduro como un mal menor. Varios sectores del PT [el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva], por ejemplo, estaban molestos con la posición oficial sobre Venezuela”.
Lo que también ha quedado patente con el paso de los años es que, en un contexto muy cambiante, Maduro no es Hugo Chávez. “La gente – considera Stefanoni – está bastante harta de Maduro y de las privaciones cotidianas, y también de un discurso ideológico desconectado de la vida real de las mayorías populares”. Antes o después, el Gobierno, como sucedió con los Acuerdos de Barbados, tendrá que buscar una salida al conflicto social y político. Según el historiador, autor de ¿La rebeldía se volvió de derechas?, Venezuela debería encaminarse a una salida diplomática, lejos de injerencias extranjeras.
“La mejor salida – dice Pablo Stefanoni – sería sin duda una salida pactada, pero eso no parece muy probable. El régimen [de Maduro] se ha fortalecido con una dolarización sui generis de la economía, que lo acercó a las élites políticas (nuevas y viejas). Pero esa fortaleza no se replica en el terreno electoral. Mediante la represión y aprovechando el cansancio de la sociedad, y la emigración, el Gobierno ha evitado que la masiva afluencia a las urnas se transformara en movilizaciones masivas en defensa del voto. En este marco, la oposición vuelve a poner el foco, nuevamente, en la presión internacional. Pero sin movilización interna eso no parece suficiente e incluso a veces resulta contraproducente. Tampoco se ha producido un quiebre en las Fuerzas Armadas, que son parte estructural del poder. Entonces Maduro carece hoy de incentivos para negociar, sabiendo que salir del poder lo obligará a salir del país”.
Una parte esencial de la solución pasa también por tratar de contrarrestar aquello que ya comentó el expresidente uruguayo José Mujica en abril del 2024. “Yo aprendí esto: en una plaza situada, cualquier discrepante es un traidor”, opinó.