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Y el trumpismo volvió a la Casa Blanca: cómo Donald Trump ha acabado con la concordia en un minuto de mandato

Y el trumpismo volvió a la Casa Blanca: cómo Donald Trump ha acabado con la concordia en un minuto de mandato

"Pacificador", "defensor del orden" y cruzado de mil causas, Donald Trump ha jurado el cargo de 47º presidente de EEUU con la promesa de una "edad dorada". Lo ha hecho cumpliendo todas las premisas de su estilo, pasando de un "relevo pacífico" a una declaración de intenciones con efectos inmediatos dentro y fuera del país.

Donald Trump jura el cargo como 47º presidente de EEUU en presencia de su esposa, MelaniaMorry Gash vía getty images

En Estados Unidos la concordia fue posible, pero sólo durante algunas horas. Porque Donald Trump está de vuelta y, con él, la versión 2.0 de su filosofía, el trumpismo, que ha tardado un minuto de mandato en marcar el nuevo paso del país

Ese tiempo, el que se tomó para comenzar a desgranar su programa presidencial una vez juró el cargo, bastó para acabar con las buenas formas, palabras y gestos, que rodearon la jornada del relevo presidencial. Porque, a diferencia de lo ocurrido hace cuatro años, esta vez el Capitolio no resonaba a rebelión sino a cordialidad.

Bajo el frío gélido de Washington D.C., Trump y Biden compartieron los últimos minutos del mandato del demócrata en una exhibición de afabilidad, varias veces repetida desde que se confirmó la victoria del republicano en las elecciones del 5-N. Ellos, como sus esposas y sus vicepresidentes. Una de esas escenas que parecían impensables hace apenas semanas, en plena contienda electoral entre demócratas y los republicanos de Trump. La sorprendente sintonía se ha transmitido al interior del Capitolio, en la misma Rotonda en la que juramentó Ronald Reagan hace 40 años, entonces también por motivos meteorológicos.

Al calor de un rincón histórico, a Trump le esperaban no sólo los expresidentes George W. Bush, Bill Clinton o Barack Obama. También lo hacía sus íntimos Elon Musk o Jeff Bezos y líderes mundiales cercanos como Javier Milei o Giorgia Meloni. También estaba Santiago Abascal, en busca de una foto de peso para sus votantes. El triunfo de la "normalidad" democrática que ha culminado con la toma de posesión de J.D. Vance como vicepresidente y del propio Donald Trump como 47º presidente de EEUU. 

Protagonista de su gran día, el del denominado "mayor regreso político de la historia", el que ya fuera 45º presidente era feliz. Su cara era una declaración de intenciones; la de Melania, también, dicho sea de paso. En un marcadísimo segundo plano y distante con su esposo, la imagen de ambos sí ha recordado a la tantas veces vista en su primer mandato. Ajeno a todo, el primer presidente convicto en la historia de EEUU juraba el cargo con la promesa de defender la Constitución "hasta el límite de mi capacidad". Un formalismo, otro más, que daría paso al comienzo del show. 

Liberado del peso de las dos Biblias sobre las que ha jurado, ha sacado su artillería verbal e ideológica para la primera intervención ya como presidente. Donde muchos hubieran optado por un perfil bajo, institucional, él no ha perdido oportunidad de marcar 'estilo'. Cada frase, un puñetazo contra el entendimiento; cada anuncio, un motivo de euforia para la parroquia del trumpismo. La Rotonda era un clamor de aplausos, público en pie y loas al líder a medida que se sucedían sus anuncios. 

La "Edad de Oro" qué Trump promete para EEUU comienza con una ristra de decretos ejecutivos contra casi todo. Sin solución de continuidad, caían las medidas contra "la inmigración ilegal", "la ideología de género", el "establishment corrupto" o la "ideología climática". Algo así como su particular compendio de los males de un país "abandonado" por un Joe Biden que aguantaba, estoico, en el asiento de al lado. Todo, con efecto inmediato... como ha venido prometiendo desde hace meses.

Donald Trump jura el cargo ante la mirada de Joe BidenRicky Carioti vía getty images

Al presidente saliente, que no ha perdido la sonrisa más o menos natural en toda la jornada, le ha tocado vivir en primera persona el 'mesianismo' de un líder autoconvencido de volver al poder por un "mandato divino" que salvó su vida en el intento de asesinato durante un mitin en julio. Mismo relato que los diversos líderes religiosos que han querido abrochar el evento, entre oraciones y glorias por el nuevo líder.

Si cabía alguna duda, Trump ha tardado un minuto en despejarla entre promesas, amenazas y sueños de grandeza. El trumpismo ya está aquí y con la promesa de "hacer América grande otra vez" por segunda vez.

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Miguel Fernández Molina (Sabiote, Jaén, 1987) es periodista licenciado por la UCM. Trabajó ocho años en el medio digital 'Mundotoro' antes de llegar a 'El HuffPost', donde ejerce de responsable de cierre y escribe sobre deporte, internacional y política, entre otros campos. Puedes contactar con él en miguel.fernandez@huffpost.es