La guerra contra las mujeres

La guerra contra las mujeres

La violencia sexual contra las mujeres es una de las más aberrantes expresiones del machismo. Es una de las más execrables modalidades de violencia de género, que puede perpetrarse en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo. Pero en un contexto bélico, esa misma violencia se multiplica y se convierte en un fenómeno poliédrico que adquiere unos niveles de brutalidad que no tienen parangón.

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Foto: Homenaje en recuerdo de las miles de mujeres coreanas violadas por solodados del ejército japonés durante la II Guerra Mundial/Kim Hong-Ji/Reuters

La violencia sexual contra las mujeres es una de las más aberrantes expresiones del machismo. Perpetúa el histórico patrón de dominación del hombre, con la consideración de la mujer como objeto y no sujeto. Es una de las más execrables modalidades de violencia de género, que puede perpetrarse en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo. Pero en un contexto bélico, esa misma violencia se multiplica y se convierte en un fenómeno poliédrico que adquiere unos niveles de brutalidad que no tienen parangón.

Si pudiéramos tener un barómetro medidor del nivel de vulnerabilidad, discriminación y estigmatización de las víctimas de violaciones en tiempos de guerra, arrojaría un once sobre una escala de 10.

A continuación hay un testimonio de María, una víctima de la tribu Nuer de Sudán del Sur, un país sumido en un conflicto bélico desde 2013, y uno de los peores lugares del mundo para nacer si eres mujer. Se lo hizo a la periodista Aryn Baker para el reportaje War and rape, publicado por la revista Time en marzo de este año.

"Los soldados le dijeron a María que consideraban que los Nuers eran rebeldes, y que mataban a sus hijos de 5 y 7 años, porque no podían correr el riesgo de dejar que crezcan para ser combatientes.  Sin embargo, 'No matamos a las mujeres y las niñas, a ellas sólo las violamos', dijeron a María. Después, los uniformados arrancaron de un tirón a su hija de sus brazos, y María sintió que nada podía ser peor. Cinco de ellos la sujetaron y la obligaron a mirar mientras otros tres violaron a su hija de 10 años de edad. Su nombre era Nyalaat. María ni siquiera podía ver a su niña, sólo podía ver la sangre. Entonces los hombres se turnaron para violar a María. Nyalaat murió unas horas más tarde". 

María se quería morir, aquellos militares consiguieron destruir su espíritu, su deseo de vivir y su propia vida.

Es incuestionable que la violación ha acompañado a todas las guerras a lo largo de una historia escrita exclusivamente por hombres. El cuerpo de las mujeres ha sido ancestralmente el campo de batalla para los pueblos y para los individuos masculinos que combatían entre sí. Se trataba de delitos menos serios ejecutados por los hombres de todos los bandos del conflicto, buenos y malos, vencedores y vencidos. Por ello era más fácil mirar siempre hacia otro lado, dejando impunes estos crímenes padecidos por miles de mujeres y niñas de todos los tiempos.

Ya en la época griega y romana, los ejércitos practicaban la violación de guerra, lo cual aparece documentado por antiguos autores, tales como Homero (s. VIII a. d C.),  Heródoto ( 484 a d c.) y Tito Livio (59 a d c.). La Biblia también hace referencia al uso de la violación como arma de guerra en diversos pasajes: "Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres (...)". (Zacarías 14:02.) "Sus niños serán estrellados delante de ellos; sus casas serán saqueadas, y violadas sus mujeres." (Isaías 13:16.)

Violaciones durante la II Guerra Mundial

Las mujeres y niñas que vivieron las dos grandes guerras tampoco se libraron de este perversa violencia.

Todos los frentes fueron partícipes de estos crímenes, con menor o mayor virulencia. Sólo variaba el modus operandi. A pesar de no existir datos oficiales sobre el impacto numérico de las violaciones, existen datos aproximados obtenidos a través de diversas fuentes como hospitales (abortos) o el clero que nos dan una idea de la dimensión de estos crímenes de género. Y caben destacar dos libros muy destacables donde se habla sobre la cuestión, como Stalingrado (Editorial Crítica, 2000), de Antony Beevor o Als die Soldaten Kammen (Cuando llegaron los soldados, 2015).

Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán demostró que la perversidad del ser humano puede llegar a extremos inquietantes. Los alemanes, de acuerdo con su condición organizada, se decantaron por la creación de burdeles militares en los países ocupados y en los campos de concentración ("edificios especiales"), donde aproximadamente 34.000 esclavas sexuales fueron prisioneras. Este mismo sistema de violación en masa organizada fue utilizado por el ejército imperial japonés. Se estima que entre 80.000 y 200.000 mujeres procedentes, en su mayoría, de Corea del Sur, con edades comprendidas entre 12 y 20, años fueron obligadas a permanecer en las, eufemísticamente llamadas, "estaciones de consuelo", donde eran violadas sistemáticamente. En 2015, el Gobierno japonés se disculpó públicamente, ofreciendo una indemnización a las víctimas, pero la amputación de la dignidad de estas mujeres es ya irreparable. Durante la masacre de Nanking (1937), Japón protagonizó uno de los más terribles crímenes contra la humanidad, que se saldó con una cifra aproximada de 80.000 mujeres chinas brutalmente violadas.

La oleada de violencia sexual también acompañó a la liberación de los territorios ocupados por el Tercer Reich. Se calcula que las violaciones perpetradas por el ejército rojo pudieron llegar hasta los 2.000.000. Este es el testimonio de un ex oficial del ejército rojo registrado en el libro La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Aleksiévich.

"Éramos jóvenes, fuertes, y llevábamos cuatro años sin mujeres. Probábamos a pescar mujeres alemanas y... diez hombres violaron a una chica. No había suficientes mujeres; toda la población escapaba del Ejército Rojo. Así pues, cogíamos niñas de doce o trece años. Si lloraba, le poníamos una cosa en la boca. Creíamos que era divertido...."

Tampoco se libraron los soldados estadounidenses, a los que se atribuye la vergonzosa cifra de hasta 190.000 violaciones de mujeres alemanas entre 1945 y 1955. En este caso, no ha habido reconocimiento, ni lamento, ni disculpas públicas, sólo silencio ante una macabra realidad que ya nadie pone en duda.

El andamiaje jurídico en la persecución de la violencia sexual en conflictos bélicos

El marco jurídico y jurisprudencial que permitió visibilizar , contabilizar y perseguir la violencia que sufren mujeres y niñas en situaciones de conflicto armado vino de la mano del derecho humanitario internacional, y no fue hasta la creación del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (1993) y del Tribunal Penal Internacional de Ruanda (1.994). Por primera vez en la historia de la humanidad, la violencia sexual se tipificó como una de las modalidades para ejecutar crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crímenes de genocidio, lo que provocó que ambos tribunales tuvieran que definir la figura jurídicamente. Por su parte, el Tribunal Penal Internacional de Sierra Leona, en 2007, incluyó el matrimonio forzado como una modalidad de crimen de lesa humanidad.

La inclusión de los crímenes con base en el género en el derecho penal internacional ha sido un avance de la humanidad ante la percepción de la gravedad de estos abominables delitos y sus negativas consecuencias de reinserción y recuperación postconflicto de mujeres y menores víctimas de esta violencia brutal. Pero no basta con la persecución judicial y la sanción de estos criminales, es imprescindible que se tomen medidas preventivas, tales como el adiestramiento de las tropas con disciplina militar antiviolencia, establecer vías de evacuación de las mujeres y menores bajo amenaza inminente y una verdadera participación de las mujeres en la solución de conflictos bélicos y en los procesos de paz. La aportación femenina es un complemento imprescindible para lograr decisiones más justas, equitativas y completas que mejoren la calidad de las mismas, porque la perspectiva de género no sólo garantiza la diversidad representativa de la otra mitad de la población mundial, sino que también enriquece el contenido de lo resuelto, al incluir otra mirada diferente en la solución de cuestiones de calado internacional capaces de cambiar el mundo.