Por un puñado de euros

Por un puñado de euros

EFE

"Ustedes presumen de ser de izquierdas y de ser el partido de los trabajadores pero, en realidad somos nosotros quienes finalmente aprobamos medidas que ayudan en el día a día a la clase media trabajadora". Declaraciones muy parecidas a estas se han escuchado en los últimos días en los pasillos del Congreso de los Diputados por parte de los representantes de Ciudadanos en relación a la aprobación de la rebaja fiscal pactada por este partido y el Gobierno de Mariano Rajoy.

Detrás de esta iniciativa puede haber legítimas motivaciones de tipo económico-político, a saber: que el mejor modo de reactivar la economía no es preservar la función del Estado como redistribuidor de la riqueza, sino aumentar de manera inmediata la capacidad de gasto de los individuos. Es una opción controvertida, pero no se puede discutir que está bien fundamentada en el sistema ideológico liberal. Menos legítimo se me antoja su justificación como medida social, que más bien parece un modo de usar el acuerdo para retratar y esquinar a los partidos rivales de la izquierda.

Para empezar, no es verdad que esta rebaja fiscal sea una herramienta eficaz para mejorar la cohesión social. En un reciente análisis, el economista José Moisés Martín ha recordado que dado que un 40% de los contribuyentes españoles declara menos de doce mil euros (¡!), los trabajadores más desfavorecidos no se van a ver beneficiados por la rebaja, que afecta solo al tramo entre doce mil y diecisiete mil euros. Por no hablar del enorme coste de oportunidad que para las arcas del Estado suponen los dos mil euros que se van a dejar de ingresar, en un país en el que los ingresos públicos están aún muy por debajo de la media de la Unión Europea.

Pero hay algo más. En la división parlamentaria creada por iniciativas como esta, atisbamos una diferente interpretación de lo que significan las reformas en política. Para comprenderlo, les invito a hacer una comprobación: durante su primer mandato como secretario general del PSOE, Pedro Sánchez no desaprovechaba ninguna declaración para reivindicar el carácter reformista de su partido. En la actualidad, su apelación al "social-reformismo" o su defensa del PSOE como el partido capaz de hacer las reformas necesarias para el país es mínima o meramente circunstancial.

La agenda de trabajo pactada por PSOE y Podemos en torno a cuestiones sociales puede ser un buen indicio de un reformismo crítico con horizonte histórico.

"Reformismo" es un término asociado inicialmente a la socialdemocracia, para definir un modo de proponer transformaciones sociales más moderado que la revolución reivindicada por sus hermanos marxistas. Implica la voluntad de implementar mejoras, sí, pero desde la aceptación tácita del orden establecido. Por ese carácter moderado o moderadamente conservador, según se mire, es un término en el que Ciudadanos puede verse muy reconocido, incluso también el PP.

¿Cuál sería hoy la actitud política opuesta al reformismo? No la revolución, desde luego. Diría más bien que sería la de los partidos que interpretan las reformas en su dimensión histórica. Desde este punto de vista, de nada sirve mejorar algunos aspectos concretos de la realidad, si no cambia la estructura general que las sostiene y da sentido. Ante una propuesta específica sobre sobre, por ejemplo, la situación de los autónomos, se respondería que de poco sirven iniciativas parciales si no se acaba antes con el neoliberalismo; ante una comisión de investigación contra la corrupción, se replicaría que pese a su utilidad, nada cambiará de verdad hasta que no se ponga fin al Régimen del 78.

Esta creencia en que lo más abstracto es lo más real es definitoria de la izquierda, al menos en la tradición determinada por la filosofía de Hegel. Su representación actual sería Podemos, y sus riesgos saltan a la vista. La insatisfacción con toda política pública mientras no se dé una transformación global puede conducir al victimismo. Supone además una confusión lógica creer que lo que en realidad no son más que categorías o marcos de comprensión ("neoliberalismo", "Régimen del 78") son causas directas de lo que pasa.

Por eso, el papel del nuevo PSOE va a resultar tan importante el próximo curso político. No nos engañemos, no se trata de que lo que antes eran defectos históricos de su organización y sus líderes sean ahora virtudes. Pero sí parece que la nueva dirección ha comprendido que su fortaleza hoy está en su ubicación (a nivel ideológico y en términos de poder efectivo en el parlamento) entre los partidos de las reformas y los partidos de la historia. La verdadera novedad del PSOE es que ha comprendido que su poder está en la mediación. La agenda de trabajo pactada con Podemos en torno a cuestiones sociales puede ser un buen indicio de un reformismo crítico con horizonte histórico: no debe tratarse solo de ayudar a los autónomos, sino afrontar la precarización creciente del mercado laboral; no solo proponer préstamos y ayudas a los jóvenes, sino dar respuestas a la brecha generacional y a la inviabilidad del actual sistema de financiación de las pensiones; no solo añadir un puñado de euros a los bolsillos de la clase media trabajadora, sino idear un nuevo sistema productivo que disminuya la vulnerabilidad de la población activa. Hacer reformas para cambiar la historia, hacer historia para cambiar la vida de la gente.