El final de un despropósito

El final de un despropósito

No tenía sentido. Y como no tenía sentido, al final va a desaparecer. Difícil era de entender que un país como España, donde hace poco más de una década no había ni tan siquiera retransmisiones nacionales de Fórmula 1 tuviera ahora dos citas en el calendario mundialista.

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Salida del GP de Valencia en el año 2008. Foto: AOL/Autoblog

No tenía sentido. Y como no tenía sentido, al final va a desaparecer. Difícil era de entender que un país como España, donde hace poco más de una década no había ni tan siquiera retransmisiones nacionales de Fórmula 1 tuviera ahora dos citas en el calendario mundialista.

Más difícil de entender si cabe es cómo a los dirigentes políticos de una Comunidad Autónoma como la valenciana se les había podido ocurrir gastar una millonada de dinero público en crear un circuito urbano (muchas cursivas, por favor), cuando a escasos kilómetros había un trazado ya construido, en Cheste.

Vale, Cheste, el circuito, no es apto para monoplazas de Fórmula 1 en carrera en su actual configuración, pues necesita de más rectas (al menos así lo pedía la FOM), para permitir más velocidad a los coches (ojo, que correr en Cheste no era imposible, lo mismo que no lo es hacerlo en Mónaco).

Cheste tiene sus ventajas. Cualquiera que haya estado allí reconocerá que es un trazado único, donde el espectador se sienta como en un estadio de fútbol o baloncesto, contemplando desde las grandes gradas la práctica totalidad del circuito. Una ventaja que, apoyada en pantallas gigantes, permite crear un espectáculo fácil de seguir por los espectadores como en casi ningún otro trazado convencional a la europea. Vamos, es casi como estar en un óvalo de la NASCAR, pero con curvas dentro.

Pero a Cheste le hacía falta una larga recta para favorecer lo que la FOM quería. Y los responsables del circuito no querían oír hablar de reformas.

Así a Ecclestone y compañía, apretados por los gobernantes valencianos, por Fernando Roig y por Jorge Martinez Aspar, se les ocurrió la idea de crear un trazado en el puerto valenciano, aprovechando la zona anteriormente utilizada por la Copa América.

Además, esta decisión tenía una ventaja: Valencia se vería en la situación de tener que pagar, de nuevo con dinero público, un contrato millonario a Herman Tilke, el arquitecto de Ecclestone (¿tráfico de influencias?).

Incomprensiblemente, Ecclestone había dicho pocos meses antes de firmar el acuerdo con valencia (supeditado a la victoria electoral del PP en la región), que no habría país alguno con dos citas mundialistas de la F1. Con el Gran Premio de España en el Circuito de Montmeló ya fijado, la existencia de Valencia carecía de sentido lógico.

Pero poderoso caballero es don dinero, y con la Comunidad Valenciana gastando como ninguna otra en la historia de España, apoyada en la burbuja inmobiliaria, a Ecclestone no le costó demasiado dar luz verde al proyecto.

El resultado no podemos calificarlo de positivo. El circuito no resultaba atractivo a la vista, custodiado por enormes muros de hormigón y vallas de seguridad que recuerdan a los trazados ruteros de la Indy Car americana. La ciudad no luce como puede hacerlo Mónaco, y no es casualidad, pues el trazado urbano de Valencia es en realidad un circuito puro y duro, con asfalto específico y trazado específico, que no corretea por calles llenas de historia.

Así que no ofrece unas panorámicas espectaculares que vendan la ciudad. Suma a eso el coste gigantesco de acoger la carrera, mantener la pista y... soporta además que las gradas sufran de despoblación manifiesta.

Con Valencia en enormes apuros económicos era cuestión de tiempo que el Gran Premio se fuera de la ciudad para siempre, y aún así los gobernantes de turno intentaron asegurarse la cita con una alternancia cada dos años con Barcelona, acogiendo la prueba española del mundial.

Los catalanes estuvieron por firmar el acuerdo, apretados por las enormes pérdidas del Circuit de Catalunya, pero tras una reorganización completa del proyecto, pudieron alinear los astros para poder garantizar la supervivencia anual de su prueba. Y, sinceramente, para la afición esto creo que es algo positivo, pues es un circuito más agradable para pilotos, con una estampa más interesante, y con gradas repletas de gente, que apenas genera pérdidas económicas masivas.

Ahora, esta misma semana, nos hemos enterado de boca de Alberto Fabra de que el Gran Premio de Europa en Valencia desaparece, y lo hará sin costar al erario público valenciano los 54 millones de euros que le exigía Ecclestone en virtud del contrato firmado.

El acuerdo, dice Fabra, pasa por regalar material, como las vallas de seguridad, a Ecclestone, por valor de 10 millones. Asegura Fabra además que "en un tiempo futuro" cuando la economía repunte, le gustaría volver a acoger carreras, pero esto es una quimera imposible de creer.

Cuatro años de carreras han dejado un enorme agujero económico a la Comunidad Valenciana, que ya tiene titánicos problemas económicos a sus espaldas como para intentar promocionar un evento como este. Más preocupante nos parece que, además de la deuda, la carrera no haya dejado una imagen de Valencia como polo turístico (basta ver lo bonito que queda el Circuito de Singapur y compararlo con las tomas de televisión que se veían de Valencia para darse cuenta de que no estábamos logrando una buena propaganda de lugar bonito de ir a ver). Y la infraestructura creada para el evento tampoco servirá para mucho, teniendo ahora que ser desmantelada parcial o totalmente.

Con lo fácil que habría sido hacerlos correr en Cheste... O centrarnos en otras categorías para Valencia, como el DTM, que ya se ha disputado allí, con éxito.

Y que conste, un servidor no tiene nada en contra de Valencia o los valencianos. Simplemente me da rabia ver cómo se ha gastado dinero de sus bolsillos en una inversión épica de tan bajo retorno. Con ese mismo dinero se podría haber hecho algo mucho mejor aprovechando infraestructuras existentes, ¿no creéis?

Artículo originalmente publicado en Autoblog