Queremos debates, no tomaduras de pelo

Queremos debates, no tomaduras de pelo

No sólo deberíamos dar por descontado que los debates electorales se van a celebrar, sino que como ciudadanos descreídos y exigentes tenemos que reclamar formatos sin corsés. No se trata de escuchar monólogos de tres minutos tasadísimos, sino intercambio de ideas, proyectos y promesas. Lo que inevitablemente implica que los candidatos se repliquen e incluso --sí, incluso-- se interrumpan. Entre el debate entre Rajoy y Rubalcaba de hace cuatro años y un debate en La Sexta Noche existe un amplísimo término medio.

La gran mayoría de los políticos españoles ha hecho suyas las palabras que un eufórico Felipe González pronunció en 1993 tras ganar sus cuartas elecciones generales: "He entendido el mensaje".

Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera o Pablo Iglesias se han abonado sin reparos a esa frase, hasta el punto de que parece un ardid de última hora para adormecer potenciales conatos de rebeldía o indignación. "Que no cunda el pánico", se dicen, "somos conscientes de que las cosas ya no son igual que hace cuatro años, que hay que escuchar a la sociedad, gobernar para el pueblo. Nos ha faltado piel, pero ahora presumimos de flacidez". "La forma de hacer política", prosiguen, "no es la misma hoy que hace 15 años. Hay que bajar a la calle, aguantar los reproches y adaptarse a los tiempos. Hay que bailar en platós, alimentar nuestra cuenta en Twitter y desprenderse de la corbata. Tenemos que ponernos en la situación de los que peor lo pasan. Ya no es, como cantaba Bob Dylan, que los tiempos estén cambiando. Es que ya han cambiado", se dicen a sí mismos. Y nos dicen.

Si fuera cierto que todos los políticos 'han entendido' el mensaje, la campaña electoral que concluirá el 20-D debería suponer un punto de inflexión respecto a campañas precedentes. Es decir, 15 días tediosos que arrancan con una inexplicable pegada virtual de carteles y concluye con una jornada de reflexión sin sentido. Y, entre medias, un debate entre los dos principales candidatos sin el menor sentido y el mayor de los tedios.

No, eso ya no tiene sentido alguno. A estas alturas nadie duda de que la televisión se ha configurado como centro del debate político. No en vano, Pablo Iglesias y, en menor medida, Albert Rivera son lo que son en buena medida gracias a sus constantes presencias en los platós de televisión. Si es verdad que todos (incluidos los ciudadanos) hemos entendido el mensaje, si es cierto que las cosas ya no pueden ser igual, si nadie discute que la nueva política exige menos acartonamiento y más cercanía, entonces nadie pondrá en duda que en esta campaña deben celebrarse no uno, sino varios y plurales debates electorales, y que en ningún caso pueden mantener el acartonado formato que hasta ahora les ha definido.

El argumento de que no es aconsejable que Rajoy, un sexagenario, se mida con otros candidatos que no llegan a la cuarentena es absurdo por pueril.

No se trata de que debatan sólo Mariano Rajoy y Pedro Sánchez junto con un moderador que tase al segundo cada una de las intervenciones e impida el menor conato de réplica o salida del guión pactado. No se trata de que los espectadores sean un ente pasivo, sin el menor grado de participación. No se trata de negociar días y días sobre quién empieza a hablar, quién se sienta a la derecha o a la izquierda del moderador, qué temas se deben tocar y cuáles eludir.

No, ya no se trata de eso. La nueva política obliga a nuevos comportamientos, a hacer creíble que se ha asimilado ese 'He entendido el mensaje'. Unos cambios que debe empezar a aplicar sobre todo el PP. Porque no es de recibo que haya sido siempre el que más trabas ha puesto, legislatura tras legislatura, a celebrar debates, hasta el punto de que jamás ha aceptado uno estando en el poder. También ha sido el PP el que más ha contribuido a acartonarlos con sus exigencias y el que ahora mismo está mostrando más reticencias a debatir en las próximas semanas. El argumento de que no es aconsejable que Rajoy, un sexagenario, se mida con otros candidatos que no llegan a la cuarentena es absurdo por pueril.

El PSOE ya ha dejado dicho que no pone obstáculos (confiemos en que sea verdad) y Podemos y Ciudadanos, como es lógico, más que dificultades ponen facilidades: su entorno es la televisión y, a priori, medirse con Rajoy y Sánchez constituye una oportunidad que no pueden desaprovechar.

No es cierto, como dice la tradición, que los debates no se ganan, sino que sólo se pierden. Entre otras cosas porque si alguien pierde es porque otro gana. Suena más a excusa de alguien que sabe que tiene poco que aportar y sí mucho que esconder.

Los tiempos han cambiado y no sólo tenemos que dar por descontado que esos debates --no simples cara a cara entre PP y PSOE, la presencia de Podemos y Ciudadanos es inexcusable-- se van a celebrar, sino que como ciudadanos descreídos y exigentes debemos reclamar formatos sin corsés. No se trata de escuchar monólogos de tres minutos tasadísimos, sino intercambio de ideas, proyectos e promesas. Lo que inevitablemente implica que los candidatos se repliquen e incluso --sí, incluso-- se interrumpan. Entre el debate entre Rajoy y Rubalcaba de hace cuatro años y un debate en La Sexta Noche existe un amplísimo término medio.

La cercanía política no se demuestra bailando en un plató de televisión o respondiendo a dos muñecos de trapo. Se logra, como diría el presidente del Gobierno, estando a las duras y a las maduras, contraponiendo propuestas, argumentando y defendiendo lo que se ha hecho. Porque, si no es así, la sociedad puede entender --debería entender-- que esos debates a los que se le aplican toneladas de maquillaje (que no piel) constituyen el primer paso de una estafa por venir.