Las sonrisas de la guerra

Las sonrisas de la guerra

ASSOCIATED PRESS

Su sonrisa nos perseguía. En una ciudad arrasada por la guerra, sitiada durante 18 meses, los niños revoloteaban a nuestro alrededor, nos acompañaban en nuestro deambular por las ruinas en las que se habían convertido sus casas. Siempre con una sonrisa.

Casi 25 años después de aquella visita a Mostar, cuando ya nos parecen imágenes y acontecimientos de un pasado remoto, leo que hoy hay más países inmersos en conflictos armados que en ningún otro momento de los últimos 30 años

Visité Mostar, convertida en triste símbolo de la guerra de los Balcanes, en 1995. En la memoria de todos quedarán marcado para siempre aquel absurdo de muerte y barbarie. Con especial horror por la cercanía geográfica vivimos aquel conflicto en la próspera Europa. Horror como el de las dos niñas asesinadas por un francotirador cuando abandonaban Sarajevo, una violencia que continuó con el ataque que sembró el terror en el cementerio en el que estaban siendo enterradas. Horror como la bomba lanzada sobre una escuela matando a tres niños, su maestra y otras cuatro personas. Horror como el un cañonazo contra la parte vieja de Sarajevo que mató a 7 jóvenes e hirió a otros cuatro. O como la muerte, tras estallar una granada, de 6 niños que jugaban en la nieve.

Casi 25 años después de aquella visita, cuando ya nos parecen imágenes y acontecimientos de un pasado remoto, leo que hoy hay más países inmersos en conflictos armados que en ningún otro momento de los últimos 30 años; que cientos de millones de niñas y niños viven en zonas donde la guerra forma parte de su día a día y sufren una violencia indiscriminada. Las consecuencias para sus vidas y para su futuro son terribles. Muchos de ellos son objetivos directos de ataques, utilizados como escudos humanos, mutilados, secuestrados, reclutados para combatir, sufren violaciones, se ven obligados a contraer matrimonios forzosos.

Esto está pasando hoy. Lo dice el informe Acción Humanitaria para la Infancia que acaba de hacer público UNICEF.

La complejidad del panorama internacional, la involución hacia políticas cada vez más preocupadas de levantar muros y centrar esfuerzos en sistemas proteccionistas y la parálisis de la ayuda oficial al desarrollo configuran una realidad que en nada beneficia a la puesta en marcha de medidas que protejan a los niños y niñas de las amenazas que les acechan en estos conflictos armados

Cuando se cumplen tres décadas de la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño –el tratado internacional más ratificado de la historia-, el mapa de este drama de situaciones de crisis se extiende por todo el planeta: Venezuela, Haití, Nigeria, República Democrática del Congo, Libia, Sudán del Sur, Somalia, Yemen, Bangladesh, Myanmar, Ucrania... por no hablar de la violencia que provoca sobre los niños la crisis de refugiados y migrantes en Europa, o el drama de la guerra en Siria. Para entender la envergadura de lo que está sucediendo baste decir que UNICEF responde a más de 300 crisis humanitarias cada año provocadas por conflictos y desastres naturales.

La complejidad del panorama internacional actual, la involución hacia políticas cada vez más preocupadas de levantar muros y centrar esfuerzos en sistemas proteccionistas de puertas adentro, la parálisis de la ayuda oficial al desarrollo –que se encuentra en niveles de hace 50 años- configuran una realidad que en nada beneficia a la puesta en marcha de medidas que protejan a los niños y niñas de las amenazas que les acechan en estos conflictos armados. Por desgracia, los niveles de financiación para atender estas situaciones son insuficientes en comparación con las necesidades que demandan estas crisis humanitarias que afectan a más de 500 millones de niños.

Como sociedad tenemos la obligación de proteger a todos los niños, todos tienen derecho a sobrevivir, a prosperar, especialmente cuando se encuentran en medio de conflictos violentos y crisis terribles

Ante semejante panorama es necesario y obligado pasar a la acción, actuar con determinación. No podemos permitirnos como sociedad mantener este escenario por más tiempo. La violencia contra los niños nunca debe convertirse en la "nueva normalidad". Debemos presionar a los gobiernos para acabar con la "utilización" de los niños y niñas en los conflictos armados, y para que contribuyan de forma generosa a la financiación de los programas de atención a la infancia en estas zonas.

En esa línea se enmarca el llamamiento que acaba de realizar UNICEF –el más ambicioso de su historia– para hacer frente a las crisis humanitarias en 2019. Su objetivo es conseguir 3.900 millones de dólares –unos 3.400 millones de euros– para prestar atención a 73 millones de personas, entre ellos 41 millones de niños, en 59 países. Esos recursos servirán para salvar vidas, para dar una respuesta inmediata y eficaz a los millones de niños y niñas que van a necesitar esa ayuda. Y no solo se trata de alimentar, vacunar, suministrar agua potable, dar refugio o vacunar; también hay que proporcionar la protección, ayuda psicológica y seguridad que necesitan para superar los traumas que les ha tocado vivir.

Como sociedad tenemos la obligación de proteger a todos los niños, todos tienen derecho a sobrevivir, a prosperar, especialmente cuando se encuentran en medio de conflictos violentos y crisis terribles.

Hoy en Mostar los niños siguen sonriendo. Aunque en sus calles todavía se observa en algunos rincones el rastro del horror, una nueva generación crece en un país en paz. La comunidad internacional llegó tarde para detener aquel conflicto. ¿Vamos a seguir cometiendo los mismos errores?