Viviendo con una hija que no quiere vivir

Viviendo con una hija que no quiere vivir

AlexLinch via Getty Images

Tener hijos no fue una tarea sencilla para mí. Al final, con la ayuda de la fecundación in vitro, me quedé embarazada de mellizas. Doy gracias a diario por haber podido tener hijos: han sido mi dicha y mi bendición. He visto en primera persona la agonía de las mujeres que lo intentan desesperadamente y sin éxito. También he visto el dolor que sufrió una amiga muy querida cuando su bebé nació muerto al tiempo que su otro hijo luchaba contra el cáncer. Así pues, ¿qué se puede hacer cuando una hija está sana salvo por el hecho de que no siempre quiere vivir? ¿Qué se hace cuando la enfermedad está en su mente? Por fuera, parece "normal", pero está luchando todos los días contra demonios que nunca la dejan en paz. ¿Es culpa mía? ¿He hecho algo mal como madre? ¿Por qué no puedo ayudarla y llevarme su sufrimiento?

Nos dimos cuenta de que mi hija no estaba bien cuando tenía unos 11 años. En su caso, el problema empezó con ataques de pánico, pero cuando empeoró, buscamos atención médica. Le diagnosticaron trastorno obsesivo compulsivo (TOC) grave, ansiedad y depresión, y luego estaban también las autolesiones. Hay mucha incomprensión en el tema del TOC. La gente bromea sobre tener TOC porque les gusta "tener las cosas en orden", etcétera. Mucha atención a esto: para todos aquellos que sufren TOC, no es ninguna broma.

Si padeces TOC, a menudo sufres pensamientos obsesivos y frecuentes comportamientos irresistiblemente compulsivos. La obsesión es un pensamiento indeseado y desagradable, una imagen o una necesidad imperiosa de actuar o repetir una acción, y muchas veces provoca sentimientos de ansiedad, disgusto o malestar.

Si como observadora ya es doloroso, solo puedo imaginarme el infierno que debe ser para la persona que lo sufre.

Y la compulsión es precisamente el "comportamiento o acto mental reiterado" que sientes que necesitas llevar a cabo para aliviar de forma temporal los terribles sentimientos que te provoca el pensamiento obsesivo. O pensar que va a suceder algo terrible y desastroso si no te dejas llevar por la compulsión, puede que incluso la pérdida repentina de un ser querido. Por ejemplo, te puede asaltar un "mal" pensamiento o una mala imagen al subir por las escaleras, lo que te hace subir y bajar esas mismas escaleras una y otra vez hasta que sientes que "ya está bien", o te hace atarte y desatarte los zapatos hasta que sientes que ya puedes parar. La compulsión varía de una persona a otra, pero consume sus horas. Cada persona puede sufrir cientos de estos pensamientos e imágenes al día, lo que hace que pierda muchísimo tiempo cediendo a las compulsiones para aliviar estos sentimientos. Si como observadora ya es doloroso de ver, solo puedo imaginarme el infierno que debe suponer para la persona que lo sufre.

A esto le acompaña a menudo la depresión, la ansiedad y las autolesiones. Yo era incapaz de comprender por qué mi preciosa, maravillosa, considerada, graciosa, aguda y amable hija quería hacerse daño a sí misma o dejar este mundo. Me aterrorizaba. Dejamos de llevarla al colegio por su propia seguridad y, durante un año, se quedó en casa conmigo para poder vigilarla las 24 horas del día, los 7 días a la semana. No la perdía de vista, ni cuando se daba un baño ni cuando tenía que usar el retrete. Nos dijeron que retiráramos cualquier objeto con el que se pudiera autolesionar, incluso los folios.

Pero si alguien se quiere autolesionar, lo va a hacer. Y ella lo hizo. Cada vez que sucedía se me rompía un poco más el corazón. Pero conocí a un hombre estupendo cuyo hijo se había suicidado y que desde entonces se propuso como misión ayudar a adolescentes como mi hija. El hombre me explicó que, cuando alguien se autolesiona, no tiene por qué ser necesariamente para poner en peligro su vida, sino que también puede ser para lograr un alivio inmediato para todo el sufrimiento que padece. De forma similar a lo que le sucede a un alcohólico en rehabilitación (como fue mi caso), la primera bebida se toma para insensibilizarse o para conseguir ese subidón. Al principio te sientes mejor, pero después, invariablemente, llegan los sentimientos de vergüenza y autodesprecio.

Estamos en una posición privilegiada que nos permite tener un seguro de salud privado (pero, claro, muchos otros no tienen esa suerte), de modo que mi hija pudo ser atendida por un pediatra brillante, además de ir a terapia y recibir la medicación apropiada. A día de hoy, está de vuelta en el colegio y puede hacer cosas que jamás imaginamos que sería capaz de hacer. Cosas tan simples como salir con los amigos, ir de vacaciones y de compras, reírse y sentirse feliz. Esto no quiere decir que el día a día haya dejado de ser una lucha para ella. Lo es. Sin embargo, sin esta ayuda, tiemblo al pensar lo que podría haber sucedido. Si hubiéramos buscado ayuda a través del Servicio Nacional de Salud británico (NHS), puede que hubiéramos tenido que esperar un año para que la diagnosticaran, y no digamos ya para recibir tratamiento. No es culpa del NHS, claro, pero así funcionan las cosas habitualmente cuando se trata de la salud mental.

Así que la próxima vez que bromees diciendo "menudo TOC tengo", por favor, piensa un segundo en las personas que de verdad lo padecen.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.