La era del voto 'a la desesperada': ¿por qué están en alza los populismos?

La era del voto 'a la desesperada': ¿por qué están en alza los populismos?

Marko Djurica / Reuters

Se puede debatir que el globalismo haya entrado en recesión, pero los resultados electorales de los últimos dos años (el Brexit, las elecciones de los Estados Unidos, Francia y recientemente las del Reino Unido) confirman que ahora a los votantes les encanta votar a la desesperada. Cuando digo "a la desesperada" me refiero a que a la gente ya no le da miedo correr riesgos. Tratan de lograr un cambio votando contra el establishment. Aunque fue en 2008 cuando Obama llevó a cabo la histórica campaña del cambio con el eslogan Yes We Can, no fue hasta hace poco cuando empezó a ponerse en práctica por Europa y los Estados Unidos.

Más allá de toda retórica, Barack Obama era un representante más del establishment político convencional. Sin embargo, Donald Trump, descartado al principio de las primarias por los medios y más tarde considerado como "imposible ganador", siguió adelante y logró una rotunda victoria sobre Hillary Clinton. La victoria de Trump supone un cambio en la forma en que la ciudadanía concibe las elecciones. Parecía asumido que a los votantes no les iba el riesgo, que elegirían a alguien con experiencia para dirigir el país en una era con un futuro incierto. Pero ese resultó ser más bien el deseo del resto de los partidos políticos. El ascenso de Trump a la presidencia se encargó de enterrar esas presuposiciones. La gente iba a votar a cualquier persona, incluso a un novato en política, con tal de que fuera capaz de tocar la fibra sensible del votante y no tuviera miedo de sacar a la palestra asuntos como el extremismo y la inmigración, ocultos hasta entonces bajo la máscara de lo políticamente correcto.

La victoria de Trump supone un cambio en la forma en que la ciudadanía concibe las elecciones.

Otro logro importante de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos fue el ascenso político del inconformista Bernie Sanders, un socialdemócrata (la izquierda en el desequilibrado espectro político estadounidense). Su campaña giró en torno a propuestas para garantizar la universidad gratuita, subir los impuestos a los ricos y cortar la relación entre los políticos y las élites empresariales. Como se esperaba, durante los primeros días de campaña, los principales medios de comunicación lo ignoraron por completo. Solo cuando las primarias pasaron a ser una dura batalla entre Clinton y Sanders la prensa empezó a tomárselo en serio. Merece la pena destacar que, tras el declive del keynesianismo, teoría económica afín a las ideas del acceso universal a la salud y la subida de impuestos, resultaba fácil considerar que un político con tales ideas no podía llegar a ser presidente de los Estados Unidos. Hasta que llegaron estas elecciones, dichas ideas fueron consideradas como cuentos socialistas sin interés en unos Estados Unidos capitalistas. El ascenso de Sanders marcó un cambio importante en la política estadounidense: los jóvenes ya no tienen miedo de abrazar diferentes ideologías políticas. Están dispuestos a elegir lo que es mejor para todos, los de izquierdas, los de derechas y los de centro. Unos quieren contener la inmigración, otros quieren una educación gratuita y el bienestar social al mismo tiempo que se oponen a que el gobierno se entrometa en sus asuntos personales. Es la era del agnosticismo político: el votante medio es ahora menos dogmático y más pragmático.

Conforme llegaron los resultados de las votaciones del Brexit y de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, los analistas políticos, entre quienes me incluyo, percibimos el ascenso de los populismos de derechas. Los expertos vaticinaron que era cuestión de tiempo que en Francia, Alemania o los Países Bajos florecieran los demagogos en sus respectivos gobiernos. Por ahora, los resultados han demostrado lo contrario. En los Países Bajos se produjo el derrumbe de Geert Wilders, de la extrema derecha. En Francia, Emmanuel Macron frustró con un partido de un año de edad (¡En Marcha!) la carrera de Le Pen hacia la presidencia y logró alcanzar recientemente una importante mayoría parlamentaria. Todos estos resultados confirman que no se ha producido dicho giro global a la extrema derecha, sino más bien un nuevo sentimiento antielitista por todo el mundo.

Es la era del agnosticismo político: el votante medio es ahora menos dogmático y más pragmático.

Los planes de Theresa May de lograr una mayoría parlamentaria justo cuando las negociaciones del Brexit iban a empezar con la Unión Europea fueron interpretados por muchos como una forma de sembrar el desacuerdo en el Parlamento y reforzar su figura política aumentando su influencia en Bruselas. Muchos votantes, especialmente los más jóvenes, le dieron la espalda y estuvieron a punto de trastocar las predicciones de los expertos. May, que partía con 20 puntos de ventaja sobre su rival del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, salió malparada, dado que ni siquiera pudo mantener la mayoría lograda por los conservadores en el 2015. Pero lo más sorprendente no fue la humillación de Theresa May, sino el ascenso de Corbyn, a quien el establishment consideraba un marginado de izquierdas. Denostado por la derecha del país como un socialista viejo y demasiado de izquierdas como para tomarlo en serio, Jeremy Corbyn llevó a cabo una campaña que convenció a la juventud, a la gente de color y al votante blanco de clase obrera (que, al otro lado del Atlántico, había sido fundamental para la victoria de Donald Trump). Al final, no fue suficiente. Jeremy Corbyn perdió contra Theresa May, pero incluso en esa derrota consiguió cambiar el panorama político británico de cara a un futuro próximo. Redefinió el populismo para bien, cuando hasta hace poco no era más que una lacra. Demostrar que se puede ganar votos a través de grupos sociales tan diferentes sin sembrar las semillas de la discordia ha sido el mayor logro de la campaña de Jeremy Corbyn.

Jeremy Corbyn redefinió el populismo para bien, cuando hasta hace poco no era más que una lacra.

Los votantes están hartos de los discursos morales de sus líderes sobre el globalismo y rechazan a los dirigentes de organizaciones elitistas como la UE y la ONU. Se oponen a la idea de las organizaciones internacionales y al vínculo oculto con sus gobiernos. Sospechan que estas organizaciones están fortaleciendo los programas políticos hechos para ricos en el nombre del globalismo y de un mundo interconectado, pese a la destrucción de empleos y a que la automatización está devorando lo que queda. Han visto cómo los beneficios de las multinacionales no dejan de crecer a lo largo de décadas al mismo ritmo al que la seguridad laboral se reduce. Sus líderes permanecieron callados mientras veían cómo los derechos de los trabajadores eran pisoteados en aras del libre comercio y del bien común.

Al contrario de lo que podían creer estos líderes, el cambio climático no es la mayor preocupación común de estos votantes descontentos, sino la vanidad del establishment. Ahora, los votantes están alzando su voz en un mensaje inequívoco. El auge de inconformistas como Trump, Corbyn y Macron es una lección política al establishment del resto del mundo. La moraleja parece clara: ignora al votante bajo tu propia responsabilidad.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' India y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.

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