"Del guateque al altar": cosas de ser joven en tiempos en Franco

"Del guateque al altar": cosas de ser joven en tiempos en Franco

Hace unas décadas en España, el mero hecho de intentar ligar requería la puesta en marcha de una parafernalia que puede parecer ciencia ficción para los nacidos en democracia.

  5c8b2e3d2300000401244ef9

Las normas de la moral de la época, y la ausencia de libertades en la dictadura de Franco, convertían en una osadía para una mujer llevar pantalones y popularizaron frases como "Desengáñate, hija mía, no hay mejor carrera que una buena boda". Muchas veces la única comunicación posible entre jóvenes era por cartas, tan cuidadosas que a lo sumo terminaban con un "tu buen amigo que no te olvida" y, a partir de ahí, cada cual soñaba lo que podía.

No ha pasado tanto tiempo. Son los recuerdos que comparten Pilar Garrido Cendoya y su marido, el humorista gráfico Antonio Fraguas Forges, en Del guateque al altar (Planeta). La autora, que se puso su primer bikini en el 69, se plantea en un momento del libro: "¿Hemos podido ser normales quienes tales enseñanzas recibimos? ¡Qué tarea para los de nuestra generación, el crerer lúcido!".

Del colegio al comienzo de la vida en común (previo paso del matrimonio), repasamos algunas de las situaciones que recoge el libro sobre la juventud de la posguerra. Muchas curiosidades más, especialmente si no has podido o nunca te has parado a escuchar a los que fueron jóvenes en los comienzos del Franquismo, en Del guateque al altar:

- Ser moderna tenía un precio. "Que muchas nos apuntáramos a la moda del pantalón luciendo los primeros vaqueros era de guarras".

- Los límites de la diversión. "Salir a divertirse consistía casi siempre en pasear a lo largo de calles y más calles y, de vez en cuando, en ir al cine. Más adelante, cuando se cumpían dieciséis años o más, se empezaba a asistir a los guateques".

- La mejor carrera para una mujer, un matrimonio. "Ser universitaria conllevaba un cierto tipo de libertad por el que una chica era más respetada incluso dentro del ambiente familiar, si bien había una frase muy pronunciada por tías, madres y abuelas: 'Niña, déjate de estudios, que no hay mejor carrera que hacer una buena boda'. (...) "En el caso de que él terminara los estudios antes que la novia completara los suyos, ésta abandonaba la carrera a medias porque el fulanito no podía esperar".

- Esto es lo que se sabía de anticonceptivos. "Yo tuve la suerte de tener unas compañeras muy versadas; tanto que había alguna que tenía una pariente cercana que regentaba un prostíbulo en una provincia. Por ella supe de los métodos anticonceptivos al uso, como introducir una ramita de perejil en la vagina o un trocito de jabón, que hacían escurrir el espermatozoide. Era mejor el jabón, porque el perejil se ponía putrefacto y podía provocar una infección difícil de curar".

-La organización social. "En el servicio doméstico había niños y niñas que ni siquiera alcanzaban la edad mínima de catorce años; más de una fue contratada con ocho o diez para mecer la cuna de un bebé o para abanicar durante las calurosas siestas estivales a una señora perezosa".

-Eran tiempos de piropos. "Aunque una no estuviera embarazada se nos cedía el asisento en los autobuses y se nos tomaba del codo para cruzar la calle. Aquello era bonito pero estaba mal visto por las feministas, y algunas ya empezábamos a serlo".

- A la piscina, por separado. "En Madrid, hasta bien entrados los años sesenta, una chica podía ir a bañarse sola si era a la piscina del Club Apóstol Santiago, de inspiración cristiana, porque en ella los sexos estaban separados y cada uno contaba con equipamientos disitntos. Era frecuente ver a uan pareja de novios cogidos de la mano despedirse en la puerta". Además, nada de bikinis, ni trikinis. Nada de nada. "Los bañadores debían guardar una corrección (...) Por abajo era preceptiva una [tela] a modo de falda, aunque quedara ajustada, hasta medio muslo".

- El ajuar antes de Ikea. "En cuanto había noviazo se debía empezar a hacer el ajuar". Cuando llegaba el gran día, muchos novios se encontraban con regalos repetidos: entre los más habituales, juegos de café o botellas de cristal tallado. "Pero peor lo pasaron los que recibieron más de tres cuadros de la última cena, que por cierto eran metálicos, hechos a troquel y estaba muy de moda colgarlos en el comedor".