One Direction en Madrid: placer impúber

One Direction en Madrid: placer impúber

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No deja de ser frustrante acudir a un concierto y marcharse sin apenas haber escuchado nada.

Fueron varios los factores que contribuyeron a que la actuación en Madrid del quintento británico One Direction —con todas las entradas agotadas tanto para el viernes como para este sábado— obligue a pasar los próximos días con un molesto pitido en los oídos.

Primero, el constante, ensordecedor y hasta cierto punto dañino griterío de las más de 15.000 fans de la banda. Y, segundo, el perenne problema de acústica que sufre el Palacio de Vista Alegre. El primero era un factor real (como demuestra el audio), previsible y lógico. El segundo es también previsible y, parece, irreversible.

Sin rodeos: pese al pésimo sonido, One Direction ofreció un concierto maravilloso e inolvidable para sus miles de seguidoras. Que es de lo que se trataba. Porque en realidad sus fans no exigen una buena acústica, ni que los músicos demuestren una exquisita compenetración; menos aún que las voces de los cantantes alcancen notas sublimes.

No se trata de eso.

Lo único que piden es ver a sus cinco chicos corriendo por el escenario, divirtiéndose y que, con calculada maestría, hagan los comentarios de rigor alabando al país y, cómo no, a sus seguidoras, que —siempre, siempre, siempre, no importa en el lugar en el que actúen—, son las mejores del mundo.

LLENOS DE RECURSOS

Cualquier actuación de One Direction está diseñada con tiralíneas. Cuándo saltan, cuándo miran a cámara, cuándo alientan al público para que dé palmas. Todo eso y más. Los británicos sacaron de su inagotable chistera todos los recursos necesarios para meterse en el bolsillo a sus miles de fans, ya entregadas de forma ciega antes y durante la hora y tres cuartos de concierto.

Los componentes de la fanboy ondearon en varias ocasiones banderas de España, se pusieron una camiseta del Real Madrid, aseguraron que las chicas españolas son las más sexis del mundo, bailaron con los osos de peluche arrojados desde la pista, pidieron al público que —a falta de los mecheros de antaño— encendieran sus móviles durante una de sus baladas, se arrancaron con el tópico de cantar el inefable “Yo soy español, español”, amagaron con unos pasos de flamenco e incluso se calaron, sin venir demasiado a cuento, un gorro de Papá Noel.

Y, aunque sea para tomarse un respiro de diez minutos, presumieron de ser una banda cercana sus fans al responder tres preguntas que, previamente, otras tantas seguidoras les habían envíado vía Twitter.

Son las chiquilladas apropiadas para derretir el espíritu y el alma de miles de enfervorizadas fans cuya aspiración última consiste en acabar fundidas de devoción. Ellas también ponen de su parte: mediante una iniciativa lanzada a través de las redes sociales, el Palacio de Vista Alegre se inundó durante la interpretación del tema Moments de miles folios con la palabra escrita 'GRACIAS' en ellos.

Vaya que si lo consiguieron: todas salieron del recinto agotando sus últimos gritos para evocar tal o cual movimiento de cadera, o esa sonrisa que Harry se marcó al arrancar no importa qué tema. Porque incluso las canciones son lo de menos. Sonaron todos sus éxitos, como no podía ser de otra forma (Live While We’re Young, Kiss You, Last First Kiss, One Thing, Up All Night, What Makes You Beautiful e incluso la versión de Blondie One way or another) y siempre, sin excepción, predominó las voces del público sobre las de los propios británicos.

Todo funcionó a la perfección. Harry Styles, Liam Payne, Zayn Malik, Niall Horan y Louis Tomlinson hicieron lo que tenían que hacer: sin ninguna necesidad de convencer, porque para los que fueron a verles nunca han estado cuestionados, ofrecieron un concierto... de One Direction.

Perfecto para quinceañeras.