Memorias de Miguel Ríos: el rockero que no admite caricaturas

Memorias de Miguel Ríos: el rockero que no admite caricaturas

EFE

La honestidad empieza por uno mismo. Hubo un momento en el que Miguel Ríos, Mike Ríos, el Rey del Rock español, o como se le prefiera llamar, comenzó a verse como una caricatura de sí mismo. Como si el que estuviera encima del escenario fuera un impostor que, mal que bien, tratase de emular al cantante granadino. Tocó tirar de honestidad consigo mismo. Y lo dejó. “Estoy enviciado con la música, pero no hasta el punto de hacer el ridículo. Me ha pasado de estar en mitad de una canción y pensar: ‘puf, por qué, si esto no es así ya, tendría que ser de otra forma’”, reconoce en conversación con El Huffington Post.

Miguel Ríos (Granada, 1944) se dijo ‘hasta aquí hemos llegado’. Su carrera musical daba para mucho más. Podría ir tirando (“Sé que sigo estando de muy buen ver”, ironiza), dejándose llevar, pero ya no volvería a ser el genuino. Organizó una gira de despedida, cumplió y cambió el micrófono por el papel en blanco. Tocaba echar la vista atrás, analizar y rememorar medio siglo de Rock & Roll.

Tardó un año y cuatro meses en parir las 400 páginas que componen Cosas que siempre quise contarte (Planeta), unas memorias que escribió bajo dos premisas inapelables: contar solo la verdad y “ser discreto” con su vida personal.

La primera se ha cumplido; la segunda, sólo en parte. Porque en el libro hay, como no podría ser de otra forma, sexo, drogas y rock 'n' roll.

Medio siglo aferrado a la música como tabla de salvación vital incluye mucho sexo y, en el caso de Miguel, un matrimonio frustrado, una nueva relación sentimental ya consolidada, una hija a la que ama más que a la música (a ella compuso Lua, Lua, Lua) y decenas de relaciones esporádicas en una época, la de los años 60, en las que “follar era un milagro”.

Y consumo de drogas de las que Miguel Ríos ni presume ni se arrepiente. Por la carretera de su vida han caído muchos canutos y cocaína. O como escribe en sus memorias, “golosinas para la nariz”. “¿Qué sería de Keith Richards si no se hubiera esnifado las cenizas de su padre? ¡Un mero guitarrista!”, bromea durante la rueda de prensa de presentación de su libro. Desde que comenzó a esnifar sólo se marcó una línea roja: “Que me jodiera la voz. No he sido un gran cocainómano precisamente por eso, para no destrozar mi voz”.

Descartada la heroína (“Me di cuenta inmediatamente de que no iba conmigo”), Miguel Ríos consumía drogas por placer, no como estímulo creativo. “Eso nunca, me ha importado mucho que las drogas no me influyeran a la hora de crear. Fumar un canuto no te ayuda a escribir una buena canción”, defiende.

  5c8b6b6d2500000d04ca9e84

UNA MALA CANCIÓN

En una vida marcada por el éxito, Miguel Ríos también relata sus amarguras. Su paso por la cárcel de Carabanchel representó “el momento más jodido” de su vida, no tanto por lo que sucedió en su interior como por el pánico que le provocó verse entre cuatro paredes en la siniestra Dirección General de Seguridad franquista. “Todo por fumar un canuto”, comenta para proseguir: “Te trataban como si no fueras nadie, como si no tuvieras dignidad”. Décadas y décadas después sigue evocando “acojonado” su encarcelamiento.

Malos momentos que también sufrió en su carrera musical, incluso de forma contradictoria. Su arriesgadísima gira Rock en el ruedo, en la que el cantante se veía obligado a dar vueltas de forma constante al estar situado el escenario en el medio del coso taurino de turno, supuso su momento de mayor gloria personal y el mayor fiasco económico de su carrera. Atrás quedaba el mítico Rock & Ríos, el Himno a la alegría o el eterno Santa Lucía, tema del que se confiesa cansado.

Miguel Ríos es honesto. También en lo político. Se reconoce, no es ninguna novedad, de izquierdas. Su corazón, presume, incluso está situado más a la izquierda de lo habitual y “de lo que dice la ciencia”. En una realidad política marcada por los tesoreros millonarios, los recortes implacables al estado del bienestar, la impunidad y la inactividad, el cantante de 69 años denuncia “la desfachatez del poder”, la “escalada imparable de la desigualdad” y, sobre todo, que los gobernantes a los que la ciudadanía elige no sean los que realmente gobiernen.

Igual de doloroso que constatar la realidad es asistir a la nula reacción social ante la demolición de los derechos adquiridos a lo largo de tantos años de lucha y esfuerzo. “Ante la impunidad contestamos con tímidos escarceos, debería ser una actitud organizada y firme para decir que no hemos votado para que gobiernen los mercados”. Y de inmediato se le viene a la memoria How do you sleep?, la canción que supuestamente John Lennon dedicó a Paul McCartney. “¿Cómo es posible que muchos puedan dormir después de lo que hacen?”, se pregunta el granadino sin esperar respuesta.

“La sociedad civil es la única solución”, reconoce el cantante, que confiesa utilizar los editoriales de Iñaki Gabilondo en la cadena Ser como termómetro para saber si la situación es mala o peor que mala. Crítica con responsabilidad, porque Miguel Ríos también se fustiga por contribuir al estado actual de las cosas: “Yo también tengo parte de culpa de que Bárcenas exista”, asume.

EL FILETE, EL PERIÓDICO Y LA MÚSICA

Crisis de España como país y crisis de la industria musical, que es la que más fuerte ha golpeado a este viejo rockero que incumplió la promesa de resistir “mientras que el cuerpo aguante”. Muy crítico, alza la voz ante el “robo sistemático” que han sufrido los músicos desde hace 12 años por la piratería y la subida de impuestos a la cultura. “Y nadie ha hecho nada”, se queja. “¿Acaso el filete o el periódico se dan gratis? ¿Por qué la música sí? La dignidad está en vivir de una profesión y, la de músico, es una profesión”, abunda.

A la industria musical ya no le queda nada de industria, pero sí de musical. Porque para Miguel Ríos, que de esto sabe, el Rock & Roll vive su mejor momento En el extranjero y en España, con gente como Quique González, Lapido o Carlos Tarque, “que es como Rod Stewart pero mejor”.

Miguel Ríos cierra su carrera musical de disco-gira-disco-gira. Pero seguirá subiéndose a los escenarios a interpretar “seis o siete temas” cuando le llamen. En su agenda ya figuran tres mini actuaciones antes de que concluya el año, todas por causas solidarias. Es un yonqui de la música en proceso de desintoxicación al que se somete sin dolor ni nostalgias. Porque, como él mismo sentencia, “la nostalgia es como hacerse una paja sabiendo que no te vas a correr”.

Palabra de rockero.