Españoles que han cruzado el Atlántico a remo: "En mitad del océano hay mucha vida"

Españoles que han cruzado el Atlántico a remo: "En mitad del océano hay mucha vida"

NACHO CEMBELLÍN

En mitad de la inmensidad del océano no se siente soledad. Sólo tranquilidad, paz y relax. Lo aseguran Antonio de la Rosa (Valladolid, 45 años), Emilio Hernández (Sevilla, 42 años) y José González (Murcia, 28 años), tres españoles que en los últimos meses han cruzado el Atlántico sin más ayuda que sus remos.

El primero, deportista extremo, lo hizo en solitario y ganó la competición Rames Guyane 2014 el pasado diciembre, lo que supuso un hito para el deporte español. Completó sólo con su fuerza los 4.700 kilómetros que separan Senegal de la Guayana francesa en 64 días. Emilio y José, bomberos de Cartagena, hicieron juntos en el mismo barco 5.000 kilómetros en 60 días desde la isla canaria de La Gomera hasta la isla de la Martinica, en El Caribe, donde llegaron hace pocas semanas.

“Yo había escuchado que el océano, en su mitad, era como un desierto, pero la realidad es que allí hay mucha vida: muchos peces, algas, pájaros”. Antonio de la Rosa habla de su hazaña sin darse importancia, como quien explica a sus amigos que ha bajado al bar de la esquina a tomarse una caña.

Subraya que la travesía ha sido “una parte más” de su vida como deportista y que ha aprendido muchísimo, pero admite que la experiencia no le ha cambiado la vida porque está habituado a aventuras extremas. Por ejemplo, el año pasado había cruzado Alaska en solitario. Por eso, no necesitó ningún entrenamiento muy específico antes de embarcarse: “Llevo toda la vida preparándome”.

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Antonio de la Rosa, durante su travesía

"NOS HEMOS COMUNICADO CON DELFINES"

“En las películas suelen decir que cuando hay aves es porque la tierra está cerca, pero no es así. Yo he visto pájaros todos los días. Incluso un pequeño pajarillo se cayó dentro del barco y estuvo un día allí conmigo hasta que lo pude soltar”, explica para argumentar que, pese a su soledad, no se sintió solo en ningún momento. Al contrario, asegura que no notó ningún agobio y que se encontró “más cómodo” de lo que pensaba.

Emilio Hernández afirma que él y su compañero José sintieron lo mismo, aunque admite que en algunos momentos echaron de menos a su gente: “Pero por lo general hemos disfrutado mucho de la tranquilidad, de estar rodeados de agua lejos de cualquier cosa. Ha sido una soledad disfrutable, una cura, una desintoxicación. Estamos acostumbrados a una sociedad muy rápida, muy contaminada, y ha sido un reseteo de pararse y reflexionar”.

Pero de soledad, subraya, nada. “Hemos vistos ballenas piloto, atunes enormes, peces espada, delfines jugando a nuestro alrededor. Nos hemos comunicado con ellos. Pepe metía la cabeza en el agua, les hacía ruidos y ellos respondían. De noche les hemos iluminado y se han puesto a mirarnos y a jugar con nosotros”, recuerda. Toda esa experiencia quedará reflejada en un documental de Al filo de lo imposibleque se estrenará en otoño.

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Uno de los bomberos, durante la travesía

Ellos, al contrario que Antonio, sí tuvieron que preparase. Y mucho. Cuatro años en los que han recibido entrenamiento psicológico y físico de los expertos de la Universidad de Murcia. En el océano, cada detalle es un mundo. Por ejemplo, tuvieron que probar distintas comidas y complementos nutricionales para ver qué les sentaba bien y qué mal en el mar.

“Hay que comer sabores no muy fuertes porque te puede sentar mal con bastante facilidad y provocar vómitos, náuseas y, con el importante gasto calórico que conlleva el remo, si no puedes alimentarte bien estás perdido”, explica Emilio, quien recuerda que en algunos entrenamientos llegaron a perder cinco kilos de peso en 26 horas por alimentos que les sentaron mal.

DURMIENDO EN UN PEQUEÑO NICHO

En la travesía no tuvieron ningún problema con la comida y la convivencia entre ellos fue relativamente fácil, aunque admite que tuvieron “pequeñas asperezas en momentos puntuales”. “Pero nos hemos llevado muy bien. Cuando nos hemos dado cuenta de que estábamos cabreados, en vez de seguir hablando nos hemos callado y nos hemos dado espacio. Y cuando han pasado unas horas hemos seguido tan ricamente”.

Eso de “darse espacio” es una forma de hablar. Porque los barcos de remo oceánico no son ninguna mansión. El de Antonio de la Rosa medía unos ocho metros de largo y 1,60 de ancho y el de los bomberos era algo más pequeño. Los aventureros dormían (o descansaban, porque dicen que dormir no era sencillo) en una especie de nicho de tres metros de largo por 60 centímetros de alto. José y Emilio nunca remaban juntos, sino que hacían turnos de dos horas, y por la noche descansaban juntos durante dos horas en ese reducido habitáculo.

“Cabíamos muy justos, pero lo malo era la condensación. Si el mar estaba mal, que ha pasado muchas noches, teníamos que cerrar las escotillas y de la respiración de ambos se formaba una película de condensación, muy calurosa y excesivamente húmeda. Había entre un 95 y un 98% de humedad en el nicho”, afirma.

Los barcos llevaban, además, paneles solares que generaban energía para poder usar una desalinizadora (que a Antonio se le rompió al quinto días y tuvo que recurrir a la de reserva), hornillos donde calentar la comida, los sistemas de navegación y teléfonos con los que, de vez en cuando, hablaban con sus familiares. Emilio y José no tuvieron problemas con la comida y donará lo que les sobró al banco de alimentos, pero a Antonio se le alargó la aventura más de lo previsto y anduvo justo de provisiones.

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Parte de la comida que llevaban Emilio y José

"TUVE QUE PESCAR BASTANTE"

“Tuve que pescar bastante. Durante tres semanas tuve un banco de doradas detrás de mí y también atunes. Es lo que más pesqué. Llevé una especie de sedal y en 20 segundos te ha picado un pez de cuatro o cinco kilos sin ningún problema”, asegura.

Y, después de dos meses en el barco, pisar tierra fue otra pequeña odisea. “Estás dos o tres días como borracho en tierra. Es el mal de tierra, que dicen los marineros. Te tropiezas hasta con tus pies porque no te haces a caminar en un sitio que no se mueva”, recuerda Antonio. Emilio afirma que durante la primera hora de estar en tierra las piernas se les doblaban “como si fueran de chicle”: “Nos dio por reírnos y estuvimos media hora andando por la playa y partiéndonos de risa hasta que pudimos sostenernos”.

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Uno de los bomberos, tras llegar a Martinica

Ahora, Antonio ya piensa en su siguiente reto: bajar el Tajo haciendo surf de remo. Y eso que estas aventuras no precisamente baratas. En su caso, para cruzar el Atlántico recaudó 10.000 euros por crowdfunding y el resto lo costeó Meridiano Raid, su empresa de aventuras. En el caso de Emilio y José, contaron con apoyos como los de la Región de Murcia y el Ayuntamiento de Cartagena y el patrocinio de la empresa de yogures helados Smöoy. Es el precio de alcanzar un sueño.

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