De Grecia a Francia y China, el nacionalismo vuelve pisando fuerte

De Grecia a Francia y China, el nacionalismo vuelve pisando fuerte

Carrying banners calling for a 'NO' vote in the forthcoming referendum on bailout conditions set by the country's creditors, protesters gather in front of the Greek parliament in Athens, on june 29, 2015. Some 17,000 people took to the streets ...LOUISA GOULIAMAKI via Getty Images

WASHINGTON – En China, un desfile militar este año no celebrará el triunfo del comunismo, sino el septuagésimo aniversario de la rendición japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. El nacionalismo chino (y el odio histórico hacia Japón) resulta más poderoso que la ideología marxista.

En Francia, los ultra-nacionalistas de derecha apoyan el referendo que el gobierno izquierdista griego propuso para determinar si la endeudada nación debía aceptar los acuerdos de sus acreedores internacionales. ¿Por qué? Porque Marie Le Pen, lideresa del partido Frente Nacional, quiere usar el mismo mecanismo —un referéndum— para sacar a Francia de la Unión Europea.

En Gran Bretaña, el primer ministro David Cameron lidera la mayoría del Partido Conservador, pero ve sus movimientos limitados por los escoceses, que quieren separarse de Inglaterra, y un partido euroescéptico que quiere abandonar la UE. Todo el Reino Unido se encuentra consumido por preguntas sobre su propia identidad y sobre su pertenencia.

Y, claro, en Grecia y Alemania, el intercambio de insultos entre ambos países en relación al rescate monetario heleno se ha vuelto cada vez más intenso y promete empeorar; aún cuando algunos sugieren que Alemania, si incluimos la historia de Prusia, su predecesora, ha sufrido más colapsos económicos que Grecia.

Resulta que la globalización no ha extinguido, ni siquiera calmado, las brasas del nacionalismo. Las ha inflamado.

Sistemas globales y regionales —desde la UE y la ONU hasta balanzas de poder aparentemente estables— están siendo atacadas en medio de una renovada obsesión con la identidad nacional.

Durante un tiempo pareció ser distinto. Algunas encuestas públicas, por ejemplo, mostraban apoyo a la idea de una Europa unida.

Pero parece que el apoyo era sólo para la idea y no la realidad.

Muchas de las fuerzas que antes hacían tan atractiva la idea de un mundo unido —más inversión global, migración, viajes, comunicaciones— ahora hacen que el planeta parezca cruel y abarrotado de gente.

Los flujos de capital global han traído beneficios rapaces a compañías mientras que permitían asistencia social y gasto en pensiones en países más pobres, a menudo resultando en programas de austeridad que han despertado y dado rienda suelta a ira nacionalista.

“Los estragos de la globalización han incrementado la importancia de la identidad nacional”, afirmó Jeremy Shapiro de la Institución Brookings, quien había trabajado previamente en el Departamento de Estado de Obama. “Desde la Segunda Guerra Mundial, las personas han buscado, noblemente, estructuras que brindaran paz y prosperidad al mundo. En cierta manera, han tenido éxito”.

“Pero el nacionalismo es la fuerza más poderosa en los asuntos humanos modernos”, continuó Shapiro. “Y esto se ve claro en Europa y, de nuevo, también en otras partes”.

Es posible que Grecia sea sólo el comienzo en Europa. Italia, Portugal y España se enfrentan a desafíos financieros similares y ven florecer resentimientos nacionalistas contra los grandes prestamistas globales.

La inmigración y los viajes han traído nuevas y creativas mezclas culturales y dinero del turismo. Pero también han generado sesenta millones de refugiados mundialmente, refugiados del mar obviados y abandonados a la deriva en los mares desde Asia hasta el Mediterráneo, y florecientes resentimientos —nosotros-contra-ellos— en países donde economías poco activas han avivado la antipatía hacia los inmigrantes.

Las comunicaciones globales instantáneas y ubicuas son otra espada de doble filo. El mismo sistema que ayuda a propagar videos de Taylor Swift y Juego de Tronos permite al Estado Islámico, o ISIS, reclutar personas por todo el mundo, creando una razón más para que el resto de naciones sientan temor por lo extranjero.

“Las naciones existen, fundamentalmente, para proteger a sus ciudadanos de influencias del exterior”, dijo Shapiro. “Esto sucede en cuanto a términos económicos, culturales y de seguridad física”. En otras palabras, cuanto más amenazador se vuelve el planeta, más buscaremos aferrarnos a nuestra identidad nacional.

“Hasta ISIS quiere ser un estado”, declaró. “De hecho, dicen ser uno. Y la razón es la misma: proteger a su pueblo”.

Para algunas naciones, la mejor defensa es una buena ofensa nacionalista.

Eso es lo que el presidente Vladimir Putin está haciendo en Rusia, alimentando un ciclo sin fin de nacionalismo distractor al atacar Crimea y Ucrania y amenazando a los estados bálticos y a Polonia, los cuales responden con su propia forma de nacionalismo.

Rusia, a efectos prácticos expulsada del G-7, se ha convertido en algo parecido a un hacker que trollea el disciplinado sistema occidental, enfrentando a una nación contra otra en cuanto tiene oportunidad, algo que parece ser cada vez más a menudo.

Y China, habiendo adoptado el capitalismo pero no la libertad, se está volviendo tan poderosa que los otros países asiáticos se preocupan sobre su propia identidad y responden al poderío chino con miedo.

Una gran parte del comportamiento de estos países se encuentra justificado por la historia y por el comportamiento de China, que suele tratar a sus vecinos como irritantes pero, a fin de cuentas, débiles.

“China no cree en el equilibrio de poderes”, declaró Henry Kissinger recientemente en un discurso en Washington. “La idea en sí les resulta incomprensible y eso no cambiará”.

Esto significa un incremento del conflicto nacionalista, aún mientras el presidente Barack Obama intenta forjar una nueva organización de comercio entre 11 naciones del Pacífico que, lo que es notable, no incluye a la República Popular.

El congreso estadounidense votó la semana pasada para darle a Obama unos poderes más amplios que necesitaría para negociar este acuerdo, pero aun si el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico resulta exitoso, nadie debería dar por supuesto que el fervor nacionalista desaparecería de las costas del Pacífico.

Únicamente significa que China organizará otro desfile, uno aún más grande.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Cristóbal de Losada López de Romaña

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