Sin culpables un año después del derribo del Boeing en Ucrania

Sin culpables un año después del derribo del Boeing en Ucrania

En la tarde del 17 de julio de 2014, el primer ministro holandés, Mark Rutte, compareció visiblemente conmocionado ante las cámaras. "Es un día muy negro para Holanda", dijo desde el aeropuerto de Schiphol en Amsterdam. El Boeing 777 de Malaysia Airlines que cubría el vuelo MH17 con destino Kuala Lumpur había sido derribado poco antes, cuando sobrevolaba el este de Ucrania. El balance: 298 muertos de 10 países, pero la gran mayoría -196- holandeses. "Haremos todo lo posible para llevar a los responsables ante la Justicia", prometía Rutte, entonces, a los familiares de las víctimas de un país conmocionado por la tragedia. "Buscaremos debajo de las piedras", insistía.

Aquellas palabras sonaban a juramento, pero un año después la promesa no se ha cumplido, tras chocar con la dura realidad del conflicto militar ucraniano y las nuevas tensiones entre Oriente y Occidente. El acceso a esas piedras bajo las cuales era necesario buscar chocó con numerosos obstáculos: sólo con mucho esfuerzo las fuerzas de rescate y los investigadores pudieron llegar al lugar del accidente en Hrabowe, situado en medio de una zona fuertemente disputada. Sólo en mayo de este año se recuperaron los quizá últimos restos mortales, que fueron trasladados a Holanda.

El derribo del avión destruyó también las esperanzas iniciales de que el conflicto entre las unidades del gobierno ucraniano y los separatistas apoyados por Rusia que estalló en abril de 2014 quedara limitado territorialmente. Con la tragedia y las numerosas víctimas extranjeras, la confrontación en la ex república soviética adquirió una dimensión internacional. Y el esclarecimiento de la tragedia se convirtió en una batalla política.

Sabemos poco, un año después. El avión regular sobrevolaba la región de Donetsk cuando fue derribado. Al parecer recibió un impacto, pero de qué y por obra de quién son hoy dos incógnitas. El resultado fue terrible: murieron 193 holandeses, 27 australianos, 44 malasios, 12 indonesios, cuatro belgas, nueve británicos, tres filipinos, un canadiense y un neozelandés.

Para Kiev, la culpa estuvo clara muy pronto. Sólo dos horas después del siniestro, el asesor del ministro del Interior ucraniano, Anton Gerashchenko, hizo un informe muy detallado con el número preciso de víctimas. "Los terroristas dispararon contra un avión civil con un sistema antimisiles Buk entregado por (el presidente ruso Vladimir) Putin", decía, lejos de las formulaciones precavidas iniciales o de las dudas abiertas tras este tipo de catástrofes.

Kiev aseguraba tener pruebas de que los insurgentes disponían del sistema Buk, además de misiles. Tres días antes, un avión de transporte ucraniano había sido atacado por grupos de milicianos cuando volaba a 6.500 metros de altura. Pero ese ataque, al contrario que el del MH17, sí fue asumido por los rebeldes, que aseguraron entonces no tener armas adecuadas para atacar en las alturas en las que se mueven los aviones de pasajeros. También Estados Unidos se mostró rápidamente convencido de la responsabilidad de los separatistas y del presidente ruso.

En este año se han presentado documentos y más documentos: fragmentos de conversaciones telefónicas, declaraciones de testigos, imágenes de radar y fotografías satelitales... que sólo probaban una cosa: que nadie quería aparecer responsable de la tragedia.

Las teorías y especulaciones de complot no han dejado de alimentarse ante la tardanza del consejo de seguridad holandés, que dirige las investigaciones, en presentar un informe final sobre lo ocurrido, algo que aún no ha hecho y que Moscú considera un signo de que se quiere ocultar algo.

Este consejo de seguridad -que se prevé presente el informe en el mes de octubre- tendrá que dar respuesta principalmente a dos preguntas: si el avión fue derribado realmente por un misil Buk y desde qué posición se lanzó el proyectil. A partir de ahí podrá saberse si el lugar era controlado en ese momento por las tropas ucranianas o por los separatistas. A partir del análisis de escombros, fotografías, tomas de satélites, imágenes de radares y datos de las cajas negras, los expertos pueden llegar muy lejos.

Justo ayer, la víspera del aniversario, la CNN filtró el supuesto informe preliminar de Holanda.

Según sus datos, se señala de nuevo a los prorrusos y al arsenal de Putin. La cadena norteamericana dice que estas conclusiones ya están en manos de los países de los que procedían las víctimas y de Boeing, la firma fabricante del aparato, lo que da a entender que se trata de conclusiones firmes.

La News Corp Australia, una emisora australiana, ha hecho público además un video de 17 minutos en el que supuestos rebeldes rebuscan entre las pertenencias de las víctimas. El Gobierno ha calificado las imágenes de "nauseabundas".

Putin siempre ha rechazado de plano las acusaciones y reitera que Ucrania era la culpable del accidente, por no haber cerrado el espacio aéreo sobre la zona de los combates. Insiste en que no se han presentado pruebas concluyentes de que los rebeldes próximos a Moscú fueron los que dispararon y, menos, que lo hicieran con armamento made in russia.

Moscú ha redoblado en los últimos días sus intentos para desmarcarse de ese crimen. Oleg Storchevói, jefe adjunto de Rosaviatsia, la agencia de aviación rusa, ha cuestionado las conclusiones del borrador filtrado de la investigación holandesa.

"Tenemos mucho que decir sobre ese documento y mucho que contraponer a algunas de sus tesis", comentó Storchevói acerca del informe, que concluye que el vuelo MH-17 de Malaysia Airlines fue derribado por un misil lanzado desde territorio controlado por los sublevados.

Rusia, agregó, no se decanta por ninguna de las versiones sobre las causas de la tragedia y sostiene que hay que tomar en cuenta todos los antecedentes y no centrarse en buscar datos sólo en favor de determinada hipótesis.

"Puedo decir que yo mismo veo factores que señalan que el avión pudo haber sido alcanzado tanto por un cohete 'tierra-aire' como por uno 'aire-aire'", dijo Storchevói.

Por ello, insistió en que los investigadores deben "estudiar detenidamente" todos los datos que apuntan a la hipótesis de que el avión malasio pudo haber sido abatido por un cohete "aire-aire, sobre todo porque hay numerosos testimonios de lugareños que aseguran haber visto un avión militar en el momento en que cayó el Boeing".

Más difíciles son, sin embargo, las investigaciones penales que también dirige Holanda, aún preliminares. La cuestión es si los investigadores han recibido de verdad todas las pruebas disponibles,ya que muchas están en manos de los servicios secretos de Rusia, Estados Unidos y Ucrania. Por el momento es casi imposible que esos datos salgan a la luz.

Sin embargo los expertos se muestran confiados. "Estamos recibiendo pruebas cada vez más sólidas y convincentes", ha asegurado el fiscal general que dirige la investigación, Fred Westerbeke, que quiere penetrar lo máximo posible en la estructura de mando, desde los ejecutores hasta quienes dieron la orden inicial.

¿Pero quién debe enjuiciar a los supuestos responsables? Holanda y Malasia abogan por establecer un tribunal de la ONUdel tipo del creado para juzgar crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia, en La Haya. Pero para eso debe haber una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Y Rusia, con su poder de veto, ya ha dejado entrever que su respuesta sería no. Moscú exige que primero se cierren las investigaciones. Un tribunal de esta naturaleza es "prematuro" y "contraproducente", sostienen, y con los detalles "insuficientes" que ahora se conocen daría lugar a versiones "politizadas".

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Un soldado ucraniano, voluntario, de guardia en Lugansk.

El derribo del avión malasio marcó un antes y un después en las relaciones entre Rusia y la Unión Europea, enfrascados desde entonces en una guerra de sanciones. A pesar de la entonces reciente anexión de Crimea, Europa, con Alemania al frente, se resistía a declarar una guerra económica al presidente Putin, consciente de que sus propias empresas, muy activas en el mercado de Rusia, saldrían perjudicadas del envite.

Estados Unidos llevaba tiempo presionando a los Veintiocho para que adoptaran medidas económicas contra Moscú por apoyar a los sublevados ucranianos más allá de meras palabras.

Washington consideraba probado que el Kremlin suministraba armamento a los rebeldes y apuntaba a que soldados profesionales rusos podrían estar combatiendo junto a las milicias separatistas.

Hasta entonces, las sanciones europeas se limitaban a listas negras que prohibían la entrada en la Unión a ciudadanos rusos y ucranianos considerados responsables de la inestabilidad en Ucrania, y congelaban sus activos en territorio europeo.

Aunque la Comisión Europea ya trabajaba antes de la caída del avión en una propuesta de sanciones económicas, el 17 de julio de 2014 lo cambió todo.

Aquel día de hace un año se convirtió para muchos en parte directa en una guerra que, según la ONU, ya se ha llevado la vida de al menos 6.500 personas.

Menos de dos semanas después, la UE castigó a Rusia con la restricción del acceso a los mercados de capitales europeos a los principales bancos estatales rusos, la prohibición de exportar a Rusia bienes de uso dual (civil y militar), un embargo de armas y un veto a las exportaciones de equipamiento para el sector energético.Los Veintiocho actuaron de manera simultánea con Japón y Estados Unidos, que anunció su tercer paquete de sanciones contra Moscú el mismo día en que lo hizo Bruselas.

Una semana más tarde, Putin respondió con un embargo a los alimentos perecederos procedentes de la UE, EEUU, Japón, Canadá, Australia y Noruega, una medida que afectó sobre todo a los europeos, hasta entonces principales exportadores de muchos de estos productos a Rusia.

Aunque algunos países europeos, entre ellos España, sufrieron más que otros las contrasanciones rusas, el conjunto de la Unión superó como un mal menor el embargo.

Rusia, pese a presumir de que las sanciones dieron vida a su sector productivo, obligado a sustituir los productos que ya no puede importar, entró a finales del año pasado en una recesión, agravada por la brusca caída de los precios del petróleo.

Cumplido un año desde la caída del avión, todo indica que el clima de tensión entre Rusia y Occidente será una constante en los próximos años.

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