Polonia: el alumno aventajado se marcha de la clase

Polonia: el alumno aventajado se marcha de la clase

LAURENT DUBRULE/EFE

Lo único que le faltaba a esta Unión Europea en permanente crisis era comenzar una batalla política con un país de casi 40 millones de habitantes y un PIB que representa la sexta economía del club. Polonia, que goza además de una posición geográfica estratégica en el flanco oriental en una época de tensiones con la Rusia de Putin, ha pasado en cuatro meses de ser el alumno aventajado de los países del Este –por su europeísmo y fortaleza económica- a un motivo de alerta para las instituciones europeas por su deriva autoritaria. La Comisión Europea ha sorprendido a los observadores comunitarios al iniciar un inusual proceso de investigación que podría concluir con sanciones para Varsovia.

Transcurrida una semana crítica para la nueva etapa en las relaciones entre Polonia y el resto de europeos, con intercaladas dosis de tensión, buenas palabras y destacados esfuerzos diplomáticos por parte del Gobierno polaco para reconducir la situación, no está claro hacia dónde quiere ir la Comisión Europea. Los funcionarios encargados de la supervisión quitan hierro al asunto sugiriendo que el movimiento sólo trata de dar un pequeño aviso a Varsovia. De momento recopilan información para tener una fotografía precisa sobre lo que está sucediendo.

El llamado "mecanismo del Estado de derecho” se compone de dos fases. En un primer momento, la Comisión va a realizar un análisis sobre si se están produciendo en efecto “claras indicaciones de una sistemática amenaza al Estado de derecho” en Polonia. En una segunda fase, la Comisión tomará medidas, que podrían incluir, en caso de querer sancionar a Polonia, la suspensión de su derecho a voto en El Consejo. No es probable que lo termine haciendo, según Pol Morillas, Investigador Principal para Europa del CIDOB, Barcelona Centre for Internacional Affairs. “En un ambiente de reforzamiento de los discursos nacionalistas (en Polonia pero también en tantos otros países europeos) y con la crisis de refugiados sin resolverse -más bien agravándose- el Gobierno polaco utilizará la "intromisión de la Comisión Europea" en sus asuntos nacionales para subir el tono. Como no prosperará, con el tiempo la confrontación irá a menos”, comenta Morillas a El Huffington Post.

El pasado mes de octubre los polacos decidieron dar, por primera vez en su reciente etapa democrática, una mayoría absoluta a un partido político. El Partido de la Ley y la Justicia (PiS en sus siglas en polaco), que patrocina una ideología conservadora de fuertes raíces católicas, encabezado por su fundador y presidente, Jaroslaw Kaczynski, desplazó del poder al hasta entonces relativamente liberal y decididamente proeuropeo Plataforma Cívica. Kaczynski decidió no formar parte del Gobierno pero los analistas polacos coinciden en señalarlo como el verdadero inspirador en la sombra de la nueva política polaca.

En apenas cuatro meses, el PiS ha proyectado sin complejos su poder sobre las fuerzas de seguridad y la administración pública. Se han eliminado cortapisas para que la policía pueda intervenir las comunicaciones de los ciudadanos a través de Internet. El Gobierno nombró en diciembre a cinco jueces del Tribunal Constitucional, generando serias dudas sobre si el tribunal podrá ejercer su trabajo con una mínima independencia. Su nueva ley sobre medios de comunicación se ha traducido en la expulsión de los directores de comunicación de los principales medios públicos. Un exdiputado del PiS es ahora el nuevo jefe de la tele pública. Bruselas teme que estas medidas sean sólo el principio de una espiral que termine comprometiendo los pilares del Estado de Derecho en Polonia.

La ofensiva diplomática del nuevo Gobierno polaco ha sido frenética durante la semana. El lunes pasado el presidente de la República, Andrzej Duda, publicaba un artículo en el Financial Times con el inequívoco título Polonia sigue siendo proeuropea. Ese mismo día se reunió en Bruselas con su compatriota Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo. Mientras, Beata Szydlo, la primera ministra, se dirigía a Estrasburgo para debatir con los diputados del Parlamento Europeo, a quienes envió previamente una carta con buenas intenciones: “El diálogo y el intercambio directo de información son la única forma de resolver dudas y malentendidos”.

Szydlo tuvo que soportar un duro discurso del líder de los liberales en el Parlamento Europeo, Guy Verhofstadt, tradicionalmente una voz rotunda frente a los abusos en el Estado de derecho en los territorios de la UE. “Putin quiere destruir la unidad en Europa y lo que está sucediendo en Polonia le ayuda en su causa”, afirmó el líder liberal. Manfred Weber, presidente del grupo popular en la Eurocámara, decidió apartarse del debate, en un gesto diseñado para no facilitar el victimismo polaco ante las reprimendas de una voz proveniente de Alemania, un histórico rival de Polonia. En su lugar, el español Esteban González Pons advirtió: “El autoritarismo no siempre viene de fuera y la destrucción del Poder Judicial y el control de los medios de comunicación suele ser su primer paso para acabar con la democracia”.

Ha sorprendido el tono crítico expresado por el Partido Popular Europeo, comprensivo en otras ocasiones con los excesos autoritarios del primer ministro Viktor Orbán en Hungría y ahora una voz más unida en la indignación frente a Varsovia. “Fidesz, el partido de Orbán, forma parte del Partido Popular Europeo, mientras que el Gobierno de Polonia es parte del grupo ECR (Conservadores y reformistas). Los costes políticos de castigar a Orbán eran mayores. No olvidemos que la CDU, el partido de Merkel, forma también parte del mismo grupo”, comenta Pol Morillas a El Huffington Post.

El viraje tradicionalista y autoritario del nuevo Gobierno polaco es especialmente doloroso para la Unión Europea. Polonia ha sido el alumno modelo de los países del centro y este de Europa desde el momento en que, concluida la Guerra Fría y desintegrada la Unión Soviética, comenzaron su proceso de acercamiento a la entonces Europa occidental. En marzo de 1998 la Unión abrió oficialmente las negociaciones de adhesión y Polonia ya se encontraba en el grupo de avanzadilla (junto con Eslovenia, Hungría, Chipre, República Checa y Estonia).

Tras la entrada de Polonia en 2004, su trayectoria de creciente influencia en el entramado institucional de la Unión Europea ha sido formidable. Su buena marcha económica durante los peores años de la tormenta del euro y las destacadas habilidades de su entonces ministro de exteriores Radoslaw Sirkoski le sirvieron para tejer una alianza estratégica con Berlín que les daría buenos resultados. En 2009, el polaco Jerzy Buzek, del partido Plataforma Cívica, perteneciente al Partido Popular Europeo, fue elegido presidente del Parlamento Europeo, el primero y el único hasta la fecha de los países excomunistas. En 2014, el ex primer ministro Donald Tusk, del mismo partido, fue nombrado presidente del Consejo Europeo, también el primero de los nuevos miembros en ocupar este puesto.

En un momento en que la Comisión Europea debe revisar con urgencia los fallos de un plan de reparto de refugiados que no funciona, no parece el mejor momento para iniciar un pulso con Polonia. “A nadie le interesa un pulso persistente y subiendo progresivamente de tono, dado que las crisis actuales (sobre todo la de los refugiados) requieren a Polonia y Hungría dentro, por lo que si la Comisión quiere propuestas europeas, deberá moderar el tono, como ya lo ha hecho Tusk y el Consejo. Por otro lado, para reformar Dublín y que no peligre Schengen también depende de que los países de Europa central quieran cooperar. El papel mediador de Merkel con Polonia será crucial por su cercanía con el país y la voluntad de la Comisión Europea de seguir teniendo a Alemania de aliada en la crisis de los refugiados”, concluye Pol Morillas.

El retroceso polaco supone una mota de polvo más –después de Hungría- en la tradicionalmente exitosa política de ampliación, históricamente considerada como una de los principales éxitos de Bruselas. Hasta hace muy poco, era una ley no escrita en la jerga comunitaria que para los países con pasados dictatoriales la entrada en la UE no sólo suponía la consolidación de sus sistemas democráticos sino que los fortalecía progresivamente.

La pregunta que queda en el aire y que se irá despejando las próximas semanas es si la ofensiva emprendida por la Comisión Europea facilitará el retorno a clase del histórico alumno aventajado o por el contrario lo alejará más de las aulas de la Unión Europea.