Gurb en el Caribe: una charla con Eduardo Mendoza

Gurb en el Caribe: una charla con Eduardo Mendoza

EFE

Hay en el viejo San Juan, el casco histórico de la capital de Puerto Rico, un sitio de comida criolla que se llama la Barrachina y que tiene una placa de piedra donde dice que allí se inventó la piña colada. Está muy buena. Y como todo, tiene su truco. Hay que mezclar bien las proporciones de ron, zumo de piña y crema de coco. Ni demasiado fuerte, ni demasiado dulce ni demasiado ácida.

Con el programa académico de un congreso pasa lo mismo: uno tiene que encajar a un montón de escritores en distintos paneles y ponencias. Y a veces, las cosas chirrían, como ocurrió hoy con el escritor Eduardo Mendoza. Como si fuera Gurb, el personaje extraterrestre que él mismo creó y que un día llega la tierra, Mendoza acabó en un panel de otro mundo que no era exactamente el suyo: Interarte y Educación en el espacio iberoamericano. Con mucha ironía, dijo que se sentía cómodo, gracias a su “absoluta ignorancia” sobre el tema de la sesión que le había tocado introducir.

Y entonces, fue a lo suyo, que fue un discurso fresco y lleno de humor que sonó a ligera disidencia y donde mostró abiertamente su escepticismo respecto a las actividades para fomentar la lectura entre jóvenes (“me da igual que la gente lea o no lea", y "no sirven para nada”), respecto a los talleres literarios (que son una especie de lugar donde la gente va a hacer “terapia”) o la defensa buenista de las Humanidades (no hay que buscar razones, “las humanidades hay que defenderlas porque sí”.)

Esta mezcla de disparate que hay en el mundo hispano es una cosa que está bien, pues es nuestra realidad y nuestra dimensión.

Y aunque luego reivindicó el enorme valor lingüístico y cultural de El Quijote, cuyo descubrimiento “le envió una luz cegadora, como a San Pablo”, aunque luego defendió con vehemencia y gracia la enseñanza de la lengua (“la educación se hace con violencia”, dijo entre risas, “no necesariamente física, pero no hay que descartarla), consiguió crear una pequeña grieta en el aparentemente sólido edificio institucional de la lengua española. Porque “es muy fácil vanagloriarse de la lengua que nos une", pero luego no es tan sencillo que a los profesores no les "tiemblen las rodillas" cuando hay que explicarle a los alumnos qué es un pleonasmo.

Los buenos discursos son así, que te dejan pensando, y afortunadamente allá estaba Eduardo Mendoza sentado en el comedor del hotel Sheraton y dispuesto, un rato más tarde, a conversar sobre unas cuantas cosas.

Primero, sobre el valor de un congreso de este tipo:

“No quería sumarme a este coro de autoalabanza y autosatisfacción porque no me parece oportuno. Y sin embargo, tampoco soy un cínico. Yo creo que estos congresos sí son realmente útiles. Propician encuentros, establecen vínculos y, aunque no se pueda medir en términos de balance económico, es probable que dé buenos resultados”.

¿Como escritor le gustan este tipo de actos?

No me gustan. Por principio, no me gusta la endogamia, que es una de las enfermedades que se pueden contraer en los congresos y en los ambientes cerrados en general, pero en cambio me divierten bastante. Lo que hago es dosificarlos. Asisto a un congreso cada dos o tres años.

¿Qué sensación experiencial le produce Puerto Rico?

Hombre, el Caribe es el Caribe, y las islas son las islas, y todas las islas son un mundo aparte. La gente de las islas se entiende entre ellos. Son otra raza, otro planeta. Además, aquí se une la exuberancia del Caribe, el choque de civilizaciones, de razas, de todo. No hay más que salir a la calle para ver la variedad, una vitalidad tremenda, la propia informalidad, que es lo que le da la necesidad de estar improvisando. También son muy creativos, y muy incumplidores. Yo que soy más bien germanófilo, de vez en cuando, visitar esto me da una inyección saludable, luego me vuelvo a mis libros, a mi biblioteca.

¿Le ha llamado la atención todo este discurso de afirmación de la identidad puertorriqueña que ha habido en el congreso?

Está bien, porque son estas cosas que no están previstas, que no están preparadas, pero que en cambio se escenifican y tienen algo de teatro real. Uno hablando de la independencia, pero luego todos ahí rindiendo pleitesía al rey. Son cosas muy chocantes, pero al mismo tiempo nos dan sentido de nuestra realidad y nuestra contradicción.

¿Se refiere a la del mundo hispano?

A la hispana y a la individual de cada uno de nosotros como parte de este mundo hispano al que pertenecemos, pero al que a veces no queremos pertenecer, pero que está ahí en nuestro ADN. Entonces se está por una parte reclamando independencia, pero por otra parte saludando con reverencia al rey, al heredero de la corona del imperio. Y esta mezcla de disparate es una cosa que está bien, pues es nuestra realidad y nuestra dimensión.

¿Por qué los que favorecen este discurso identitario de Puerto Rico están en contra de ese discurso en Cataluña?

¿Cree que el discurso hispano se ha conseguido un poco con esta idea del caos y el respeto a la diferencia?

Así ha de ser. ¿Porque cuál sería el paso siguiente si no? ¿Una integración económica, un nuevo imperio con capital en Toledo? No, lo mejor es mantener este caos que, sin embargo, es real, con unos vínculos reales, con un fenómeno que ayer se puso de manifiesto, que son las corrientes migratorias debidas a catástrofes políticas, a guerras civiles, a golpes de Estado, tiranías que, sin embargo, han generado unas corrientes que han sido muy beneficiosas para la comunicación, como los intelectuales que vivieron aquí después de la guerra civil. Además, es un seguro de vida. Un español se tiene que exiliar y sabe que va a encontrar su casa en muchos sitios, en Argentina, en México, en Chile, en Cuba. Al mismo tiempo, hay un golpe de Estado en Argentina y los argentinos saben que pueden ir a España. Y Cuba nunca rompe relaciones con España. Hay un bloqueo mundial pero España y Cuba mantienen la relación, porque quien más quien menos tiene una abuela cubana. Ahí está, como una planta tropical. Da muchas frutas, a veces venenosas, a veces sabrosísimas y a veces indigestas.

Sí, por ejemplo es increíble que en Cuba, con un sistema comunista, cuando Franco murió se declararan tres días de luto.

Sí, hay también una fotografía de la época de Franco con el Che Guevara en la Universidad Complutense. Si un español hubiera dicho las mismas cosas que decía el Che Guevara, lo habrían mandado a fusilar. Pero el Che Guevara era el Che Guevara, un hermano cubano (nacionalizado, porque en realidad era argentino) que tenía la puerta de casa siempre abierta.

Y este concepto de identidad supuestamente plural en el mundo hispano, como catalán, ¿cómo lo vive?

Esa reflexión ha salido varias veces por aquí. ¿Por qué los que favorecen este discurso identitario de Puerto Rico están en contra de ese discurso en Cataluña? Pues qué le vamos a hacer. La vida es así.

¿Pero cree que es el mismo tipo de discurso identitario?

En la medida en que tiene raíces sentimentales, sí, en la medida en que sus circunstancias son muy distintas, no.

¿Usted se siente parte de una comunidad de escritores hispanos?

No, yo no me siento parte de nada. Yo soy un extraterrestre, pero ese es un problema mío, no de la comunidad. No sé integrarme bien.

¿Un poco como su personaje Gurb?

Sí, por eso escribo estos personajes que aparecen y conocen el lenguaje y las formas de la tribu, pero las han de estar impostando siempre, porque íntimamente vienen de otro planeta. Lo disimulan, lo transforman, pero es así. Gurb es mi autobiografía, pero eso es una cuestión personal, no de los demás.

Pero, ¿cómo es eso? ¿No se siente parte pero está vinculado?

No me siento parte, pero soy parte. Y con esta dicotomía he de vivir.

Y entonces, Gurb se marchó a pasear por la isla donde algunos dicen que se inventó la piña colada.

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Jorge Berástegui, nacido en La Laguna (Tenerife) en 1980, estudió en La Escuela UAM/EL PAÍS y luego se doctoró en Lenguas Modernas y Literatura por la Universidad de Alcalá. Tras ocupaciones varias en países diversos, ahora trabaja en El Huffington Post como editor de blogs.