La mujer invisible de Tokio

La mujer invisible de Tokio

Lo maravilloso de la invisibilidad es que una puede vagar por las extensas llanuras de una ciudad como Tokio y disfrutar de una conversación cualquiera sin preocuparse demasiado de nada. Al llegar a la ciudad encontró un escenario de ímpetu y velocidad.

"Las mujeres invisibles no existen. Podréis verlas allí, haciendo equilibrios sobre la cuerda floja de sus arcenes, paseando inestables, hermosas, entre el caudal lento y metalizado de los coches. Podréis verlas, pero en realidad no estarán ahí. No tienen papeles que lo demuestren, que les den la identidad y la vida, el derecho a caminar por las calles".

Fernando León de Aranoa

El viaje de la mujer invisible comenzó hace unos tres años en el Tokio del siglo XXI, centro del mundo desarrollado contemporáneo que recuerda en su dinamicidad al tren del tiempo de la película 2046 de Wong Kar-Wai.

Después de leer varias veces La mujer de la arena de Kobo Abe y feliz dada su curiosidad por conocer otras culturas, la mujer invisible llegó a Tokio y pensó: "¡Qué privilegio poder observar la ciudad desde un horizonte que nadie ve! Después de todo no hay muchas mujeres invisibles".

Lo maravilloso de la invisibilidad es que una puede vagar por las extensas llanuras de una ciudad como Tokio y disfrutar de una conversación cualquiera sin preocuparse demasiado de nada.

Al llegar a la ciudad encontró un escenario de ímpetu y velocidad. Los taxis eran desorbitadamente caros, las lenguas extranjeras -cualquiera de las que estaban a su alcance- no existían y solo veía miradas furtivas aquí y allá. Ropa de marca, caras insólitas, la última moda en el color de pelo cortado al estilo mohicano y muchos empujones, gente y micrófonos a todo volumen.

Pensó que la invisibilidad a veces juega malas pasadas, como que nadie la atendiera en el stand de los tickets al llegar a la estación y al cabo de unas horas se dio cuenta de que era una máquina la que atendía al público.

Llegó el día y con él las prisas envueltas en un silencio absoluto. Debido a su condición no-visible, quedó atrapada entre la puerta del metro y el brazo de un ejecutivo que miraba un cómic.

Alcanzó su Ipad y reconoció que estaba en algún sitio de Shibuya. Hora punta. Unos cuantos adolescentes extranjeros subieron al metro y comenzaron discutir sobre algo que aconteció entre ellos en el pasado con gran estruendo. El vagón al completo miraba al suelo. Como si no existiera lo que ocurría a unos metros. "Debe haber otras formas de invisibilidad que no conozco", pensó ella.

Saltó en el tiempo y apareció en una discoteca con bolas de plástico gigantes y transparentes que flotaban sobre la pista. Un espectáculo de belleza, luz y espacio. Una lámpara estroboscópica mostraba imágenes congeladas del panorama. Drogas de diseño servidas en probetas cambiaban la realidad de sus consumidores distorsionando la escena y cientos de jóvenes bailaban al ritmo frenético de la música electrónica envueltos en la oscuridad. Otros, por el contrario, llevaban cascos insonorizados y bailaban sin parar siguiendo el ritmo del silencio.

Parecían buscar una forma de escapar del trabajo sin tregua y de la realidad real a la realidad virtual a través de un trance. Como si pudieran construir otras realidades a través de un mundo paralelo tecnológico. ¿Quién iba pensar que alguien querría escapar de Tokio? Pensó la mujer invisible. Especialmente cuando Tokio se vaticina como la primera ciudad entre las ciudades del futuro y la sociedad hacia la que caminan todas las sociedades desarrolladas del mundo.

¿Es posible que esto sea la nueva modernidad? La idea le pareció terrorífica y volvió a casa con la sensación de haber estado en un gueto de luces de neón.

Saltó en el tiempo y apareció en Shinjuku. Se decidió a encontrar a la famosa Chica nómada de Toyo Ito del siglo pasado, un famoso icono de la arquitectura que consistía en una joven que vivía de forma nómada en un dispositivo portátil llamado Pao. La buscó por todas partes y por fin, la vislumbró al fondo de uno de los callejones de Golden Gai.

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Casa de la mujer nómada.

De repente, el Pao en el que se encontraba se abrió y apareció una anciana. "¿¡Qué ha pasado!?" Preguntó la mujer invisible con acento extranjero: "¿Cómo es que ya no eres la chica nómada de antes?"

Tenía tres o cuatro pastillas para la memoria sobre la mesita del Pao y la mirada perdida. Miró a la mujer invisible con aire triste y sin cruzar palabra se encerró en su cápsula de nuevo.

Con cierta pena, la mujer invisible volvió a saltar en el tiempo y asustada ante el creciente ruido en las calles de Tokio decidió pasar la noche en un Love-hotel que parecía un perfecto refugio. Llegó a la conclusión de que el Love-Hotel era más cómodo que la cápsula de Toyo Ito y que total, una de las ventajas de ser transparente es que podía quedarse a vivir sin que nadie la molestara y el Love-hotel parecía estar acostumbrado a la invisibilidad de sus clientes.

Al rato, saltó en el tiempo de nuevo y apareció en una recóndita esquina de Nihombashi a las cuatro de la mañana. Una oficina del Mitsui Bank se había convertido por unas horas en un gigantesco escenario para acoger a Armin van Buuren.

El metro estaba cerrado y era inútil seguir las vías del tren para volver. La ciudad era un caos. La proyección de las líneas del tren no seguía la trama urbana con lo que ubicarse resultaba imposible. Con su GPS sin batería, al igual que el Ipad y el móvil, pensó en lo maravilloso que era su Love-hotel y en lo confortable que era disfrutar de su invisibilidad en un centro para gente invisible.

Tanto, que hasta se le puso un tono traslúcido en la piel que, en la oscuridad y mezclado con el color de las luces del fondo de Tokio, parecía darle un aspecto similar al de un ser humano de los autóctonos.

"¿Será esta la ciudad del futuro?" se preguntó de vuelta a casa. Al encender la tele, vio un documental sobre la práctica japonesa del Ubasuteyama que sostiene que se debe eliminar de la sociedad a los mayores de setenta y cinco años al no ser productivos y pensó en La Chica nómada: ojalá nadie la encuentre.