Todas las mentiras que me enseñó la caja tonta

Todas las mentiras que me enseñó la caja tonta

Entre los 12 y los 14 años veía mucho la tele en las horas de máxima audiencia. A eso nos dedicábamos los adolescentes educados después de cenar. Mientras mis compañeros más guais estaban en la calle, fumando y dándose besos con lengua, yo estaba sentada delante de la tele.

Entre los 12 y los 14 años veía mucho la tele en las horas de máxima audiencia. A eso nos dedicábamos los adolescentes educados después de cenar. Mientras mis compañeros más guais estaban en la calle, fumando cigarrillos y dándose besos con lengua, yo estaba sentada delante de la televisión, con un paquete de Oreos, absorta en las tramas banales de las series.

En mi vida, esta era la desdichada etapa conocida como el instituto. En el mundo de las series, estábamos en la era de Friends, cuando un infinito número de programas copió el modelo de unos veinteañeros atractivos que viven y/o trabajan juntos. Yo me los veía todos, con mi paquete de Oreo o unas galletitas de las Girl Scouts, dependiendo de la temporada.

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Mis miércoles por la noche, 1999.

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Afortunadamente, no padecí obesidad infantil y el consumo de tele no echó a perder mi cerebro. De hecho, mi cerebro estaba en perfecto estado y yo seguía sacando sobresalientes en el instituto. Sin embargo, toda esa programación tuvo un efecto colateral negativo: tergiversó mis expectativas de la realidad.

Estas son las mentiras que aprendí de la caja tonta:

1) Cuando te llevas un disgusto y huyes, alguien va a buscarte.

No nos costó demasiado asimilar esta mentira gracias a Padres forzosos. Cinco minutos antes del final de cada episodio, una de las chicas se enfurruñaba, salía corriendo (a su habitación, a lo alto de una caseta, a una cabalgata de Disney...), y uno de los adultos decía: "Iré a hablar con ella". Entonces, tenían una conversación tierna y profunda en la que resolvían el problema, y aun así les quedaba tiempo para soltar una gracia antes de los créditos y de la música del final.

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Aquí se reafirma el conocimiento de Michelle sobre sí misma y sobre el mundo.

Cuando era niña, probaba esto todas las veces, pero nadie venía a buscarme.

Como aquella vez, cuando me estaba comiendo un revuelto de frutos secos y mi hermano me tendió una emboscada. Yo siempre me comía estos snacks de forma sistemática, de los peores trozos a los mejores. Ya desde pequeña daba prioridad a las recompensas a largo plazo, al menos con este tipo de comida.

Una vez, cuando ya había llegado a la mejor parte, mi cruel hermano me arrebató el bol y devoró su contenido.

Yo: "¡Ehhhhh! ¡Que me quedaba lo mejor! ¡Lo estaba guardando para el final!"

Mi cruel hermano: "Pues sé más rápida".

Le pego.

Mi cruel hermano: "¡Mamáaaaaaaa! ¡Annelia me ha pegado!"

Yo: "¡Mentira!"

Él: "¡Verdad!"

Mamá: "Annelia, ¿has pegado a tu hermano?"

Yo: "Sí, pero porque no es justo. ¡Me la tendido una emboscada!"

En realidad, no sabía lo que quería decir eso, pero creía que podía surtir efecto.

Mamá: "No quiero oír vuestras historias. Pide perdón a tu hermano".

Yo: "¡Pero no es justo! ¡Se ha aprovechado de mí!"

Entonces me ponía a llorar, me iba a mi habitación y daba un portazo. Pasaban treinta minutos (o igual eran cinco) y nadie venía a solucionar el problema ni a calmarme. Me aburría, me volvía a bajar al salón y me quedaba con la familia viendo la tele.

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Yo con 6 años. Se podría decir que era tan mona como Michelle, pero nadie me quería tanto como para ir detrás de mí a buscarme.

Cuando eres adulto, tampoco va nadie a buscarte, sobre todo si te vas hecha una furia de una cita casual en mitad de un día lluvioso. El chico se encogerá de hombros y se acabará su hamburguesa. Y además se sentirá aliviado porque ahora puede mirar directamente el partido de fútbol que echan en la tele del bar, en vez de verlo intentando esquivar tu cabeza. Luego te sientes bastante avergonzada cuando te toca volver un rato después porque se te ha olvidado el paraguas. Y entonces decides quedarte porque las patatas fritas de ese sitio están buenísimas.

2) Puedes trabajar de camarera en una cafetería o hacer tus pinitos como escritora y a la vez permitirte tener un piso de más de 100 metros cuadrados en pleno Manhattan.

Bueno, pues resulta que yo no puedo. Lo que sí puedo es vivir en una caja de zapatos, sin ventanas y de planta baja, con un cleptómano y un jugador de frisbee. O puedo convencer a mis padres de que voy a colaborar con los gastos. O, directamente, puedo mudarme a Omaha.

3) Te harás amiga (y algo más) del vecino más atractivo del portal.

Mis vecinos nunca han sido atractivos. Hubo un ruso arisco que quizás vivía con su familia (o quizás no), y luego un catedrático asustadizo del MIT que bien podría fabricar bombas (o no). En ambos casos, yo evitaba el contacto visual. Mejor dicho, yo evitaba tener que evitar el contacto visual: cuando entraban al edificio un momento antes que yo, me paraba a mirar el correo, aunque ya hubiera revisado el buzón antes. Si les oía en el pasillo cuando yo estaba a punto de salir, esperaba a oír cómo se cerraba su puerta y sus pasos se alejaban antes de salir yo.

Creo haber dejado claro que ningún soltero atractivo ha vivido en el mismo pasillo que yo. Eso habría sido demasiada casualidad.

De hecho, los encuentros fortuitos con desconocidos atractivos (que suelen ser bastante habituales en la tele) no son nada frecuentes en la realidad. No he hecho ningún amigo en la cola de Correos. Y no hablo con desconocidos cuando espero a que llegue el tren. Lo que hago en esos casos es dejar suficiente espacio vital y emitir un halo que dice llevo gas pimienta en el bolso.

No le dejo mi número de teléfono al camarero mono que me atiende. Si lo hiciera, nunca me llamaría y yo siempre me sentiría incómoda al verle (¿es que no ha visto mi número o es que no quiere llamarme?), pero seguiría viéndolo, porque las patatas fritas de ese sitio están buenísimas.

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Ya sé que no tiene tan buena pinta, pero sirve las patatas fritas y la cerveza de mis sueños. ¡No puedo dejar de ir!

En cambio, en el mundo televisivo, el camarero me llamaría y estaríamos quedando 3 o 4 semanas (es decir, durante 3 o 4 episodios), lo cual nos lleva a la siguiente mentira...

4) Vas a tener relaciones circunstanciales e insignificantes, pero siempre con la idea tranquilizadora e instintiva de que acabarás con tu amigo atractivo del tu edificio, cuando llegue el momento oportuno (y acabe la serie).

Ya he dejado claro que no hay ningún amigo atractivo en el portal. Pero aunque lo hubiera, no habría motivos implícitos ni la seguridad de que termináramos juntos. No se te va a aparecer un ser omnisciente (Dios disfrazado de repartidor de pizza) que te diga que vais a pasar cuatro años haciendo escapadas románticas antes de daros cuenta de que os amáis de verdad. Si un repartidor de pizza llegara y me dijera eso, yo llamaría a la policía, porque nunca se sabe cómo puede acabar una conversación tan extraña.

Las historias predecibles son reconfortantes. La incertidumbre de la realidad es terrible. No sé si estoy siguiendo el camino adecuado ni si encontraré a mi pareja perfecta. ¿Estoy tomando las decisiones apropiadas en lo que a mi vida profesional y amorosa se refiere? Mis amigos se hacen las mismas preguntas sobre su vida.

Lauren: "¿Debería aceptar el trabajo en Portland? Sé que necesito un cambio, pero, ¿qué pasa si me planto allí y me doy cuenta de que mi vida en Boston era mucho mejor?"

Ryan: "Llevo dos años en la facultad de derecho, una deuda de 100.000 dólares y no quiero ser abogado".

Sarah: "Llevamos seis años de novios y no estamos comprometidos. Creo que deberíamos casarnos igual que hace todo el mundo; si no, tendríamos que dejarlo".

Gilbert: "No sé si debería comprarme esta camisa. Es increíble (fabricada en Dinamarca con tela cambray japonesa y botones de nácar islandés hechos a mano), pero cuesta 200 euros y ya me he gastado el sueldo de este mes".

No sabemos si funcionará y tampoco lo sabe la audiencia, puesto que en la vida real no hay audiencia que valga.

5) Una vez que ocurre el punto número 4 (cuando la historia de amor con tu vecino es oficial), acaba la función. Vivís felices para siempre.

Tengo amigos con pareja estable y satisfechos con su relación que tampoco se salvan: tienen problemas al igual que el resto. No han entrado en un estado zen de felicidad perpetua simplemente porque están casados. Tienen discusiones, deseos e incertidumbre. Ellos ya no se preguntan: "¿Me casaré alguna vez?", pero quizás sí: "¿Durará mi matrimonio para siempre?"

Mi amiga Verónica sí que conoció a su marido a la vuelta de la esquina. En realidad, a la vuelta de la esquina de su cabaña en Turkmenistán, donde ambos estaban destinados por el Cuerpo de Paz. Son una pareja estupenda y estarían juntos aunque no se hubieran conocido en Turkmenistán, sino en Brooklyn, por ejemplo, donde viven ahora.

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Se enamoró de su vecino (de cabaña) y tuvieron una boda de cuento de hadas, pero ¡Verónica sigue teniendo problemas!

En mi última visita a Nueva York, quedé con Verónica para tomar algo. Fuimos a un restaurante de albóndigas gourmet en la zona de East Village, que sirve pasta con albóndigas, bocadillos de albóndigas, hamburguesas de albóndigas y tapas de albóndigas. ¿Cómo se llamaba ese sitio? Ah, sí, The Meatball Shop (La tienda de las albóndigas). La verdad es que me encantó; ahora parezco una turista: "Estuve en Nueva York y fui a un restaurante ¡solo de albóndigas! De ternera, de pavo y hasta de tofu. Más las jarras de sangría y la cerveza de grifo".

Era la primera vez que veía a Verónica después de la boda. Aquel día parecía una princesa, lo cual quedaba genial, teniendo en cuenta que tiene la voz grave y hace que todo suene majestuoso, especialmente...

Verónica: "Tomaré tres hamburguesas de albóndigas y una jarra de sangría".

Yo: "¿Y qué tal la vida de casada?"

Verónica: "Bueno, lo mismo que la vida de soltera, excepto por el hecho de que estoy casada. Matt es un encanto. Lo que me preocupa ahora mismo es el tema del trabajo. No me gusta, pero no puedo permitirme dejarlo".

Yo: "¿Y por qué no te gusta? ¿Es estresante?"

Verónica: "No, pero no le veo el sentido. No sé qué pensar..."

Yo: "¿Y qué te gustaría hacer?"

Verónica: "Ese es el problema. Que no tengo ni idea. ¿Y tú, qué tal?"

Yo: "Las cosas van muy bien por la universidad. Lo que me preocupa es el chico de la escuela de medicina con el que estoy saliendo. Es majo. Está bien. Pero siento que podríamos seguir quedando durante años o simplemente dejarnos mañana y para mí no supondría ninguna diferencia".

Verónica: "Es exactamente como me siento yo con respecto a mi trabajo. No sé qué hacer".

Yo: "Yo tampoco... Nadie sabe qué hacer".

Verónica: "Pues deberíamos pedir más sangría".

Enamorarse de una persona y ser correspondido parece genial. Sinceramente, es uno de los objetivos que tengo en mi vida, pero solo es uno más de tantos otros. También quiero sentirme cómoda y respetada en mi entorno laboral. Quiero ser creativa. Quiero estar lo suficientemente sana para correr 5 km aunque tenga 60 años. Quiero tener una vida social activa y poder pasar tiempo sola. Quiero tener amigos íntimos a mi alrededor.

¡Es tan complicado satisfacer a los humanos! Es uno de los motivos por el que somos una especie con tanto éxito, y por el que sufrimos tanto. No nos contentamos con comer y copular. Quizás eso nos vale para unos días, pero al final queremos salir de nuestro nidito de amor y enterarnos de las últimas noticias. Queremos dar una vuelta en bici y volver al trabajo.

Para cuando cumplí los 14, esas series ya me aburrían. Eran demasiado inverosímiles precisamente porque eran demasiado predecibles. Me alegra que nadie fuese a buscarme cuando me cogía un berrinche. Me ayudó a darme cuenta de cómo funcionaría mi vida con respecto a mis relaciones y a mi trayectoria profesional. Podemos ponernos a llorar ante la incertidumbre, pero también nos podemos reír. Creo que si te ríes más de lo que lloras, ya llevas algo ganado en la vida. Si lloras más de lo que ríes, probablemente deberías pasarte por el restaurante de albóndigas del que te he hablado. ¡Me levantó el ánimo!

Traducción de Marina Velasco Serrano