La balsa de la Medusa

La balsa de la Medusa

Pedro Sánchez y Albert Rivera han ocupado el centro de la balsa, transmitiendo la sensación de fuerzas dialogantes y desplazando hacia los extremos a Pablo Iglesias y a Mariano Rajoy. Y creo que este corrimiento de posiciones se debe a errores cometidos por Podemos.

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La balsa de la medusa, de Théodore Géricault/WIKIPEDIA

En política existen dos leyes no escritas que funcionan con precisión matemática: la ley de la goma elástica, en situaciones de tensión; y la ley de la balsa de la Medusa, en situaciones de inestabilidad. La primera se cumplió en las elecciones catalanas. La segunda se cumplirá durante el proceso de negociación para un nuevo gobierno.

No es verdad que dos no se pelean si uno no quiere. Es justo lo contrario: dos se pelean cuando uno lo desea y así lo escenifica. Para el espectador es inevitable el conflicto. Colocarse en medio implica asumir la posición más arriesgada y la menos rentable en términos electorales. Prueba de ello fueron los comicios catalanes. La polarización del debate soberanista forzó al electorado a colocarse en los extremos de la goma elástica, y que sacudiera en la cara a quienes la sujetaban por el centro.

No ocurrió lo mismo en las elecciones generales. El contexto no era de tensión entre los polos clásicos derecha-izquierda, sino de inestabilidad generada por una atomización de variables electorales: vieja política frente a la nueva; voto centralista frente a voto territorializado; los de abajo contra los de arriba; lo digital frente a lo analógico... La foto del debate a cuatro constituye la demostración visual de este cambio de claves. Curiosamente, el centro lo ocupaba Pablo Iglesias a la izquierda y Albert Rivera a la derecha. Más a la izquierda, Pedro Sánchez; más a la derecha, la vicepresidenta en funciones en sustitución de Mariano Rajoy. La estampa era casi premonitoria. Pasadas las elecciones, todo vuelve a reducirse al plano horizontal izquierda-derecha, salvo dos piezas que han intercambiado de posición. ¿Cuáles?

La balsa de la Medusa es un escalofriante cuadro de Géricault que representa la bestialización del ser humano por instinto de supervivencia. El 5 de julio de 1816, la fragata Méduse encalló en las costas de Mauritania. Tras dos semanas a la deriva en una balsa miserable, sólo pudieron rescatar con vida a 15 de sus 147 tripulantes. Vencieron a la sed bebiendo orina y sangre, al hambre devorando a los muertos, y al mar colocándose en el centro de la balsa para que la tempestad embistiera a los extremos. La incertidumbre política generada tras las últimas elecciones ha servido para comprobar cómo los que aspiran a sobrevivir se disputan el centro de la balsa. Y esta batalla la han ganado quienes perdieron las elecciones para que, en el caso de una nueva convocatoria, pierdan quienes las ganaron entonces.

Pedro Sánchez y Albert Rivera han ocupado el centro de la balsa, transmitiendo la sensación de fuerzas dialogantes y desplazando hacia los extremos a Pablo Iglesias y a Mariano Rajoy. Y creo que este corrimiento de posiciones se debe a dos errores cometidos por Podemos. Antes y ahora. Nadie cuestiona su éxito electoral. La estrategia de territorializar el voto fue un acierto incuestionable. Salvo en Andalucía. El desprecio con el que fue tratada electoralmente desde Madrid, sin otorgarle la misma consideración que a otras nacionalidades históricas, ignorando su importancia demográfica y sus claves diferenciadoras, entre otras muchas razones, provocó que el resultado final no sirviera para desbancar o acercarse al PSOE lo suficiente como para estar en condiciones de igualdad negociadora. Su segundo error. La impostura del ofrecimiento de sillones ha sido interpretada por mucha gente como una provocación, alejadísima de las formas y de los mensajes que Podemos representa. Este movimiento mediático tuvo como primera consecuencia la deserción de Rajoy. Infame, sin duda. Pero una trampa que ha permitido al PSOE ocupar la hegemonía del centro del tablero. El bombardeo de casos de corrupción sobre el Partido Popular podría forzar su abstención y abrir un proceso de regeneración interna antes que asumir el coste de nuevas elecciones. Podemos perdería a sus confluencias territoriales, que competirían por separado para no correr el riesgo de quedarse sin grupo parlamentario propio. Así pues, se está cumpliendo la premisa de La balsa de la Medusa. Y quizá los supervivientes acaben devorando a los muertos.