Theresa Trump y Donald May

Theresa Trump y Donald May

La primera ministra británica se parece cada vez más al presidente electo estadounidense, de quien toma propósitos cercanos a la xenofobia, hasta el punto de que parece preocuparle bien poco que tras el referéndum del 23 de junio se hayan registrado miles y miles de denuncias por delitos relacionados con la misma.

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Foto: EFE

El tiempo ha dejado claro que los principales países anglosajones tienen al frente a dos personas poco responsables, desgraciadamente. De Trump no había ninguna duda. Theresa May acaba de despejar cualquier interrogante al respecto. De hecho, la inglesa se parece cada vez más al estadounidense, de quien toma propósitos cercanos a la xenofobia, hasta el punto de que parece preocuparle bien poco que tras el referéndum del 23 de junio se hayan registrado miles y miles de denuncias por delitos relacionados con la misma.

En realidad, May da toda la impresión de aspirar a convertirse en el aplique británico de Trump, en la búsqueda desesperada de emular a Reagan y Thatcher. No se da cuenta de que el mundo ha cambiado tanto que lo único que va a conseguir es enganchar al Reino Unido al desastre que inevitablemente será la presidencia de su amigo americano.

Hay otra similitud con May, pero esta vez en España (búsquenla ustedes mismos): dar por válido que si un referéndum decide por un dos o tres por ciento de mayoría hacer algo, todo el mundo -independientemente de su voto- debe pagar las consecuencias.

Las urnas son sagradas, pero deben leerse correctamente: ganar por un 52 % frente a un 48 % debería indicar que la salida del Reino Unido de la UE, de llevarse a cabo -ya que creo que con esa diferencia mínima nadie en su sano juicio lo haría-, debe ser suave, de forma que la pertenencia sea sustituida por una asociación más o menos estrecha.

Si fuera británico, participaría en una rebelión democrática para impedir que May nos suicidara, pidiendo un segundo referéndum.

Pero no: May ha optado por anunciar un Brexit duro o, dicen, limpio -solo escuchar la palabra me pone los pelos de punta porque me recuerda a un cirujano militar que en medio de la batalla promete cortar una pierna sin daños, como si se tratara de un filete, haciendo caso omiso de la pérdida de sangre, los desgarros musculares, las fracturas óseas, las infecciones y las mil y una consecuencias negativas de meter el serrucho, que pueden terminar causando la muerte o consecuencias irreparables-. A no ser que limpio signifique también librarse de los ciudadanos comunitarios el Reino Unido para no mezclarse. Uno de los desgarros de esa separación limpia ya está llamando a la puerta: la independencia de la Escocia europeísta, que imagino se verá obligada a convocar un segundo referéndum a tal fin porque May ha despreciado olímpicamente el compromiso de la primera ministra Sturgeon: un Brexit suave y nos quedamos.

Si fuera británico, tendría claras varias cosas: mi periódico de referencia sería The New European (que añade a su cabecera la frase "somos el 48 %"); participaría en una rebelión democrática para impedir que May nos suicidara, pidiendo un segundo referéndum; exigiría a los partidos preeuropeos que se comporten como tales y actúen en consecuencia (empezando por el Laborista, encabezado por un Corbyn que está destrozando con su discurso una de las principales señas de identidad de la izquierda socialdemócrata); y, desde luego, si todo eso fallara, me exiliaría en la UE.

Si May se sale con la suya, Bruselas tardará poco en negociar y tendrá que hacerlo defendiendo con firmeza los intereses europeos, para lo que deberá contar con el apoyo decidido de España a la hora de evitar el fuego amigo... de Trump y May. Ni con uno ni con otra vale ofrecer una primera oportunidad, sencillamente porque no la quieren.