Mi pequeño país camina hacia las urnas
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Mi pequeño país camina hacia las urnas

En campaña estamos actuando como un país pequeño. Me refiero a esa pequeñez que acompaña a los países que, cualquiera que sea su tamaño, tienen poca vocación de influir más allá de sus fronteras, e incluso olvidan que la mejor defensa de sus intereses nacionales pasa por una buena estrategia en el exterior. La política española, en estos momentos electorales, adolece de un acentuado ombliguismo. ¿Pasa la nueva política por terminar siendo aldeana?

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Foto: EFE

No hay duda. Esta campaña electoral es emocionante. Todas lo son, en realidad, pero nunca antes vimos a cuatro partidos competir para ganar y desde luego jugar un papel relevante tras el 20-D. El hundimiento del bipartidismo y el nacimiento de lo desconocido en España, la alta fragmentación parlamentaria y la necesidad de pactar hasta para ir al baño, tiene morbo y pondrá a prueba nuestra madurez democrática.

Pero admito que llevo días algo deprimido, desde mi observatorio de Bruselas, por el síndrome de país pequeño que rezuman las entrevistas y debates de los cuatro magníficos. ¿Pasa la nueva política por terminar siendo aldeana? ¿Puede la abultada tarea que hay por delante para modernizar España dejarnos perder de vista que no hay forma de hacerlo sin tener un plan más allá de los Pirineos?

En campaña estamos actuando como un país pequeño. No me refiero aquí a las dimensiones geográficas de nuestro país, ni a nuestra población, ni a nuestro PIB, pues según estos parámetros somos un país mediano-grande en la Unión Europea (quinto en población y PIB por detrás de Alemania, Francia, Reino Unido e Italia y segundo en extensión geográfica por detrás de Francia). Hablo aquí de la pequeñez que acompaña a los países que, cualquiera que sea su tamaño, tienen poca vocación de influir más allá de sus fronteras e incluso olvidan que la mejor defensa de sus intereses nacionales pasa por una buena estrategia en el exterior. La política española, en estos momentos electorales, adolece de un acentuado ombliguismo.

Me entretuvo el debate organizado por El País. Hay frescura y ganas en Pedro, Pablo y Albert, como ellos mismos se llaman. Pero me pareció una tomadura de pelo para los electores que se permitieran el lujo de compartir sus recetas para España sin una sola palabra sobre la Unión Europea. No por razones sentimentales, claro. Sino porque no nos dijeron cómo piensan conseguir (de verdad) todo lo que proponen. ¿No hemos aprendido todavía que sin una estrategia europea los gobiernos de cada país europeo no son nada? ¿Hemos olvidado como Zapatero se quedó pálido en mayo de 2010? ¿O cómo Rajoy nada más llegar hace cuatro años subió los impuestos y recortó el gasto porque se olvidó en campaña de mencionar que tenemos algunas obligaciones como miembros de la zona euro? Que le pregunten a Alexis Tsipras si hace falta tener claras las ideas sobre la Unión Europea para tratar de producir cambios relevantes en casa.

¿Es mucho pedir que nos cuenten los candidatos -en horario de máxima audiencia, por favor - qué piensan sobre el plan de reparto de refugiados de la Comisión Europea (un plan que es urgente pero que de momento no ha logrado más que distribuir a unas decenas de refugiados de los 160.000 acordados)? ¿Qué piensan sobre los planes de suspender Schengen durante un plazo de dos años, en lo que quizás sea una suspensión definitiva y de la noche a la mañana perdamos una de nuestras grandes libertades que convierten a Europa en un lugar único en el mundo?

Los candidatos podrían también explicar claramente qué opinan del informe que la Comisión Europea hará publico esta semana en donde insiste en que el próximo Gobierno deberá hacer más ajustes y profundizar en la reforma laboral para reducir la dualidad. ¿Cómo se relacionan estas peticiones de Bruselas con las propuestas económicas de los partidos? Urge saberlo.

Mención especial requiere el estado de negación de la realidad en que se encuentra mi pequeño país sobre la guerra en Siria, nuestras responsabilidades internacionales y la mirada hacia otro lado que estamos ejercitando mientras el presidente François Hollande, en defensa de su pueblo atacado, en realidad también el nuestro, nos pide ayuda. La solidaridad no se termina mandando flores. No hemos dicho ni que sí ni que no a su petición de ayuda. "Ahora no", porque estamos en campaña, como si las elecciones pudieran detener nuestras obligaciones más elementales.

Pedro, Pablo y Albert despacharon Siria el día del debate en un minuto. Rivera a favor de ayudar militarmente a Francia, Iglesias en contra y Sánchez despejando balones fuera, ni sí ni no, haciendo gala de la misma indefinición con la que a veces quiere derogar toda la reforma laboral y otras no.

Con profunda envidia he seguido el debate maduro y serio que se ha producido en Reino Unido y Alemania en los últimos días.

Los parlamentarios británicos dedicaron un día entero a debatir si se suman a los bombardeos contra ISIS en Siria. No es una decisión nada fácil. El Partido Laborista votó dividido y su responsable de política internacional, Hillary Benn, hizo un discurso formidable (quince minutos que recomiendo ver con atención), a favor de la intervención, delante de su líder, Jeremy Corbyn, que algo pálido, pues es contrario a la guerra, le miraba de reojo. Finalmente votaron 397 a favor frente a 227 diputados en contra. Ejercicio de madurez democrática británica, sobre todo si tenemos en cuenta, que, en circunstancias algo diferentes, hace dos años Cameron acudió a Westminster para pedir autorización de bombardear Siria y entonces sus señorías le dijeron que no.

Alemania también ha dedicado tiempo a debatir este asunto. El pasado viernes los diputados alemanes votaron a favor de sumarse a la coalición que está luchando contra ISIS en Siria y desplegarán hasta 1200 soldados, que desarrollarán operaciones no ofensivas. Una decisión nada fácil para Alemania si tenemos en cuenta los complejos que todavía persiguen a la sociedad alemana para ejercer el uso de la fuerza en el exterior.

Pedro, Pablo y Albert despacharon Siria aquél día en un minuto. Rivera a favor de ayudar militarmente a Francia, Iglesias en contra y Sánchez despejando balones fuera, ni sí ni no, haciendo gala de la misma indefinición con la que a veces quiere derogar toda la reforma laboral y otras no.

Fue de agradecer que Rajoy nos contara en su charla con Bertín Osborne, que consiguió acudir a la Casa Blanca gracias a que coincidió en el gimnasio de un hotel con Obama en Sudáfrica. Diplomacia elíptica. Pero mientras observaba a nuestro presidente comer mejillones en prime time, no pude dejar de acordarme de una entrevista que concedió Obama al columnista del New York TimesThomas L. Friedman para hablar durante una hora sobre política internacional y en especial Oriente Medio. Una hora grabada en vídeo desde la Casa Blanca. Ya sé que son formatos distintos, pero ¿tendremos alguna vez un presidente que pueda hablar una hora sin guiones sobre política internacional con un periodista como Friedman? Ojala tras el 20D.