Yo, César

Yo, César

Una vez conocí a un hombre bueno y ese era Will. Soy César, un simio que desde hace años vela por los intereses de su raza. Me siento orgulloso de haber gobernado en este tiempo una nación que, unida, ha construido una existencia próspera y afable, alejada de la ciudad.

Una vez conocí a un hombre bueno y ese era Will. Soy César, un simio que desde hace años vela por los intereses de su raza. Me siento orgulloso de haber gobernado en este tiempo una nación que unida ha construido una existencia próspera y afable, alejada de la ciudad. Fue Will y su ciencia quienes dieron a mi madre una inteligencia similar a la suya, la misma que yo heredé y que me encargué de expandir entre otros simios. Fue también él quien durante mis primeros años de vida me enseñó un lenguaje con el que pudiéramos entendernos y me condujo hasta Muir Woods, en medio de la naturaleza, para alejarme de los peligros de un lugar como San Francisco. También respetó mi deseo de hacer del lugar mi nueva casa, separado de él. Han pasado diez años desde entonces y no me siento el mismo. Ahora tengo una fiel compañera a mi lado y descendencia a la que proteger. Es un sentimiento nuevo, supongo que muy similar al que los humanos sienten por lo que llaman familia. Inevitablemente me recuerda a la protección que Will ejerció sobre mí.

Ellos también han cambiado. Soy consciente de que han sufrido y han menguado en número por culpa de un violento virus del que nos consideran culpables. Entiendo muchas de sus necesidades y creencias y a veces siento la necesidad de retomar el contacto con una raza que considero próxima porque pertenece a mi pasado. Sigo buscando mi identidad pero, en estos tiempos de frágil paz, es a los míos a quienes creo que debo defender y convertir en mi prioridad. Y es en mis semejantes, como mi confidente Koba, de quien debo escuchar consejos para así garantizar la supervivencia de nuestra especie. No odio a los humanos, pero no dudaré en proteger a los simios aun cuando una parte de mí desee que ambos vivamos unidos y sin conflicto. Me siento respetado por el resto de simios. Saben que intento ser justo y conocen mis intenciones. Pero ellos no comprenden al hombre como yo lo hago y, aun siendo su líder, en ocasiones me cuesta que los vean con mis mismos ojos. No alcanzan a ver que algunas de las razones por las que soy dueño de su confianza se las debo a lo que aprendí en mi juventud.

Hace años que ambas razas vivimos separados y las posiciones se han invertido. Desde que dejamos atrás la ciudad nuestra comunidad ha crecido, gracias en parte a algunos hábitos humanos que hemos adquirido. La suya, en cambio, se enfrenta a la amenaza de la extinción. Y no estoy seguro de si en estos momentos nos odian o nos necesitan. Por fortuna hay algunos de sus errores que de momento nosotros no hemos cometido. Ellos han olvidado la naturaleza en la que un día también nacieron. Dependen en exceso de la energía, del poder y del uso de armas. Bajo mi punto de vista es lo que les hace parecer débiles y me hace desconfiar de que sea la libertad lo que desean para nosotros. Yo también cometí errores y herí sin intención a algunos miembros de su especie cuando convivíamos juntos. Por eso los respeto, especialmente a aquellos hombres que me recuerdan a Will. Ahora han vuelto a cruzar su camino con el nuestro y yo me pregunto: ¿Seremos capaces de encontrar el modo de convivir juntos sin el uso de la violencia?