Volkswagen, un cuento moral

Volkswagen, un cuento moral

Este mes, dos noticias han reflejado las contradicciones de la sociedad americana. Un laboratorio ha detectado que las emisiones de los vehículos Volkswagen son superiores a las que establece la ley. Se inician investigaciones penales. Mientras tanto, hay una matanza en Oregón. Apenas se habla de ello. Es un suceso normal.

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Este mes, casi la misma semana, se han producido varias noticias en Estados Unidos que reflejan las contradicciones de la sociedad americana.

Un laboratorio independiente, en Estados Unidos hay muchos sobre muchas cosas, detecta que los niveles de emisiones de los vehículos Volkswagen son superiores a los que establece la ley. Técnicos de la EPA, Agencia Medioambiental Estadounidense, entran en acción y piden cuentas a la compañía alemana, que ha instalado deliberadamente en los vehículos un software especial que permite pasar los controles. El Departamento de Justicia inicia investigaciones penales sobre el caso y se pide cárcel para varios directivos de la compañía.

La situación contrasta con lo que se oye y lee en España, donde básicamente preocupa qué va a pasar con la fábrica de Seat en Martorell y de Volkswagen en Landaben, en lo que se refiere a inversiones y creación de puestos de trabajo. La falta de calidad de la respuesta de la compañía hacia sus clientes, o el mero hecho de que los haya engañado, pasa hasta cierto punto a un segundo plano.

La superioridad moral que suele exhibir la socialdemocracia europea, siempre presumiendo de cuidar el interés público, sobre el modelo económico norteamericano, deja al descubierto sus miserias. El modelo que en Europa se tacha de neoliberal norteamericano, aunque también esté intervenido por el gobierno en muchas áreas, no depende tanto como Europa de la industria del automóvil. Volkswagen fabrica la mayoría de sus coches vendidos en Norteamérica en Puebla (México), y también en Chatanooga, en Tennesee, pero las repercusiones laborales no parecen importar demasiado a políticos o ciudadanos en general.

Mientras tanto, hay una matanza debida a la acción de un desaprensivo en un community college de Oregón. Pocos días después, se producen otras muertes en Texas y Arizona. Debido a la costumbre, casi no se nota ni el desánimo entre aquellos que más se oponen al derecho constitucional a tener armas. Con toda franqueza, apenas se habla de ello, ni siquiera en los ambientes universitarios. Es un suceso normal, hasta cierto punto lógico, habida cuenta de las circunstancias.

En las universidades norteamericanas es habitual que estudiantes y profesores reciban cursos de entrenamiento acerca de qué hacer en este tipo de situaciones. He conocido profesores que se lo piensan dos veces antes de dar un suspenso, dependiendo de qué persona se trate. Hay quien habla de recibir un plus salarial por peligrosidad. Es normal que coches de policía patrullen permanentemente los campus universitarios o las escuelas de enseñanza primaria y secundaria.

Pero no pasa nada, la vida sigue, si acaso un gesto de contrariedad matinal y alguna broma después que alegre un poco el día.

El control de las armas ha dejado de ser un problema, ya que se admite que no tiene solución. En cierto sentido, uno no debe preocuparse por ello, si acaso redoblar los esfuerzos e informarse bien acerca de si hay armas de fuego en las casas que visitan los hijos.

Hay otros problemas que, en una sociedad tan opulenta, también se consideran irresolubles, a pesar de la cantidad de saliva y papel gastados. Por ejemplo, la obesidad. En ningún lugar del mundo se utilizan tanto en la vida diaria expresiones como "healthy" (sano), "proteins" (proteínas) u "organic" (orgánico). Sin embargo, en las escuelas no se cocina y la comida la suministran empresas de catering que ofrecen bandejas de plástico con burritos, nuggets, pizza o hamburguesa a diario. Se me ocurren muchos otros ejemplos de hipocresía sobre este aspecto.

Por no hablar de otras catástrofes, digamos, suaves, de las que nadie habla. Cada vez son más los ancianos que no pueden sobrevivir con sus pensiones y siguen trabajando hasta los 75 u 80 años. Uno los ve en Costco, dando comida a catar los sábados por la tarde, o incluso de jueces de línea en el US Open. Nunca he oído a nadie referirse a ello.

No son estos problemas irresolubles, como sabe mucha gente que vive en otras zonas del planeta. Pero nunca ha sido el fuerte de los americanos copiar cómo se hacen las cosas en otras latitudes.

Pero bueno, nos queda el escándalo Volkswagen, un cuento moral, como diría mi admirado Eric Rohmer.