Andalucía, esperando su momento

Andalucía, esperando su momento

El 28 de febrero de 1981 andaluces y andaluzas firmaron un pacto para liderar un cambio que 35 años después, quienes con exclusividad han gestionado el poder, no han sido capaces de capitanear. Después de destellos de avances que hicieron mejorar la vida de buena parte de la población, en 2009 empezaron a tambalearse al son de la crisis los cimientos del régimen político de partido en Andalucía

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Foto: EFE

Hace apenas dos años, la efervescencia de las plazas y las calles de mayo de 2011 había pasado a una tensa calma que no terminaba de cristalizar en una opción política clara de cambio que pudiera disputar a los poderes hegemónicos las instituciones del Estado. Dos años después y tras varias contiendas electorales, nos encontramos en un país cambiado. De un país teñido de azul hemos pasado a un país con un amplio arco iris de opciones.

¿Ha sido esta vorágine vivida igual en cada rincón de un país con cuatro nacionalidades históricas y trece comunidades con distintos niveles de construcción de identidad regional, nacional o popular? ¿Igual en cada rincón de esas diecisiete zonas de España?

Una lectura somera de los resultados del 20D nos revela que no ha sido así. Al igual que sucedió en las elecciones municipales de 1931 -en las que los concejales monárquicos eran mayoría en el conjunto de España, mientras que los republicanos triunfaban en cuarenta y una de las cincuenta capitales de provincia, llegando a triplicar y cuadriplicar en Madrid y Barcelona a sus adversarios-, en las últimas elecciones generales del 20D, Podemos obtuvo un apoyo amplio en las grandes ciudades y en las comunidades donde ha logrado conectar con la dual identidad nacional local y sus expresiones sociales y culturales. Suele pasar: en las transiciones de régimen, el cambio empieza en las ciudades.

¿Ha sido así en Andalucía? Es honesto señalar que no con la magnitud que lo ha sido en el resto de España. De las diez ciudades más grandes del Estado, sólo en dos Podemos no logró adelantar al PSOE. Las dos eran andaluzas. En el total de veinticinco ciudades con mayor población, no lo hizo en ocho. Cinco eran andaluzas: Sevilla, Málaga, Córdoba, Granada y Jerez.

Si aterrizamos el análisis a la demografía andaluza siguiendo la guía del Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía (POTA), nos encontramos con que en las nueve áreas metropolitanas, más los 80 municipios de más de 20.000 habitantes -donde residen más de las tres cuartas partes de la población andaluza- se concentra más del 90% del voto a Podemos. El voto a Podemos es por tanto preferentemente urbano: por cada habitante urbano al que Podemos se dirige, la probabilidad de que acabe votando a Podemos es 2,7 veces superior a la del habitante de zonas rurales. Este hecho, junto a la composición etaria de la provincia de Cádiz -la más joven de Andalucía- compondría otro factor explicativo adicional del buen resultado en la provincia más urbana de Andalucía (con dos áreas metropolitanas - Bahía de Cádiz y de Algeciras-).

Pero por otro lado, frente a los primeros y segundos puestos en Madrid, Valencia, País Vasco, Canarias, Baleares, Cataluña y Galicia, el resultado global en Andalucía explicita que Podemos no ha logrado conectar del todo ni con la Andalucía no representada por la identidad construida por el PSOE-A, ni con las lógicas culturales propias del dinamismo de los entornos urbanos, como sí lo ha hecho en el resto del país (a excepción de Cádiz, donde la conexión idiosincrásica de su alcalde con la ciudad es obvia y explicaría, al menos parcialmente, el fenómeno de identificación y voto).

Hace falta un nuevo proceso de construcción andaluza que sincronice con el cambio que ya se está dando en el resto de España. Un proceso que no vendrá sin la participación activa del pueblo andaluz.

Frente a este escenario histórico nos encontramos a una dirección del PSOE-A que no parece entender el momento y analiza el presente con claves antiguas. Y si bien es cierto que sostiene una base electoral importante (a pesar de haber cosechado sus peores resultados en democracia), ya nos es capaz de satisfacer las demandas de amplios sectores de la población.

Ante esa tesitura y en lugar de aceptar las propuestas de sentido común que les planteamos, deciden apuntalarse con lo que ellos mismos han llamado "la derecha": un partido naranja que sostiene al putrefacto PP en Madrid. Con una tierra en la que la tasa de pobreza está doce puntos por encima de la media estatal, con un paro galopante, con índices de pobreza infantil indignos, con un modelo industrial caduco, sin un proyecto solvente y creíble que piense en el bienestar social, ya no consiguen seducir a una buena parte de los gobernados con recetas y visiones del pasado. Muy especialmente a los jóvenes, como nos apuntan todas las encuestas.

El 28 de febrero de 1981 andaluces y andaluzas firmaron un pacto para liderar un cambio que 35 años después, quienes con exclusividad han gestionado el poder, no han sido capaces de capitanear. Después de destellos de avances que hicieron mejorar la vida de buena parte de la población donde el 92 puede ser el hito simbólico, en 2009 empezaron a tambalearse al son de la crisis los cimientos del régimen político de partido en Andalucía. Chaves, ante las dificultades financieras, recortes, despidos, y seguramente oliéndose el desenlace, había abandonado el barco a la deriva y quedaba Griñán como sucesor de gestión de la crisis económica e institucional. A inicios de 2011, como si de un preludio de la salida a calles y plazas de la ciudadanía se tratara, explota el escándalo de los ERE y cristaliza el comienzo de la desafección de una gran parte de la ciudadanía con las instituciones andaluzas. Los recursos reservados para el paro y la formación habían sido usados sin escrúpulos, lo que ha llevado a tener un deshonroso récord de más de 500 encausados entre cursos de formación y EREs. El pacto autonómico que los andaluces y andaluzas salieron a las calles a reivindicar el 4D y refrendaron el 28F en nuestro estatuto, estaba roto, lo rompieron por arriba. Quienes lo han hecho no están habilitados para encabezar el cambio que Andalucía requiere, hoy, tanto como en 1981. Hace falta un nuevo proceso de construcción andaluza que sincronice con el cambio que ya se está dando en el resto de España. Un proceso que no vendrá sin la participación activa del pueblo andaluz.

Nos estamos construyendo, y puede que la efervescencia tarde un poco más en llegar a Andalucía. Tarda, pero llegará. La sociedad andaluza siempre estuvo atenta y participó en los momentos históricos, y ahora vivimos uno que no se había dado en cuarenta años. Queda mucho por hacer. Así como el PSOE conectó en los ochenta con la Andalucía del 4D y el 28F, aún falta para conectar con las particularidades de nuestro propio 15M, nuestra propia tierra e industria, nuestras mareas naranjas, nuestras acciones solidarias, nuestra propia forma de vivir la familia que siempre ríe a pesar de las penurias, nuestros acentos -oriental, occidental, gaditano, almeriense...-, nuestra música, cocina, culturas sincréticas, en definitiva, nuestra peculiar y alegre forma de vivir. Con las palabras de Antonio Machado en la memoria, recordamos: "Hoy es siempre todavía". "Despertad, cantores: acaben los ecos, empiecen las voces", porque Andalucía está esperando su momento.