Con George Michael llegó el escándalo

Con George Michael llegó el escándalo

Para George Michael, la sociedad británica no paraba de reproducir al dictado unos comportamientos que detestaba, consignas aceptadas que ocultaban exceso de autoridad o la inveterada parálisis emocional de los ingleses. Su personalidad vacilante, confusa y contradictoria frente a la imagen de macho alfa que diseñó en sus primeros discos combatía a duras penas con los demonios interiores que se le adivinaban siempre al acecho.

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Foto: EFE

Cuando los villancicos ya habían sido versionados por los reyes del pop-rock, los chicos de Wham! -George Michael y Andrew Ridgeley- se fueron en 1986 a la estación de esquí de Saas-Fee, en Suiza, a retozar en la nieve con la modelo Kathy Hill y un grupo de amigos... y les salió el que se ha convertido en el tema navideño por antonomasia, melancólica visión de esos amores decembrinos que siempre se nos quedan ahí, atascados en la memoria. Cada invierno queremos escuchar esa mezcla de experiencia íntima y recuerdos con la modelo Hill al amor de la lumbre de una cabaña que es Last Christmas.

Georgios Kyriacos Panayiotou -que así se llamaba el londinense, hijo de británica y greco-chipriota- nos enseñó que la Navidad formaba parte del aprendizaje inagotable del amor: "Las pasadas Navidades te di mi corazón, / pero al día siguiente lo tiraste por ahí. / Este año, para evitarme las lágrimas, / se lo daré a alguien especial", reza "Last Christmas". Michael puso voz y letra a algo que muchos hemos tenido la agridulce ocasión de comprobar personalmente en esa enseñanza a contrapelo que llamamos experiencia. Wham! compensaba la indigerible subida del azúcar optimista de la Navidad con el absurdo grotesco del desamor y su necesaria e imparable sustitución de temporada, cuando la morena daba paso a la rubia, y así en el sucesivo galimatías a que nos arroja la mala suerte. Así, Wham! nos escamoteaba las mieles hibernales de la Hill y nos contaba en aquel mítico vídeo, de manera sutil y a través del broche, que hacía un año que el protagonista y su anterior amor ya no estaban juntos. Que lo suyo había sido nada más un calentón de temporada, unos borbotones como copos de nieve incandescentes.

Hombre solidario, George Michael realizó generosas donaciones que ahora están saliendo a la luz porque en vida pidió a las ONG beneficiarias que lo ocultasen discretamente: Macmillan Cancer Support, Childline y Terrence Higgins Trust recibieron generosas donaciones de Michael, que fue incluso el improvisado filántropo de desconocidos, como aquella mujer acosada por las deudas o aquella otra que necesitaba un tratamiento de fertilidad. Fue incluso voluntario en un refugio de personas sin hogar. En 2000 llegó a comprar en una subasta por 1,45 millones de libras el piano de su admirado John Lennon para donarlo después al Museo de los Beatles en Liverpool y que no volviese a salir de la ciudad natal del beatle.

En Wake Me Up Before You Go-Go (1984), una multitud de enfervorecidas fans de blondos cabellos esponjados con laca lo agarraban de las pantorrillas a su paso por el escenario. El multipremiado Careless Whisper (1984) es un irrepetible himno ochentero a las noches de neón regadas con las lágrimas de un saxofón. El claustrofóbico One More Try (1987) es una balada que transcurre íntegramente en una habitación, que contrasta con la romántica Kissing A Fool, del mismo año. Y el taxista de Father Figure (1988) se enamoraba de la modelo de Vogue, Tania Harcourt-Cooze, que dominaba la escena ante un Michael paciente y, a la vez, protector.

La música de Michael era la panacea ochentera que nos hacía saltar por encima de nuestras propias sombras y sin red en el circo de nuestra cotidianidad, en plena era del felipismo, mientras lo escuchábamos con los cascos y soñábamos con conquistar a la chica del colegio.

Ya en la década de los 90, la divertida pasarela de Too Funky y su inolvidable Freedom! '90 con Naomi Campbell, Christy Turlington, Tatjana Patitz, Linda Evangelista y otras acentuadísimas divinidades de la moda. Y entre los musculados y apolíneos modelos, reunió a John Pearson, Mario Sorrenti, Scott Benoit, Todo Segalla y otros toy boys del papel cuché olvidados por la lúbrica mirada de ellos y ellas. A renglón seguido, se metió en un pleito con la todopoderosa Columbia, su productora, que le prohibió producir ni un solo disco hasta que en 1996 publicó su álbum Older, ya con Dreamworks.

Se vengó de la policía en Outside (1998) por haberlo detenido en una trampa que un agente de paisano le había tendido en unos baños de Beverly Hills: el vídeo erótico festivo que grabó después el cantante incita a la cópula colectiva por doquier y muestra a dos policías besándose después de practicar unas cuantas detenciones a parejas homosexuales. Tuvo que pagar 800 dólares de multa, pero en la cúspide de su merecida candelera aprovechó el anecdótico incidente con las fuerzas del orden para salir del armario. Para George Michael, la sociedad británica no paraba de reproducir al dictado unos comportamientos que detestaba, consignas aceptadas que ocultaban exceso de autoridad o la inveterada parálisis emocional de los ingleses. Su personalidad vacilante, confusa y contradictoria frente a la imagen de macho alfa que diseñó en sus primeros discos combatía a duras penas con los demonios interiores que se le adivinaban siempre al acecho.

Con el siglo XXI, George Michael perdió fuelle, domesticó su incorrección y dispersó su alborotado gay vivir, como puede verse en Amazing (2004) y Flawless (también de 2004). La oscura White Light (2014) dio su último estertor hacia la música disco en la época en que los Justin (Timberlake y Bieber) hacían ya furor entre las millennials con sus saltos y espasmos dance. George Michael era ya una reliquia adorable y sus canciones contaban demasiadas cosas que los nativos digitales no querían escuchar: sus monólogos interiores hablaban de una vida llena de descuidos en los que el autobiografismo se mezclaba con errores afectivos, parejas fallidas y una sociedad conservadora que hilaba demasiado fino para alguien tan extraordinariamente libre. La última década estuvo marcada también por el escándalo. Una noche que iba hasta las cejas estrelló su Range Rover contra un árbol cerca de su casa, en South Kensington, donde era vecino de Sting y Kate Moss, y en la M1 de Londres llegó a saltar en marcha de su coche rompiéndose literalmente la crisma contra el asfalto.

Fue para muchas mujeres de nuestra generación un semidios vulnerable, porque en sus letras siempre fue consciente de la falsedad de la vanagloria, algo que los imberbes youtubers e instagramers que desconocen el concepto de creatividad artística aún no han comprendido. Los historiadores de la música tendrán que explicar su éxito, vinculado sin duda a diversos factores de aquel momento: el aperturismo sexual, la moda de los ochenta y el movimiento underground que reavivó los agotados graneros de la creatividad anglosajona. En su haber... más de cien millones de discos avalan el alcance masivo de su música, mezcla de pop, dance-pop, new wave y blue-eyed soul y su estilo provocador: chaqueta de cuero, vaqueros rotos mucho antes de que la rotura se impusiera, gafas de sol opacas, barba de tres días recortada con cartabón y escuadra y un original pendiente con la cruz colgante.

La música de Michael era la panacea ochentera que nos hacía saltar por encima de nuestras propias sombras y sin red en el circo de nuestra cotidianidad, en plena era del felipismo, mientras lo escuchábamos con los cascos y soñábamos con conquistar a la chica del colegio. Frente a la demagogia pornográfica del conservadurismo más atroz y castrador, Wham! cantaba a la sinceridad del amor y el sexo saludable, que no eran sino la chispa trascendente de la propia biología, explicada con unas cuantas corcheas.

En España George Michael gozó de un gran éxito: los más veteranos recordamos el concierto que dio en Madrid durante una de sus giras no hace mucho, en septiembre 2011, poco antes de ser hospitalizado por un nuevo exceso. A Michael hacía tiempo que la inspiración se le había marchado de vacaciones, a perpetuidad. George Michael se ha marchado cuando ya no tenía que escandalizar a nadie más, ni discutir la cuestión de su identidad, construida con diversos fragmentos de sus personajes y que disponía en capas: el melancólico, el promiscuo, el romántico, el señor oscuro que explica el peligro de las drogas...

Porque Michael se bebió y fumó todo el desenfreno que lo rodeaba. El crack, la cocaína, la marihuana y el alcohol hicieron el resto. Un infarto ha puesto punto y final a la historia de un ídolo visionario de los ochenta, introspectivo, generoso y atormentado que no sólo dejó entrever sus debilidades e imposturas, sino que fue capaz de desenmascarar las nuestras.