"Os quiero, pero...": lo que significa para mi familia que votes a Trump

"Os quiero, pero...": lo que significa para mi familia que votes a Trump

Soy latino, hijo de inmigrante, gay y padre de una niña de raíces afroamericanas. Empezar a desgranar todo lo que ha dicho Trump sobre varias facetas de nuestras vidas es recorrer una letanía diaria de burlas y rechazo. Y, cuando pienso en lo que ha prometido hacer si sale elegido presidente, me doy cuenta de que estamos en el centro de la diana.

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Las elecciones están a la vuelta de la esquina y no he borrado a nadie de Facebook ni he dado la espalda a nadie por el candidato al que tenga intención de votar.

Pero he de admitir que cuando oigo a personas a las que quiero decir que van a votar a Donald Trump, me duele.

No es que me moleste o que me ofenda; es que me duele pensar que alguien que dice preocuparse por mi familia pueda excusar o estar de acuerdo con un hombre que ha denigrado cada uno de los aspectos de nuestro ser.

Cuando mis amigos me dicen que los objetivos políticos o los valores de Trump se acercan más a los suyos, dejo de confiar en que se preocupen de verdad no solo por la gente que es como mi hija y como yo, sino por nosotros en concreto.

No puedo evitar que se deteriore el cariño y el lustre de un lazo basado en la creencia en un respeto mutuo. ¿Por qué? Porque un voto para Trump es un voto a favor de lo que dice sobre nosotros.

Soy latino, hijo de inmigrante, gay y padre de una niña de raíces afroamericanas. Cuando pienso en lo que ha prometido hacer Trump si sale elegido presidente, me doy cuenta de que estamos en el centro de la diana.

Sé que puede parecer injusto. Que pensaréis que alguien puede querernos y aun así votar a otro candidato. Y eso es cierto la mayoría de las veces. Pero en estas elecciones se ha bajado el listón del discurso tantas veces, se ha minado tanto la aceptación de la decencia humana, que no creo que, actualmente, la frase "os quiero, pero..." tenga mucho significado en lo que al amor respecta. Quiero que se escuche lo que tengo que decir.

Soy latino, hijo de inmigrante, gay y padre de una niña de raíces afroamericanas. Empezar a desgranar todo lo que ha dicho Trump sobre varias facetas de nuestras vidas es recorrer una letanía diaria de burlas y rechazo. Y, cuando pienso en lo que ha prometido hacer si sale elegido presidente, me doy cuenta de que estamos en el centro de la diana.

Cuando adopté a mi hija, todo era más fácil porque mi marido y yo estábamos legalmente casados, aunque solo tenía vigencia en dos estados por aquel entonces. En los aeropuertos, los hospitales y los colegios nunca han puesto en duda el vínculo jurídico con nuestra hija.

La aprobación de la ley del matrimonio igualitario en Estados Unidos ha sido uno de los hitos de lo que llevamos de siglo. La mayoría de los estadounidenses lo aceptan, pero Trump ha dicho que está planteándose qué podría hacerse para derogarla. Además, se ha comprometido a apoyar una legislación que concedería a cualquier persona de cualquier religión el derecho a no atender o a no hacer negocios con personas homosexuales. La redacción de la ley es completamente vergonzosa: no estamos hablando de afamados decoradores de tartas nupciales, sino de propietarios de inmuebles, profesionales de la salud, empleadores y propietarios de negocios en general.

Igual que la gente que dice preocuparse por mí, Trump afirma que sus amigos gais son "fabulosos", pero que todo esto es más importante que ellos. Trump no cree que la gente como yo necesite derechos matrimoniales o la posibilidad de comprar, dormir, comer y ser atendida igual que los ciudadanos heterosexuales.

Esto solo puede deberse a que se nos considera inferiores; de hecho, así parece considerar a todos los grupos a los que él no pertenece. En mi casa, representamos a muchos de esos grupos.

Como mi hija, que tiene raíces afroamericanas. Trump llama a la gente como ella "los negros", esta simple expresión habla por sí misma. No tiene ninguna noción de diversidad, ni desde el punto de vista geográfico ni en cuanto a los valores, al estatus o a las necesidades. Ha dejado clara su estrechez de miras al decirles a "los negros" que "sus" colegios, puestos de trabajo y vidas son terribles.

Cuando se decide que un grupo entero son "los otros", juzgar de manera precipitada se convierte en algo tan normal como respirar.

Para Trump, la gente de color es tan ajena -y tan opuesta a lo que él vende- que echó de uno de sus mítines a uno de sus simpatizantes afroamericanos la semana pasada, porque asumió que se trataba de un enemigo. (De hecho, previamente habían grabado al hombre alabando a Trump).

No es de extrañar: cuando se decide que un grupo entero son "los otros", juzgar de manera precipitada se convierte en algo tan normal como respirar.

Aunque, por lo menos, considera a "los negros" parte de la nación. El año pasado, hubo una época en la que los latinos -que somos 55 millones en Estados Unidos- vimos claramente lo que pensaba de nosotros en realidad.

Todo empezó con los inmigrantes que, en sus propias palabras, son todos asesinos y violadores (esto solo es aplicable a los inmigrantes latinos, y no a personas como su mujer). Su nociva retórica no ha hecho más que expandirse. Cuando dijo que un juez de Indiana no era de fiar porque tenía raíces latinas y cuando echó a un periodista de una rueda de prensa por sus orígenes latinos, Trump reveló su inclinación innata a la generalización racista.

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Ilustración de Elisa Ballesteros

Su nivel de ignorancia alcanzó el culmen cuando dijo que le encantaban "los hispanos" y lo demostró compartiendo en Twitter una foto suya comiendo tacos. Muy vulgar, muy ridículo y muy Trump. Reducir a millones de estadounidenses a un producto alimenticio no es más que otro recordatorio de que para él somos inferiores.

Aun así, nada es comparable al nivel de estupidez y ordinariez que ha demostrado con las mujeres. Trump utiliza el aspecto físico de las mujeres como argumento para criticarlas o defenderlas, y, de esta forma, mina su valía y su credibilidad; se jacta de que las conquistas refuerzan el éxito de un hombre; y utiliza el tema de la menstruación como arma.

Ha revelado en numerosas ocasiones una falta total de límites en lo que respecta a analizar el físico de mujeres de la edad de su hija, e incluso a su propia hija y a chicas bastante más jóvenes. Ya es triste en cualquier persona, pero en alguien que además es padre resulta aún peor.

Votar a este hombre es votar al tío grimoso, al jefe pervertido, al típico hombre que no admite un no por respuesta.

Me aterroriza. Votar a este hombre es votar al tío grimoso, al jefe pervertido, al típico hombre que no admite un no por respuesta. Califica sus alegres pavoneos sobre su inadecuado comportamiento sexual de "charla de vestuario masculino", pero ahora ese "vestuario" podría ser la Casa Blanca.

Justificarle -una y otra vez- es confirmarle que está bien pensar que las mujeres son inferiores. Votar a alguien que no tiene reparos en ser sexista y hacer que represente al país es confirmar a las mujeres que deben acatar todo lo que les diga un hombre. Y no solo a las mujeres, sino a todo el mundo. En consecuencia, el futuro de mi hija será mucho más peligroso.

Y estos son únicamente los mensajes -que se deducen de sus palabras y de sus hechos- aplicables a mi casa. Podría seguir hablando de mis amigos musulmanes, de mis familiares veteranos de guerra o de mi familia política judía y revelar todo el lenguaje y la imaginería que ha utilizado Trump en su campaña para dejar claro que son inferiores; y, si no les gusta, esto no es más que el principio.

No recuerdo un simbolismo comparable al de su campaña; teniendo en cuenta que el Ku Klux Klan pidió el voto por el candidato republicano, no es de extrañar que al lado de los carteles de apoyo a Trump aparezcan adornos de Halloween racistas y pegatinas homófobas.

Por supuesto que Trump no ha unido estas piezas directamente, pero sí es cierto que además de consentir los peores pensamientos de la gente, les ha dado el derecho a regodearse en ellos. Ha avivado las llamas de la gente que se ha cansado de hacer el esfuerzo de extender el civismo y la decencia humana a los que no son como ellos.

Si quieres a mi hija, a la que has visto crecer, quiero que la mires a los ojos y le digas: "Estoy de acuerdo con lo que Trump dice sobre ti".

Lo que antes no era más que un susurro se ha convertido en un ruido ensordecedor: está bien decir en voz alta que "los otros" no son "tu gente", que no son iguales que tú y que, como son inferiores, no se les tiene que tratar con el mismo respeto ni se les tienen que conceder los mismos privilegios.

Trump no solo ha hecho que sea aceptable recibir con los brazos abiertos este sentimiento tan poco estadounidense, sino también admitirlo con orgullo y gritarlo a los cuatro vientos junto a miles de ciudadanos eufóricos.

Y votar a favor de ello.

Si me quieres y vas a votar a Trump, me gustaría que me miraras a los ojos y me dijeras: "Me parecen bien los planes que tiene Trump para ti". Si quieres a mi hija, a la que has visto crecer, quiero que la mires a los ojos y le digas: "Estoy de acuerdo con lo que Trump dice sobre ti".

Coge la felicitación de las Navidades pasadas y, mientras contemplas nuestros rostros sonrientes, di: "Sois inferiores a mí".

Porque eso es lo que significa para mi familia que votes a Trump.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.

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