Me apellidaba Trump y tuve que cambiarme el nombre

Me apellidaba Trump y tuve que cambiarme el nombre

"¿Eres familia de Donald Trump?", una pregunta inocente que me habían hecho miles de veces -cuando me registraba en un hotel o iba a coger un avión- implicaba cada vez más cosas. En uno de mis últimos viajes a Nueva York, un auxiliar de vuelo me atacó verbalmente cuando vio mi apellido en el pasaporte.

JONATHAN ERNST / REUTERS

Decir que odio a Donald Trump sería utilizar eufemismos. Cada vez que se publica un titular en el que aparece su nombre, se me cae el alma a los pies. Su intolerancia, su capacidad infinita para ofender, sus polémicas casi diarias que alimentan miedos y que ya han fracturado a la sociedad estadounidense me dan verdadero asco. Igual que mucha gente, estoy harta de oír sus rabietas y de ver su cara engreída en todas las portadas y pantallas de televisión. Sin embargo, mis razones van más allá. No solo es que no esté de acuerdo con sus políticas racistas, su misoginia descarada, sus mentiras, su ofuscación y su xenofobia; es mucho más que eso, es que, durante 32 años, he compartido apellido con él.

Hasta hace poco, yo me llamaba Dawn Trump.

D. Trump.

Ya veis dónde está el problema.

Empecemos hablando claro: "Trump" no es el más glamuroso de los apellidos. En el mejor de los casos, esta palabra puede significar "triunfo", pero... en el peor de los casos... también puede usarse para referirse a un pedo. Sin embargo, a pesar de las connotaciones, fue el nombre que aprendí a garabatear cuando era niña, el nombre con el que empecé a labrarme una carrera profesional y, lo más importante, el apellido de mi familia. "¿Qué importancia tiene un apellido?", se preguntarán muchos. Pues mucha.

Antes de 2015, no me molestaba tanto guardar esta relación con este hombre. Compartir apellido con uno de los multimillonarios más famosos del mundo podía llegar a ser bastante divertido. Mis amigos me hacían fotos delante de las Torres Trump y yo se las mandaba a mi padre, acompañadas de un título ocurrente. Pero todo cambió cuando Donald Trump se presentó como candidato a la presidencia de Estados Unidos.

"¿Eres familia de Donald Trump?", una pregunta inocente que me habían hecho miles de veces -cada vez que me registraba en un hotel o que iba a coger un avión- cada vez implicaba más cosas. En uno de mis últimos viajes a Nueva York, un auxiliar de vuelo me atacó verbalmente cuando vio mi apellido en el pasaporte. Puede que no sea lo más profesional del mundo, pero lo entiendo. Trump provoca divisiones.

Era duro tener algo tan personal en común con un hombre al que despreciaba tanto, pero el pasado mes de diciembre cayó la gota que colmó el vaso cuando dijo que prohibiría la entrada a Estados Unidos a los musulmanes. Después de haber entrevistado a madres que han tenido que huir de Siria, de haber visto las condiciones desesperadas en las que viven, de haber presenciado cómo intentan reconfortar a los niños traumatizados, la retórica de Trump me resulta casi violenta. Para algunas personas, este auge de la política basada en prejuicios ha supuesto un punto de inflexión. Para mí ha supuesto un cambio de nombre. Ya había tenido suficiente. Quería deshacerme de cualquier tipo de asociación con este señor, así que rellené unos cuantos formularios y me cambié el nombre para siempre.

Escoger un nombre nuevo fue difícil, y fue algo que nunca pensé que tendría que hacer. Aunque respeto totalmente la decisión de las mujeres que adoptan el apellido de su cónyuge, yo no me sentía cómoda cambiándome el nombre por culpa de un hombre. No soy capaz de imaginarme cambiándome el nombre al casarme. Ay, Donald, cuánto me has cambiado.

Decidí que me inspiraría en mis abuelas para conformar mi nuevo nombre. Me puse Rose de segundo nombre y Kelly de apellido. Me gusta haber fortalecido mi conexión con las mujeres de mi familia. Que te den, D. T. ¡Vivan las mujeres!

Lo más duro fue contárselo a mis padres. Aunque ellos son liberales, fue difícil decirles que ya no iba a llevar su apellido (y sin ningún yerno de por medio). Hice lo que haría cualquier treintañera respetable que tuviera noticias que comunicar: les mandé un mensaje de texto. Comprensiblemente, mis padres se enfadaron. Aunque más tarde me enteré de que gran parte de su enfado se debía a que recibieron mi mensaje cuando se les acababa de caer la valla del jardín. Justo cuando Donald Trump había prometido construir una en las fronteras de Estados Unidos.

El problema no es solo que esté en desacuerdo con lo que defiende este hombre o con que juegue con el miedo de la gente y se sirva de los prejuicios para generar capital político. El problema es que creo que es una fuerza política verdaderamente peligrosa, cuyos discursos, sin ninguna duda, ofenden, pero también pueden hacer mucho daño. Si gana las elecciones, la fuerza militar más potente del mundo tendrá a un comandante jefe que no solo parece ser un político corrupto, sino también una persona corrupta y sin moral.

Si gana, existe la posibilidad de que el apellido Trump ya no se asocie con un bufón que acostumbra a ofender a la gente y lleva una rata muerta en la cabeza. Es posible que ese apellido se asocie con el odio, la división, la intolerancia y el inicio de un periodo de inestabilidad y desacuerdo global.

No se me asociará con un monstruo que legitima el odio.

No en mi nombre.

Dawn Rose Kelly (anteriormente Dawn Trump)

Este artículo fue publicado originalmente en la edición de Reino Unido de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.