Una selección con bigote

Una selección con bigote

Del Bosque por fin es íntegramente de los nuestros, no sólo hasta el final de esta batalla. Ahora, psicológicamente, somos más fuertes.

Pausado, confiado, paciente, ordenado, controlado, sereno, generoso, cuidadoso pero impredeciblemente sonriente. Así es Vicente Del Bosque, así es el juego de España. Se dice que La Roja se asemeja al Barça, algo que acaba de desmentir Mourinho recordando que militan cinco madridistas en el equipo. Desde luego, los españoles tampoco tienen el perfil afilado de los merengues. En realidad, el combinado nacional se parece al seleccionador, que acaba de renovar hasta el término del próximo Mundial.

Conocí más de cerca a Del Bosque cuando dirigía al Real Madrid. Acudí a varios entrenamientos y ruedas de prensa donde me sacó de quicio su ecuanimidad, sus contestaciones protocolarias y predecibles, su tono monocorde y lánguido. Cuando fue relevado de mala manera del banquillo blanco en favor de Queiroz, no critiqué su salida. Aguardé expectante las consecuencias del cambio. Florentino quitó a un tipo con bigote para poner a otro con el nudo de la corbata más elegante de la historia del fútbol. El tiempo demostró el fatal error. El señor de Salamanca, que acababa de darle dos Copas de Europa al Real Madrid, era mucho mejor mister que aquel portugués con el que se cruzó hace dos años en Ciudad del Cabo en octavos de final. Ya saben el desenlace.

Sin embargo, en la Selección, Del Bosque encontró su sitio. Quizá parte de los aficionados blancos añorábamos un técnico y, en consecuencia, un equipo más agresivo, más eléctrico, un juego espídico y voraz, con un dibujo en flecha y no aquel culón con tres centrales. Pero a Vicente, cuando aterrizó en la Federación, sólo se le podía pedir que mantuviese un bloque, un juego por fin reconocible, bonito y, sobre todo, efectivo. Aunque es cierto que el reto de heredar una selección campeona de Europa era traicionero. Había mucho que perder y ya no tanto que ganar. Luis Aragonés era un mito difícilmente alcanzable. Pero Del Bosque hizo suyo aquel grupo. Lo saneó, lo pulió, lo lacó con alguna nueva incorporación y tras un verano en Sudáfrica dejó a su predecesor como aquel entrenador que logró un metal seminoble.

Mientras que en los clubes, salvo con los jugadores de la cantera, siempre se sospecha de la implicación sentimental de los futbolistas, en la Selección se presupone una devoción sin fisuras. "Para cualquier jugador es un sueño defender a España" dicen hipnóticamente todos los hombres que son llamados por primera vez a La Roja o están al borde de su convocatoria. La única persona en la Selección propensa a abandonar el puesto por una mejorada oferta económica, por discrepancias con los directivos o por falta de motivación es el seleccionador.

Ahora, sin embargo, Vicente del Bosque ha firmado un acuerdo verbal de continuidad apalabrado en septiembre del año pasado. Ya es oficial su compromiso, no sólo contractual, sino emocional con España. Del Bosque por fin es íntegramente de los nuestros, no sólo hasta el final de esta batalla. Alcemos el trofeo destellante tras las líneas enemigas o caigamos en la próxima batalla, no desertará. Ahora, psicológicamente, somos más fuertes, nos hemos convertido en un bloque bruñido y compacto. Su promesa de futuro certifica y realza su implicación en el pasado pero, sobre todo, le afinca en el presente con la épica de un estandarte. España se parece a Del Bosque y hoy Vicente, más que nunca, sonríe como el juego de la Selección.