¿Una nueva al naqba en Oriente Medio?

¿Una nueva al naqba en Oriente Medio?

Si Iraq se desintegra (¿ha estado alguna vez genuinamente integrado?) y El Asad es derrocado en Siria, una nueva naqba, un desastre, una catástrofe humanitaria de proporciones similares a la de 1948, cuando un millón de palestinos huyeron de su tierra tras la independencia israelí, puede acontecer en Oriente Medio.

EFE

En árabe, al naqba significa la catástrofe, el desastre. Y efectivamente lo fue para casi un millón de palestinos expulsados de su tierra a raíz de la independencia de Israel y la primera guerra árabe-israelí en 1948. Asentados en la orilla occidental del Jordán (absorbida por Israel en una guerra posterior), en la propia Jordania, Siria, Líbano, Egipto, hoy son millones de refugiados. La tremenda injusticia cometida contra el pueblo palestino continúa vigente a causa de la intransigencia israelí y de la complicidad occidental, pero otra naqba de diversa naturaleza está teniendo lugar en Oriente Medio desde que en 2011 se inició el desastre de Siria, hoy extendido a Iraq con la aparición de un inesperado, brutal y hasta ahora absurdamente incontenible actor regional denominado Estado Islámico. Lo que en principio consistió en un alzamiento popular contra un régimen despótico, el de El Asad en Siria, ha devenido en una guerra generalizada en este país y en Iraq, en donde aquel avanza victorioso a pesar de los bombardeos de Estados Unidos y aliados.

Es la constatación del fracaso de la estrategia occidental (¿o de la ausencia de la misma?) para con esta zona del planeta, fracaso manifiestamente visible desde hace décadas en el tema Palestina. Perder la oportunidad de acabar con el tirano Asad fortaleciendo a tiempo la oposición es imperdonable y ha conducido a que una sublevación se convierta en guerra civil con variados intereses y actores externos, incluido el Estado islámico. Advertir a El Asad de que EEUU no toleraría el uso de armas químicas (la famosa "línea roja" de Obama), no saber cómo salir del atolladero en que uno se mete cuando el advertido franquea la línea roja y contemplar cómo Moscú saca la espina es duro y roza el ridículo. Pero renunciar al objetivo de contribuir al derrocamiento del sátrapa de Damasco, abandonar a la oposición civil a su suerte y admitir a la chita callando que el tirano es un mal menor comparado con los que decapitan, es una inmoral desvergüenza y, además, no ha servido para poner coto al supuesto mal mayor.

Esto en Siria, donde los bárbaros controlan ya la mitad del territorio. En Iraq la cosa es aún más sangrante, incluido el sentido literal, porque el que los islamistas trogloditas tomen ciudad tras ciudad en el país del Tigris y el Eufrates está directamente relacionado con la descomposición del mismo y de su sociedad provocada por la política de Bush y que Obama ha sido incapaz de recomponer. Tras la invasión de Iraq en 2003, Washington cometió el error de desmantelar por completo sus fuerzas armadas, lo que, además de suponer un inapreciable regalo para la actual ofensiva yihadista, le ha obligado a emplear estos años más de 40 mil millones de dólares en armar y entrenar al nuevo ejército, con escaso éxito pues la incompetencia y la corrupción del gobierno de la nación (¿nación?) y la división sectaria han convertido en rutina la huida masiva de las tropas ante la llegada de los yihadistas a las ciudades asaltadas. Ocurrió hace un año en Mosul y acaba de suceder en Ramadi. Un alto funcionario del Departamento de Estado norteamericano declaró hace unos días: "Estamos averiguando qué ha sucedido exactamente en Ramadi, pero no es un colapso como el de Mosul". Sin embargo, el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto, acaba de poner los puntos sobre las íes: "Las fuerzas iraquíes no fueron expulsadas de Ramadi. Se fueron de Ramadi".

El caso sirio es diferente. El ejército no es incompetente, pero es sectario, en el sentido de que la mayoría de las tropas y desde luego los mandos son alauíes, la secta minoritaria, variante del chiismo, a la que pertenece la familia El Asad. Se estima que un tercio de los hombres de la comunidad alauí ha perecido ya en la guerra y la capacidad del régimen de reemplazar a los caídos no es infinita, como tampoco lo es la de armarlos, equiparlos, transportarlos y alimentarlos.

¿Cuánto durará la guerra en Siria? ¿Cuánto resistirá El Asad? ¿Permitirán Rusia e Irán el cambio de régimen? Factores y actores externos condicionan (¿determinan?) el conflicto tanto en este país como en Iraq. Sorprende en el caso sirio que fuerzas islamistas antagonistas (unas consideradas por Occidente terroristas, otras no) hayan sido capaces de coordinarse eficazmente para oponer al régimen un frente común, activo y exitoso. Se considera que Arabia Saudí, Turquía y Qatar, por razones diversas, pero compatibles, son sus mentores y asesores. El factor geopolítico no debe minusvalorarse. Riad, actor suní clave en el área, hace todo lo posible por incordiar al gran poder chií, Teherán, y por ende trabaja para poner fin a la dinastía El Asad, apoyada por aquel.

El presidente Obama ha declarado que la caída de Ramadi es "un retroceso táctico". Dijo también hace unas semanas que "si los iraquíes no desean luchar por la seguridad de su país [¿país o países?], nosotros no podemos hacerlo por ellos". Tal vez se trate de un retroceso táctico, pero a mí me parece el resultado, como he manifestado al principio, de una estrategia errónea. En cualquier caso, como sostiene el Financial Times (23-04-15), la toma de Ramadi por los islamistas "es potencialmente un desastre porque representa que el Estado islámico es en esencia más Estado que un Iraq que no dispone ni de la voluntad ni de la narrativa para defenderse como nación".

Si Iraq se desintegra (¿ha estado alguna vez genuinamente integrado?) y El Asad es derrocado, una nueva naqba, un desastre, una catástrofe humanitaria de proporciones similares a la de 1948 puede acontecer en Oriente Medio. En realidad ya ha comenzado. Una semana antes del "retroceso táctico" de Ramadi 40.000 de sus habitantes huyeron. Pero hace un mes lo habían hecho 130.000, a la mitad de los cuales se les prohibió entrar en Bagdad y muy especialmente en Kerbala, lugar santo del chiismo, por temor a que hubiera agentes del Estado islámico entre los refugiados suníes . Y en la ciudad siria de Palmira, la monumental "joya del desierto", patrimonio de la Humanidad, recién tomada por los bárbaros (¿comprenderán estos el concepto Humanidad?), un tercio de sus 200.000 habitantes habían huido (¿hacia dónde?) antes de su llegada.

Antes de la guerra la población siria era de 22 millones. Según datos oficiales de Naciones Unidas, hoy hay siete millones de desplazados de sus hogares dentro del propio país y más de cuatro millones de refugiados en los países limítrofes, de mayor a menor cantidad, en Turquía, Líbano, Jordania, el propio Iraq y Egipto. El apoyo interno a El Asad viene principalmente, aunque no solo, de la comunidad alauí, que, antes de 2011, estaba constituida por 2.600.000 personas. Muchos sirios de otras confesiones, mayoría de la población, odian a los alauíes por esa fidelidad a El Asad y por el control de muchos de ellos de los recursos del país. La naqba siria consistirá en su persecución a muerte y/o su expulsión. Sabía de esa repulsión, aversión de la mayoría hacia la minoría, pero no he asumido la verdadera magnitud de la realidad -de la naqba en ciernes- hasta ver un programa de debate de Aljazeera Arabic, con subtítulos en inglés, llamado "Should we kill all alawites?" (¿Debemos matar a todos los alauíes?). Parece increíble, pero el presentador, una estrella televisiva, y uno de los dos tertulianos, fuera de sí, rabiosamente, abogan por pasar a cuchillo a toda la población alauí. El vídeo me horrorizó. Le hace a uno exclamar: ¿Humanidad? ¿Dónde estás Humanidad?