Activismo por la convivencia

Activismo por la convivencia

La sociedad española está arrojando preocupantes señales de que la convivencia se está fracturando.

Una mujer se queja ante un policía en el centro de Granada mientras le pregunta por qué los manifestantes que protestan contra el Gobierno pueden estar en la calle y los demás no.  NurPhoto via Getty Images

El odio es un veneno que se inocula con rapidez y se propaga por el organismo social a toda velocidad. Una pequeña dosis es letal para la convivencia si no se es capaz de actuar a tiempo y parar sus ponzoñosos efectos antes de que sea demasiado tarde. Nuestra convivencia está amenazada. No es ninguna exageración. La historia nos enseña que sociedades avanzadas culturalmente y con sistemas democráticos consolidados sucumben con una facilidad pasmosa a la barbarie, al odio y la violencia. 

Cualquiera que se acerque a episodios de enfrentamientos civiles en sociedades teóricamente maduras desde un punto de vista político se sorprende de cómo pudieron llegar a producirse conflictos sociales tan profundos de un modo tan rápido, cómo se perdió todo a tal velocidad. Nos solemos preguntar por qué nadie vio las señales y por qué nadie hizo nada por detener la espiral de deterioro de la convivencia previo al enfrentamiento. Hemos visto a sociedades modernas y civilizadas montadas en vagonetas directas al abismo sin que nadie hiciera nada por frenarlas. La mayoría de las veces, cuando hemos estudiado estos momentos de nuestra historia, solemos caer en el error de creer que se produjeron en circunstancias que no se volverían a repetir, o que los hijos o nietos de que los que experimentaron esas fracturas sociales sabrían aprender de los errores de generaciones previas. Pero, desgraciadamente, eso no suele ocurrir, y no suele ocurrir porque, por lo general, se desprecian o se minusvaloran las pequeñas fracturas, las pequeñas grietas que se abren en la convivencia democrática, por las que se cuela el odio, hasta que es demasiado tarde y ya no hay marcha atrás. El veneno ya ha sido inoculado; no despreciemos los síntomas.

La historia nos enseña que sociedades avanzadas culturalmente y con sistemas democráticos consolidados sucumben con una facilidad pasmosa a la barbarie, al odio y la violencia.

La sociedad española está arrojando preocupantes señales de que la convivencia se está fracturando, de que un puñado de irresponsables ha contagiado el odio en una sociedad que hasta hace muy poco, incluso en medio de una crisis social sin precedentes, supo mantener la calma y canalizar a través de vías democráticas las opciones políticas que pedían un cambio de modelo social y económico. Hago una pregunta: ¿quién en los últimos tiempos no se ha ido -o silenciado- de un grupo de WhatsApp de amigos o amigas del trabajo, del fútbol o del colegio por la radicalización en el mensaje político de unos y de otros? Esta es una señal inequívoca de cómo empieza el odio a hacer notar sus efectos.

La mayoría que quiere mantener la paz social no puede permanecer pasiva frente al riesgo cierto de ruptura al que nos estamos asomando.

La mayoría de la sociedad española ha tenido un comportamiento ejemplar, heroico, en medio de la pandemia y el confinamiento, pero la quiebra de la convivencia se suele producir por minorías muy activas que embarran el espacio democrático. Por eso, debemos reivindicar un activismo de los valores de tolerancia, respeto y convivencia en todo el espectro ideológico. Esto no va de izquierdas o derechas, no va de progres o conservadores. Va de no destruir los lazos de respeto, diálogo y tolerancia que nos han traído hasta aquí, porque la mayoría que quiere mantener la paz social no puede permanecer pasiva frente al riesgo cierto de ruptura al que nos estamos asomando.

Son tiempos de compromiso por el respeto, por la construcción de lugares de diálogo desde la diferencia y la discrepancia. Todos y cada uno de nosotros tenemos un espacio en el que debemos neutralizar el veneno; no miremos para otro lado. Son tiempos de activismo por los valores de la convivencia. Somos más, no dejemos que el veneno de una minoría nos gane.

Gustavo A. Matos Expósito Ges presidente del Parlamento de Canarias y presidente de CALRE.