Antonio Sánchez Jiménez, la prosa como juguete

Antonio Sánchez Jiménez, la prosa como juguete

Una superación de la novela histórica cipotuda.

Las facultades de Filología están trufadas de estudiantes con aspiraciones literarias que, ingenuamente, se matriculan con el afán de convertirse algún día en ese novelista que necesita su momento. El resultado, en la mayoría de los casos, es desesperanzador. Constreñido por la tradición literaria inmensa que aprenden a lo largo de los cuatro años de carrera (más su máster y doctorado), el aprendiz de brujo suele, mayormente, renunciar a escribir y aprender a enseñar o, en algunos casos, llega a regurgitar textos acartonados por el afán de exhibir su conocimiento de la materia. Este estudiante suele abandonar su carrera literaria poco después. 

Antonio Sánchez Jiménez es la excepción que confirma la regla. Autor de tres libros, editados con verdadero mimo y cuidado por la magnífica Reino de Cordelia (una de esas editoriales que siguen presentando tipografías cuidadas, rúbricas e ilustraciones de cubierta y sobre cubierta), nuestro autor despunta entre la prosa de carácter histórico o historicista como representante de una genealogía ilustre, pero infrarrepresentada en España, la escritura culta no pedante. 

El retorno de la prosa lúdica 

Su primer libro, El señor del relámpago, presenta un conjunto de cuentos amenos, juguetones y variados a partir de un personaje inventado llamado Manuel Jorges (en abierto homenaje, claro, a Borges) en el que literaturiza lugares comunes dentro del mundo de la investigación en humanidades y ciencias sociales, veleidades académicas varias y anécdotas divertidas y personales. Se trata de una digna primera obra, sin grandes alardes y que presenta algunos textos francamente divertidos en clave de novela de campus y escritura académica (La navaja de pata de Cabra, Al norte del verano) a lo David Lodge, Antonio Orejudo o Rafael Reig. 

Animado seguramente por el éxito de esta primera colección, el catedrático de literatura de la Universidad de Neuchâtel reúne en El castillo de Bárbara un conjunto de narraciones bajo un marco narrativo común (técnica de escritura clásica que proviene del Decamerón) en el que lector es invitado a leer en clave alegórica los cuentos por separado y el texto en su conjunto. Se trata de una serie de cuentos góticos en los que abundan referencias literarias, ya bien digeridas después de muchos años, a las que se le da nueva luz. Por ejemplo, el gran cuento de Quiroga Yzur es reescrito desde el punto de vista del simio en Llamadme Yzur, mientras Felipe IV presenta una ensoñación cotidiana a lo Cortázar y el maravilloso Tamborada cuenta un viaje astral en Cuba a lo Cabrera Infante. Además, construye un conjunto referencial que servirá para hacerse con un universo narrativo propio, como las múltiples referencias al yacimiento de Arisgotas en Toledo.

Una derivada interesante dentro de esta muy prometedora obra es la superación de los manidos esquemas presentes en las novelas históricas contemporáneas.

Culmina su carrera, hasta el momento, con El caso del caballero Gesualdo. Se trata de una novela, de nuevo en clave gótica, que construye una narración histórico-detectivesca a partir de referencias al músico Carlo Gesualdo. Gesualdo, rodeado de fantasmas, se encuentra atormentado por los asesinatos que cometió 20 años antes. Estamos en un momento de tensión entre el imperio, la República de Venecia y la nobleza napolitana, y corresponde descubrir los recovecos del misterio a un trío extraño de detectives pesquisidores: el metódico Carriazo, el inflamable Hueso y el hedonista Ballarín. En la narración se combinan los modelos narratológicos más comunes en el periodo del propio Gesualdo: la novela dialogada, los manuscritos perdidos, los poemas intercalados… Los referentes más obvios son Antonio Prieto y Umberto Eco, pero no el de El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault, sino el más divertido y juguetón de Baudolino, donde se entrelazan, igual que en la novela de Sánchez Jiménez, documentos históricos y monumentos literarios con juegos posmodernos narrativos. Como no podía ser de otra manera, abundan guiños al mundo académico relacionado con el Siglo de Oro, y personajes que los que estamos dentro de él entendemos claramente, lo que le añade un puntito de interés anecdótico.

Una superación de la novela histórica cipotuda

Una derivada interesante dentro de esta muy prometedora obra es la superación de los manidos esquemas presentes en las novelas históricas contemporáneas. Más allá de la novela histórica best-seller, de las autoficciones que sobrecargan el mercado, o de esa especie de prosa cipotuda (en la acertada definición de Íñigo F. Lomana), cuya lectura alienta a la conquista de las Alpujarras, la prosa de Sánchez Jiménez invita a zambullirse en un mundo fascinante por lo exótico y extraño, relevante por las múltiples conexiones con la realidad y, sobre todo, divertido por lo carente de pedantería y sobrado en conocimiento.

Las facultades de Filología están trufadas de estudiantes con aspiraciones literarias que, ingenuamente, se matriculan con el afán de convertirse algún día en este novelista que necesita su momento. El caso de Antonio Sánchez Jiménez les da esperanza.