Balas o votos

Balas o votos

Ayuso pretende hacer de estas elecciones una oportunidad para cambiar de aliado y girar aún más a la derecha, pero le puede salir mal.

Carta recibida por Pablo Iglesias con una amenaza y cuatro balas de Cetme.EFE / Twitter Pablo Iglesias

Las cartas enviadas con amenazas de muerte y algo más que unas simbólicas balas a María Gámez ,directora de la Guardia Civil, Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior, y Pablo Iglesias, candidato de Unidas Podemos, pero ante todo la ambigüedad en la condena y la actitud provocadora por parte de la ultraderecha, han roto la campaña de estas elecciones madrileñas en un antes y un después.

Porque no hay excusa para no condenar sin matices las amenazas de muerte y la violencia. En democracia son imprescindibles los límites claros a la legítima discrepancia y a la oposición política, la condena concreta de tales hechos sin matices por parte de todos los demócratas y la investigación rigurosa de los casos y la puesta a disposición de la justicia por parte de la policía.

La ultraderecha, sin embargo, ha ironizado con las amenazas de muerte y con ello de nuevo las banaliza, al tiempo que pone en duda y deshumaniza a sus víctimas. Un paso más en su escalada de deslegitimación de la mayoría parlamentaria, de la criminalización del Gobierno desde el inicio de la pandemia y de la normalización del insulto, el señalamiento, el acoso y las amenazas hacia sus adversarios políticos de la izquierda, tratados como enemigos.

Frente a ello, la derecha se ha movido entre la equidistancia y la condena genérica de unos y la condena sin matices de otros, pero sin consecuencias para su política de alianzas presente y futura. Porque por mucho que lo repitan, la ultraderecha no es equivalente al crédito democrático indiscutible de Unidas Podemos en la izquierda, para a partir de ahí situarse en una falsa equidistancia.

La ultraderecha no es equivalente al crédito democrático indiscutible de Unidas Podemos en la izquierda

Lo que ha ocurrido es que sus aliados preferentes de Vox en Madrid se acaban de destapar en plena campaña con el discurso y los atributos de la ultraderecha: con la nostalgia de la dictadura fascista, el anticomunismo, el racismo, el antifeminismo, la homofobia, el discurso del odio y la ambigüedad con la violencia. Y todo porque el relato populista de la presidenta Isabel Díaz Ayuso les estaba dejando sin argumentario.

Sin embargo, la derecha del PP ha sido incapaz de comprometer su rechazo a cualquier alianza con la ultraderecha, y siquiera como primer paso, de hacer un llamamiento a la ciudadanía de la derecha democrática para aislar tales actitudes no votando a la ultraderecha. He aquí una de las principales debilidades de la derecha española, en contraste con buena parte de los conservadores europeos: su alianza de conveniencia con la ultraderecha para lograr y mantener el poder en Madrid y en el conjunto de España. Alianza que se ha vuelto a mostrar en los primeros pasos de la campaña.

El PP ha sido incapaz de comprometer su rechazo a cualquier alianza con la ultraderecha

Otra de sus debilidades es que no es la primera vez que la derecha se muestra incapaz de ejercer su responsabilidad de Gobierno en minoría y que, a mitad de legislatura, provoca la crisis de un Gobierno fallido, trasladando con ello sus problemas para mantener los acuerdos y la estabilidad de nuevo a los ciudadanos. El exministro Francisco Álvarez-Cascos hizo el mismo emplazamiento a los asturianos, que lejos de ratificarle la confianza como esperaba, se la retiraron, y además de forma definitiva.

Ha sido la incapacidad para entenderse y las diferencias personales y de gestión entre las derechas, las que han provocado una permanente crisis de gobierno y finalmente la convocatoria electoral anticipada, lo que le ha dado la posibilidad inesperada de ganar a la izquierda. Una oportunidad que no deberían desaprovechar.

No es verdad que la disolución sea la consecuencia de la traición de Ciudadanos ni de una moción de censura en ciernes. La moción fallida de Murcia ha sido, con su torpeza, solo la excusa para desencadenar una ruptura y una convocatoria electoral anticipada, que se venían gestando desde casi el comienzo del accidentado y ruidoso Gobierno de coalición del PP y Cs, con el apoyo desde la sombra de la extrema derecha.

La presidenta Ayuso pretende ahora hacer de estas elecciones anticipadas una oportunidad para cambiar de aliado y con ello girar aún más a la derecha, con la bandera de conveniencia de un plebiscito personal frente al Gobierno de coalición de izquierdas y a la gestión de la pandemia basada en la salud pública y sus inevitables restricciones a la movilidad.

Pretende subirse a la ola de la esperanza ciudadana en la vacunación y por tanto en el fin de la pandemia, ocultando su negacionismo vergonzante que le llevó a situarse del lado de las protestas clasistas del barrio de Salamanca abandonando su responsabilidad de gestión, primero en las residencias de mayores y luego en la tarea de control de la salud pública y la atención primaria, así como en la coordinación con el Estado y las comunidades, para al final convertirse en la Juana de Arco de la apertura de la hostelería contra el Gobierno central, dejando en un segundo plano la solidaridad y el apoyo a los sectores sociales y económicos más débiles.

Sin embargo, bien pudiera ocurrir que finalmente la moción de censura se vuelva contra la continuidad de las derechas en el gobierno y de su refundación trumpista con la integración de la ultraderecha. Por eso una campaña que hace días parecía un paseo militar de la derecha se ha convertido en una oportunidad inesperada para la colaboración de las izquierdas y el cambio de gobierno. Porque no hay que recordar que la izquierda en Madrid lleva ya largos años en la oposición.

El primer debate ha ido mejor de lo esperado, confirmando las grandes posibilidades de la cooperación de izquierdas entre PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos para mostrar el magro balance de gestión y la insolidaridad, la falta de proyecto y el exceso de soberbia de las derechas. El segundo debate, que se ha visto interrumpido por la ambigüedad consciente con la violencia, se ha vuelto en contra de la ultraderecha, poniendo en evidencia su clasismo, el trato de los adversarios como enemigos y su voluntad excluyente de la diversidad social y cultural, por otra parte inherentes a la Comunidad de Madrid.

Así como la primera moción de censura de la ultraderecha al Gobierno de coalición fracasó y terminó con la ruptura del tándem de oposición dura entre la derecha y la ultraderecha, al menos formalmente, esta segunda moción de censura que la derecha pretende que sean las elecciones de Madrid, también pudiera fracasar con la disolución definitiva del funesto bloque de Colón, liderado por la ultraderecha.