Cataluña y los vecinos de la quinta planta

Cataluña y los vecinos de la quinta planta

Primero hay que apagar el fuego. Ya llegará el día en el que se vuelva a hablar de divorcio

A woman walks past an Estelada (Catalan separatist flag) and a Spanish flag hanging on balconies in Barcelona, Spain January 3, 2020. REUTERS/Nacho DoceNacho Doce / Reuters

Este texto fue escrito para su publicación en las ediciones internacionales de HuffPost.

Un edificio comienza a arder y el matrimonio de la quinta planta aprovecha para discutir, rodeado por las llamas, si se divorcian tras varias décadas casados. Una situación así de surrealista es la que vive Cataluña estos días. Con la pandemia desbocada —más de medio millón de casos desde marzo pasado y cerca de 10.000 fallecidos en una región con 7,5 millones de habitantes—, no es momento para discutir de independencia. Los españoles contemplan las elecciones de este domingo como algo fuera de lugar. Y, sobre todo, innecesario.

Es una visión que comparten de alguna forma los propios catalanes, quienes se debaten estos días en si compensa poner en riesgo la salud por ejercer el derecho al voto. Lo cierto es que las elecciones del 14 de febrero son las más descafeinadas de las tres que se han celebrado en Cataluña en los últimos seis años. Mientras que en las anteriores el único tema importante era la independencia de España, en estas el tema está, por supuesto, encima de la mesa, pero con un fondo y unas formas diametralmente distintas. 

De los partidos que compiten por la presidencia de Cataluña sólo hay uno, Junts Per Catalunya —el partido del expresidente fugado Carles Puigdemont—, que sigue defendiendo la independencia a cualquier precio. Los demás oscilan entre el sí con condiciones de Esquerra Republicana al no más rotundo de las formaciones españolistas. Todos los analistas políticos coinciden: el vigor de las pulsiones independentistas, arrojen las urnas el resultado que arrojen, no va a ser en ningún caso el mismo de hace dos años. De hecho, estas elecciones se celebran de forma anticipada por discrepancias entre los partidos independentistas que formaban el Gobierno.

Un edificio comienza a arder y el matrimonio del quinto aprovecha para discutir si se divorcian. Una situación así de surrealista es la que vive Cataluña

La pandemia, el cansancio de defender la misma idea tantos años (sin grandes avances) y, sobre todo, el fracaso del desafío independentista al Gobierno de España de 2017 —que se saldó con los líderes del movimiento bien encarcelados o bien fugados—, ha ejercido de cierto bálsamo ante los ímpetus secesionistas. Pero por encima de todo está la pandemia del coronavirus: pensar en la autonomía como país cuando mueren ciudadanos catalanes todos los días está, como poco, fuera de lugar.

Aunque la gestión del covid no es el principal tema de debate, marca inevitablemente las elecciones. De hecho, el candidato socialista, Salvador Illa, dejó su cargo como Ministro de Sanidad de España para intentar ser presidente de Cataluña. Su figura, aunque muy criticada por no impedir que España sea uno de los países del mundo con mayor tasa de casos y muertos por la pandemia, ha sido muy bien valorada. Según las encuestas, es el principal candidato junto a los independentistas de ERC y Junts para ganar los comicios. “Me siento el presidente que va a pasar página”, señaló Illa en una entrevista con El HuffPost

El efecto de la pandemia ha sido, sobre todo, de tipo práctico. La Justicia tuvo que confirmar que las elecciones se celebraran en la fecha establecida, pese a las quejas de la gran mayoría de los partidos políticos, quienes no veían aconsejable pedir a la gente que fuese a votar cuando Cataluña tiene algunas de las medidas más restrictivas de movilidad de toda España

La gran incógnita, con todo, es si el miedo al contagio hundirá la participación electoral, un problema añadido al elevadísimo número —en torno al 30%— de indecisos

Y, sobre todo, está provocando problemas con las mesas electorales: muchos de los ciudadanos que están llamados a presidir o formar parte de esas mesas están aduciendo el miedo al contagio para evitar acudir el domingo a los colegios electorales, algo a lo que se está obligado por ley.

La gran incógnita, con todo, es si el miedo al contagio hundirá la participación electoral, un problema añadido al elevadísimo número —en torno al 30%— de indecisos. El voto por correo se ha disparado un 350% respecto a las pasadas elecciones. Las certezas que nadie discute: la extrema derecha de Vox entrará por primera vez en el Parlamento catalán, e incluso podría superar a la derecha histórica del Partido Popular. 

Cataluña ya no va a votar independencia sí o no, sino que va a elegir un Gobierno que gestione la mayor crisis sanitaria de los últimos cien años. Un Ejecutivo que tome decisiones más allá del secesionismo, una esperanza que no comparte ni la mitad de los catalanes pero que ha paralizado la región desde hace años. 

Todas las encuestas electorales apuntan a que serán necesarios pactos y acuerdos de dos o más partidos para garantizar la gobernabilidad. Nada nuevo en Cataluña, donde siempre ha gobernado un mínimo de dos partidos. 

La diferencia esta vez es que es muy improbable que formaciones puramente independentistas consigan los apoyos suficientes para gobernar y, sobre todo, que la ultraderecha condicionará mucho el día a día de una región en un incendio permanente. Primero hay que apagar el fuego. Ya llegará el día en el que se vuelva a hablar de divorcio.